DIOS,
CREADOR DE TODAS LAS COSAS
De
una catequesis de San Cirilo (315-386) Doctor de la Iglesia y Obispo de
Jerusalén
En el siglo IV, cuando San Cirilo presenta esta
Catequesis, se vivía un ambiente de panteísmo y sincretismo religioso, abonado
por teorías gnósticas y la idea de una naturaleza con una fuerza mágica
desligada del Dios Creador. Parecido panorama se observa en la actualidad con
las teorías del New Age y un ecologismo relativista que oculta o rechaza a Dios Padre Creador..
Con bellos conceptos, San Cirilo nos muestra la
grandeza y omnipotencia de “Dios Padre, creador del cielo y de la tierra” como
confesamos en el Credo.
Este hermoso medallón tiene las siguientes inscripciones:
SANCTUS CYRILLUS HIEROSOLYMITANUS
EIPISCOPUS ET ECCLESIAE DOCTOR
“Doblando piadosamente tu rodilla
ante el Creador de todas las cosas,
sensibles y racionales, visibles e invisibles,
con expresión de agradecimiento, de recuerdo y de
bendición,
alabarás a
Dios con los labios y el corazón diciendo:
«¡Cuán numerosas tus obras, Señor! Todas las hiciste con sabiduría» (Sal 104, 24).
A Ti el honor, la gloria y la magnificencia
ahora y por lo siglos de los siglos.
Amén”.
No se puede ver a
Dios directamente en esta vida
No es
posible ver a Dios con los ojos de la carne: pues lo que es incorpóreo no puede
entrar con estos ojos. Esto lo testificó también el mismo Hijo unigénito de
Dios al decir: «A Dios nadie lo ha visto jamás». Pues aunque alguien
interpretase lo que está escrito en Ezequiel como si éste tuviese una visión
directa, escuche lo que dice la Escritura: «Vio la semejanza de la gloria del
Señor» (Ez 1, 28), no al mismo Señor, sino a «la semejanza de la gloria», como
tampoco directamente a la gloria como ella realmente es.
Pero, habiendo
contemplado sólo una semejanza de la gloria, pero no la gloria misma, cayó a
tierra por el miedo (ibid.). Pero la contemplación de la semejanza de la gloria
despertaba en los profetas el temor y la inquietud de que Dios les arrebataría
la vida si alguien intentaba contemplarlo directamente, según aquello de que
«no puede verme el hombre y seguir viviendo» (Ex 33,20)(2)
Por este motivo
Dios, por su grandísima bondad, ha extendido los cielos como velo de su
grandísima bondad para que no perezcamos. Esta palabra no es mía sino del
profeta, que dice: «Ah, si rompieses los cielos y descendieses ante tu faz los
montes se derretirían» (Is 63,19). Y, ¿por qué te admiras si Daniel cayó al
suelo tras haber contemplado la semejanza de la gloria? En cierta ocasión vio
Daniel a Gabriel, siervo de Dios(3), e inmediatamente
se turbó en su ánimo y cayó sobre su rostro. No se abrevió el profeta a
responder hasta que el ángel adoptó figura de hombre (cf. Dan 8, 17 y 10,
15-16). Y si la visión de Daniel suscitaba temor en los profetas, ¿acaso no
hubiesen perecido todos si el mismo Dios se hubiese dejado ver tal cual es?
Conocimiento a Dios
a través de las criaturas
No se
nos ha dado conocer la naturaleza divina con ojos corporales; pero por las obras de Dios podemos
alcanzar una idea de su poder, según lo que dice Salomón: «Pues de la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su
Autor» (Sab 13, 5)(4). No dice
simplemente que por las criaturas se deduzca al Creador, sino que añadió: por
analogías. Pues Dios parece tanto mayor a cada uno cuanto mayor sea la
contemplación de las criaturas adquirida por el hombre. Y cuanto más ha
sometido a su propio ánimo a la contemplación, mayores son el conocimiento y la
imagen que tiene del mismo Dios.
