DIOS ES INFINITAMENTE MISERICORDIOSO Y JUSTO
Una reflexión cuaresmal de San Alfonso María de Ligorio
“El
demonio lleva a los pecadores al infierno no con los ojos abiertos, sino
cerrados: primero los ciega y recién después los lleva a sufrir
eternamente en su compañía. Debemos, pues, si queremos salvarnos, orar
continuamente a Dios con el Ciego del Evangelio: «Señor, ¡que yo vea!» Señor, ilumíname, haz que yo vea el camino
que debo seguir para salvarme, y no permanecer engañado por el enemigo de mi
salvación.
Para
mejor conocer estos engaños, figurémonos un joven, que vive en el pecado
esclavo del demonio, sin pensar jamás en su eterna condenación.
Hijo
mío, le digo yo, ¿qué vida es esa que llevas?, ¿cómo puedes salvarte si sigues
viviendo de ese modo? ¿No ves que caminas al infierno? Pero luego el demonio le
dice por otro lado: ¿por qué te has de condenar? Sacia ahora tus pasiones, que
después te confesarás, y así evitarás el peligro. Esta es la red con la que
conduce el demonio tantas almas al infierno: «satisface tus pasiones, que después te confesarás».
Te dices que ahora quieres cometer tal pecado y que después te confesarás. Dime: ¿cómo sabes que Dios te dará tiempo para confesarte después? Porque me confesaré presto, me dirás, antes que pase una semana. Y ¿quién te asegura una semana más de tiempo? Me confesaré mañana mismo, me responderás. Y ¿quién te asegura que vivirás mañana?
San
Agustín dice que: «Dios no nos ha
prometido el día de mañana, y que puede concederlo o negarlo».
¡Cuántos
se han retirado con salud a dormir por la noche, y han amanecido muertos a la
mañana siguiente! Y ¿cuántos han muerto en el acto mismo de cometer el pecado,
y han sido sepultados en el infierno? Si esto te sucediera a ti también, ¿cómo
evitarás tu eterna condenación?
«Comete
este pecado que después te confesarás». Éste es el engaño
con que el demonio ha llevado al infierno millares de cristianos. Porque es
difícil encontrar un cristiano tan desesperado que quiera su propia condenación.
Todos cuantos pecan, pecan con la esperanza de confesarse; y ¡cuántos, o por no
haber podido confesarse, o por no haber podido confesarse cual convenía, se han
condenado!
«Pero
Dios es misericordioso». Aquí tenéis tal vez el mayor
engaño con que el demonio alienta a los hombres al pecado y a perseverar en él.
Dice
un autor, que más almas conduce al
infierno la falsa esperanza en la misericordia de Dios, que la justicia divina.
Y
así sucede, efectivamente, porque confiando ciegamente muchos en la
misericordia de Dios, siguen en la senda del pecado, y se condenan
miserablemente. «Dios, dicen, es misericordioso». Lo es en verdad: nadie lo
niega. Sin embargo, ¿cuántos van al infierno
cada día? Es misericordioso con los pecadores, pero solamente con aquellos que
se arrepienten de haberle ofendido, y temen volverle a ofender. En cambio, con
aquellos que abusan de su misericordia para ofenderlo más, es justo.
El
Señor perdona los pecados, pero no puede perdonar la voluntad de pecar. San
Agustín dice que, «el que peca con la idea de arrepentirse después de haber
pecado, éste no se arrepiente, sino que se burla de Dios. Y san Pablo afirma
que, «Dios no deja que se burlen de Él»
¿Les
parece, hermanos míos, fácil o difícil salvarse, si siguen ofendiendo a Dios
después que los ha llamado tantas veces, y ha sido tan frecuentemente
misericordioso con vosotros? Tú dices: «Puede ser que me salve a pesar de este
pecado»; pero yo te respondo, que es
gran necedad apoyar la salvación eterna en un “puede ser” tan peligroso.
¡Cuántos están ardiendo ahora en los infiernos por ese puede ser! ¿Acaso
quieres acompañarlos en su desgracia?
Reflexionen
bien y teman, que puede (esta Cuaresma) ser la última misericordia que Dios
disponga para con vosotros.
San Alfonso María de Ligorio
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