EL CIEGO BARTIMEO
Y LA REPETICIÓN DEL SANTO NOMBRE
En el conocido
pasaje del Evangelio del mendigo ciego de Jericó que se hallaba al "borde
del camino", se lee que, al saber
que pasaba el Maestro, comenzó a gritar: "¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!", siendo curado
por su insistencia, y luego lo sigue camino a Jerusalén (cfr. Mc. 10, 46-52)
Un eco de este
pasaje evangélico es la bimilenaria tradición espiritual del oriente cristiano,
especialmente usada entre los anacoretas y los padres del desierto, que
consiste en repetir casi constantemente el Santo Nombre.
Del maravilloso legado doctrinal de San
Juan Pablo II leemos en el CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Cfr. 2667-2668)
El
Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la
creación y de la salvación. Decir “¡Jesús!” es invocarlo desde nuestro propio
corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús
es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre recibe al Hijo de Dios que
le amó y se entregó por Él.
Esta
invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la
oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más
habitual, transmitida por los monjes del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es
la invocación: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros,
pecadores” Conjuga el himno cristológico de Flp. 2, 6-11 con la petición del
publicano y del mendigo ciego (cf Lc. 18,13; Mc. 10, 46-52). Mediante
ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la
misericordia de su Salvador.
La
invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración
continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se
dispersa en “palabrerías” (Mt. 6, 7), sino que “conserva la
Palabra y fructifica con perseverancia” (cf Lc.8, 15). Es posible “en todo tiempo”
porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar
a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
DOS ANÉCDOTAS AL RESPECTO
1. Hasta no hace muchos años muchísima
personas, en su vida diaria, decían el Santo Nombre en forma espontánea muchas
veces al día, repitiendo ante cada acontecimiento "¡Jesús!", que les
salía espontáneamente de sus labios. Escucharlas era un modelo patente de vidas
afirmadas sólidamente en la fe de siglos. Ese especie de muletilla, que trasuntaba una fe vivida se ha perdido. ¡Qué secularismo devastador nos ha
invadido en pocos años, produciendo un desierto espiritual desolador!
1.
El
fundador de la Congregación del Verbo Divno, san Arnoldo Janssen, exigía
colocar en cada casa religiosa un reloj con campana (que tocaba cada cuarto de
hora) para hacer recordar a quienes habitan en ella que al tañido de la campaña
debían elevar una breve jaculatoria de fe, en el lugar que estuvieran. ¡Qué espíritu
de fe la de esos consagrados!
No hay comentarios:
Publicar un comentario