Sabiduría previsora
de Dios al crear
¿Qué es
lo que tienen que criticar en esta obra máxima de Dios? Se deberían haber
sentido llenos de estupor al contemplar las curvaturas celestes, adorando así a
quien puso el cielo como bóveda y de la naturaleza fluida de las aguas formó la
sustancia del cielo.
Pues dijo Dios:
«Haya un firmamento en medio de las aguas» (Gén 1, 6). Una sola vez lo dijo
Dios y se mantiene sin caerse. El cielo es agua, pero son de fuego los seres
clavados en él, el sol, la luna y las estrellas. Pero, ¿cómo se mueven en el
agua estos seres ígneos?(7)(8) Si a alguno le
vienen dudas a causa de las naturalezas contrarias del fuego y del agua,
acuérdese del fuego que, en tiempo de Moisés, ardió en medio del granizo (cf.
Ex 9, 23) y considere la sapientísima disposición de Dios en la creación.
Pues ya que las aguas
eran necesarias para la marcha posterior de la tierra, preparó en lo más alto
un cielo de agua para que, cuando las regiones celestes necesitaran de la
irrigación por lluvias, el cielo se encontrase preparado y dispuesto para ello
por su naturaleza.
El admirable orden
del universo, de las estaciones y del mundo
Entonces, ¿No habrá que admirarse de la construcción del sol? Pues, apareciendo
con la modestia de una vasija, contiene una enorme energía: apareciendo por el
Oriente, emite luz hasta el Occidente. Decía el salmista describiendo sus
salidas matutinas: «Y él, como un esposo que sale de su tálamo» (Sal 19). Con
dulzura se describía así el modo a la vez esplendoroso y suave como comienza a
derramar su luz sobre los hombres. Y cuando el sol se encuentra en pleno centro
del día, a menudo huimos de él por el excesivo calor, pero en su salida ha
alegrado a todos cuando hace su aparición como «el esposo».
Considera la
posición del sol, que es plenamente la adecuada, si bien no la ha establecido
él mismo, sino el que con su mandato determinó su curso. En verano se encuentra
en su máxima altura, los días se hacen más largos, dando oportunidad a los
hombres para sus trabajos. En invierno, sin embargo, limita su carrera, de modo
que la época del frío no se prolongue sino que las noches, haciéndose más
largas, sirvan de ayuda a los hombres para su descanso y para que la tierra
produzca sus frutos.
Mira también cómo
los días se suceden unos a otros en el orden adecuado: se alargan en verano y
en invierno se acortan, pero en la primavera y el otoño se hacen agradables los
días con una duración semejante; e igualmente hacen las noches. De todos ellos
dice el salmista: «El día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche
transmite la noticia» (Sal 19, 2). Es como si clamaran ante unos herejes que no
quieren oír y, en medio de su orden admirable, dijeran que no hay otro Dios que
el que creó y dispuso los confines del mundo poniéndolo todo en orden.
El sabio ritmo del
día y de la noche
Que
nadie haga mención de quienes dicen que uno es el creador de la luz y otro el
de las tinieblas(9). Recuerde las
palabras de Isaías: «Yo (Yahvé) modelo la luz y creo la tiniebla» (Is 45, 7).
¿Por qué, pues, te encolerizas con éstas? ¿Por qué soportas tan mal el tiempo
que te ha sido dado como descanso? El siervo no conseguiría de sus señores
descanso alguno de sus trabajos si las tinieblas de la noche no le trajesen la
tregua. ¿Y cómo es que con tanta frecuencia, fatigados del trabajo del día, es
por la noche como nos rehacemos? Y el que el día anterior se dio a sus
trabajos, por la mañana aparece robusto y ágil por el descanso nocturno. ¿Y qué
mejor que la noche para conducir a la sabiduría?
Pues
en ella meditamos muy a menudo en lo que se refiere a Dios; en ella nos
dedicamos a la lectura y la contemplación de los divinos oráculos. ¿Cuándo se
esfuerza nuestra mente con mayor tenacidad en entonar los salmos o en derramar
nuestras súplicas?(10). ¿No es acaso
cuando es de noche? ¿Y cuándo, si no en la noche, recordamos con más frecuencia
nuestros pecados? No admitamos por tanto, perversamente, que existe otro autor
para las tinieblas, pues la experiencia demuestra que también ellas son buenas
y muy útiles.
La luz de las
estrellas, el sol y la luna
Convendría
que éstos (los mencionados) se asombraran y admirasen no sólo de la grandeza
del sol y de la luna, sino también de las ordenadas danzas y el libre
movimiento de las estrellas, al que nada perturba mientras cada una de ellas
aparece en el momento oportuno. Y cómo unas son signo del verano y otras del
invierno: unas indican el comienzo de la siembra y otras el de la época de la
navegación. Y es precisamente el navegante, que se mueve en las inmensidades de
extensas olas, el que dirige su barco mediante la observación de las estrellas.
De todo esto dice señaladamente la Escritura: «Haya luceros en el firmamento
celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para
solemnidades, días y años» (Gén 1, 14), pero no para fábulas sobre astrología y
genealogía(11).
Advierte también de qué modo tan hermoso nos va dando Dios la luz del día poco
a poco. Pues no vemos que el sol salga de modo repentino, sino que primeramente
aparece una luz limitada para que, preparándose las pupilas, puedan captar la
fuerza cada vez mayor de los rayos solares. Considera también cómo mitiga las
tinieblas nocturnas con la suavidad del resplandor de la luna.
Dios, Señor de los
elementos y fenómenos naturales
¿Quién
es el padre de la lluvia? ¿Quién hizo las gotas del rocío? ¿Quién concentró el
vapor en las nubes ordenando que sostuviesen el agua de las tormentas? ¿Y acaso
no hace acercarse desde el norte a nubes vestidas de un aéreo resplandor,
mientras según los momentos va haciendo cambiar su aspecto y su forma en
figuras distintas del mundo o de cualquier otro género? ¿Quién hay que pueda
numerar con conocimiento de causa a las nubes? Sobre ello se dice en el libro
de Job: «¿Quién tiene pericia para contar las nubes? ¿Quién inclina los odres
de los cielos?» (Job 38, 37). Y aquello otro: «El cuenta a las nubes con su
sabiduría» (26, 8 LXX) y las nubes no son «un velo opaco» para él (cf.Job 22,
14). Gran cantidad de agua se contiene en las nubes, pero no se rompen, pues
aquella cae a tierra en perfecto orden. ¿Quién es el que saca a los vientos de
sus depósitos? (cf. Sal 135, 7). ¿Quién es, como antes dijimos, el que produce
las gotas de rocío? (cf. Job 38, 28). ¿De qué útero sale el hielo? (38, 29).
Porque, aunque es una sustancia acuosa, tienen las propiedades de la piedra. A
veces incluso el agua se convierte en «nieve como la lana», pero otras se
somete a la voluntad de aquel que «esparce la escarcha cual ceniza» (Sal 147,
16). Pero en ocasiones se convierte en sustancia pétrea. Y desde luego somete y
gobierna al agua según su voluntad. La naturaleza del agua es única, pero está
dotada de un poder y una eficacia múltiples. El agua en las vides es vino que
alegra el corazón del hombre, es en los olivos aceite que da brillo al rostro
del hombre y pan que fortalece el corazón del hombre (cf. Sal 104, 15), como es
también capaz de convertirse en toda clase de frutos.
Variedad de la Creación
Ante
esto, ¿qué habrá que hacer? ¿Habrá que proferir insultos contra el Hacedor del
mundo o habrá más bien que adorarlo? Y no hablo de las cosas ocultas de su
sabiduría. Quisiera más bien que contemplaras la primavera, reteniendo la
variedad de sus flores que todas son iguales y a la vez distintas: el púrpura
de la rosa y la excelsa blancura del lirio. Pues, aunque ambos proceden de la
misma lluvia y del mismo suelo, ¿quién es el que las hace distintas y las
construye?
Quisiera también que consideraras qué habilidad del único artífice
es la que hace que árboles de la misma clase sirvan a veces para dar sombra y a
veces para desparramarse en frutos diversos. Una parte de la vid se destina a
la quema, otra a convertirse en renuevos, otra en follaje, otra en horquillas
y, por fin, una última en uvas.
Asómbrate también, en una caña, de la amplitud
del espacio que su autor puso entre sus nudos. En un mismo terreno salen
serpientes, jumentos, árboles, alimentos, oro, plata, cobre, hierro, piedra.
Una es la sustancia de las aguas, y salen de ellas las especies de los peces y
de las aves, de manera que unos nadan en el agua mientras las aves vuelan en el
aire.
La inmensidad del
mar, dominada por el Creador
«Ahí
está el mar, grande y de amplios brazos, y en él, el hervidero innumerable de
animales, grandes y pequeños» (Sal 104, 25). ¿Quién podrá exponer la hermosura
de los peces que ahí viven? ¿Quién la magnitud de los cetáceos o la naturaleza
de los animales anfibios que viven tanto en la tierra árida como en el agua?
¿Quién puede exponer la profundidad y la hondura del mar o el inmenso ímpetu de
las olas? Se mantiene, sin embargo, dentro de los límites que le ha fijado
quien le dijo: «Llegarás hasta aquí, no más allá..., aquí se romperá el orgullo
de tus olas» (Job 38, 11). Explica claramente el mandato que se le ha impuesto
el hecho de que las olas, al retirarse, dejan una línea visible en las orillas.
A los que la ven se les indica así que el mar no habrá de pasar de los límites
establecidos.
El vuelo excelso de
las aves
¿Quién
puede captar la naturaleza de las aves del cielo? ¿Cómo es que unas poseen una
lengua experta en el canto, mientras otras poseen una gran variedad de colores
en sus plumas y algunas, como las aves de presa, se mantienen, en medio del
vuelo, inmóviles en el aire? Pues es por mandato de Dios por lo que «el halcón
emprende el vuelo, despliega sus alas hacia el sur» (Job 9, 26). ¿Qué hombre
percibe cómo «se remonta el águila» a «las alturas» (39, 27). Pues si con toda
tu capacidad de pensar no puedes darte cuenta de cómo las aves se elevan a lo
alto, ¿cómo podrás entonces abarcar con tu mente al autor de todas las cosas?
Diversidad y
enseñanzas del mundo animal
¿Quién
ha llegado a saber simplemente los nombres de todas las fieras? ¿Y quién se ha
dado cuenta de la naturaleza de cada una de ellas y de su fuerza? Pero si ni
siquiera conocemos sus nombres, ¿cómo podremos abarcar a su autor? Uno fue el
precepto de Dios, por el que dijo: «Produzca la tierra animales vivientes de cada
especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie» (Gén 1, 24).
Por un único mandato brotaron, como de una única fuente, las diversas clases de
animales: la mansísima oveja, el león carnicero. Por su parte, movimientos
diversos de animales irracionales reflejan una variedad de inclinaciones
humanas: la zorra, por ejemplo, expresa la perfidia humana; la serpiente, a los
que hieren a sus amigos con dardos venenosos; el caballo que relincha, a
jóvenes voluptuosos(12).
Sin embargo, la
hormiga diligente sirve para estimular al negligente y al perezoso. Pues cuando
alguien, en su juventud, vive en la desidia y el ocio, los mismos animales
irracionales le estimulan según el mismo reproche que recoge la Escritura:
«Vete donde la hormiga, perezoso, mira sus andanzas y te harás sabio» (Prov 6,
6). Pues cuando veas que guarda alimentos para el tiempo oportuno, imítala y
recoge para ti mismo como tesoros, para la vida futura, los frutos de las
buenas obras. Por otra parte: «Ponte a la obra y aprende qué trabajadora es»
(Prov 6, 8 LXX)(13). Observa cómo,
recorriendo toda clase de flores, produce miel para tu servicio, para que
también tú, haciendo el recorrido por las Sagradas Escrituras, consigas tu
salvación eterna y, saciado por ellas, digas: «¡Cuán dulce al paladar me es tu
promesa, más que miel a mi boca!» (Sal 119, 103).
Cualidades diversas
de animales salvajes
¿Acaso,
pues, no es el Creador digno de toda alabanza? ¿O es que, porque tú no conozcas
la naturaleza de todas las cosas, han de ser por ello inútiles los seres
creados? ¿Puedes, quizá, llegar a conocer las cualidades de todas las hierbas?
¿O eres capaz de aprender qué utilidad tiene lo que proviene de cualquier
animal? Pues es cierto que incluso de las víboras venenosas proceden ciertos
antídotos para la salud de los mortales. Pero me dirás: las serpientes son cosa
horrenda. Teme al Señor y no podrá hacerte daño. El escorpión cobra fuerza al
picar: teme al Señor y no te picará. El león está sediento de sangre: teme al
Señor —como en cierta ocasión Daniel (Dan 6, 23)— y (el león) permanecerá
tranquilo junto a ti. Realmente son de admirar las fuerzas de los mismos
animales: unos clavan con el aguijón, mientras la fuerza de otros reside en sus
dientes; los hay que luchan con sus garras; la fuerza, por último, del
basilisco reside en su mirada. Por las diversas cualidades de su obra puedes,
pues, comprender la capacidad del Creador.
La misma maravilla
del cuerpo humano
Pero
hay otra cosa que desconoces: hay algo muy distinto entre ti mismo y los
animales que están fuera de ti, porque tú puedes entrar dentro de ti mismo y
conocer por tu propia naturaleza al Creador. Pues, ¿qué es lo que hay en tu
cuerpo que sea digno de reprensión? Practica la continencia y nada en tus
miembros será malo. En un principio Adán está desnudo en el paraíso juntamente
con Eva. Por sus miembros, desde luego, no era digno del oprobio ni del
rechazo. Por tanto, causa del pecado no son los miembros, sino aquellos que se
sirven mal de ellos(14).
Sabio es, sin
embargo, el que creó los miembros. ¿Quién es el que preparó el hueco del útero
para la procreación de los hijos? ¿Quién dio vida en él al feto inanimado?
¿Quién realizó la conexión de los nervios y los huesos y los rodeó con la piel
y la carne? ¿Quién ha hecho que, nada más nacer, el niño tome la leche de los
pechos de su madre como de su fuente? ¿Cómo se convierte el infante en niño y
el niño en joven, más tarde en hombre y, por último, ese mismo se vuelve
anciano, sin que además nadie sea capaz de advertir que sea en momentos
precisos cuando esos cambios se producen? ¿Cómo se convierte una parte del
alimento en sangre, otra parte se integra en la propia carne y otra parte se
desecha? ¿Quién es el que hace que el corazón se mueva con movimiento continuo?
¿Quién tan sabiamente protegió la suavidad de los ojos con el movimiento de los
párpados? Pues ciertamente los grandes libros de los médicos apenas trataron
suficientemente de la admirable estructura de los ojos. ¿Quién hizo la
distribución de la respiración por todo el cuerpo? Ves ahí, oh hombre, la
sabiduría del autor que todo lo hizo(15).
Conclusión: Dios
desde sus obras
Nuestras
palabras ya han explicado todo esto con bastante amplitud, aunque pasando por
alto muchas cosas y dejando también otras más, sobre todo de carácter
incorpóreo e invisible, para que odies a quienes injurian al sabio y buen Artífice.
Y por lo que se ha
dicho y leído, que tú mismo podrás recordar y meditar, entenderás de modo
análogo, por la magnitud y belleza de las criaturas, al Autor de las mismas
(cf. de nuevo Sab 13, 5).
Doblando
piadosamente tu rodilla ante el autor de todas las cosas, sensibles y
racionales, visibles e invisibles, con expresión de agradecimiento, de recuerdo
y de bendición, alabarás a Dios con los labios y el corazón diciendo: «¡Cuán
numerosas tus obras, Yahvé! Todas las has hecho con sabiduría» (Sal 104, 24). A
ti el honor, la gloria y la magnificencia ahora y por lo siglos de los siglos.
Amén.
NOTAS
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