LA PUERTA SE ABRIÓ
Desde la contemplación al pie de la Cruz, del propio evangelista Juan
hasta nuestros días, la Iglesia no ha cesado de mirar “al que
traspasaron”.
La lanzada, en
sí misma cruel y deshonrosa, actuó sin embargo como llave misteriosa que abrió
para el mundo los tesoros infinitos del Corazón de Cristo.
De esos tesoros
que manan del costado abierto del Redentor vive la Iglesia, y con ellos riega
el universo; contemplando esa llaga sangrante, la Iglesia contempla su propia
cuna.
Con profundas
palabras, contempla San Agustín este misterio de la “puerta abierta”:
Cristo atravesado por la lanza de Longinos
Fra Angélico, c.1440
“Vinieron,
pues, los soldados
rompieron
las piernas al primero y al otro que fue crucificado con Él.
Sin
embargo, al llegar a Jesús, cuando lo vieron muerto ya, no rompieron sus
piernas;
pero
uno de los soldados abrió con una lanza su costado
y
al instante brotó sangre y agua” (Jn 19, 32-24).
El evangelista ha usado una palabra cuidadosa, de
forma que no dijera «golpeó» o «hirió» su costado, u otra cosa
semejante, sino abrió,
para que la puerta de la Vida se abriera allí de donde han manado los
sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en aquella vida que es la
auténtica Vida.
Esa Sangre ha sido derramada para remisión
de los pecados; esa Agua prepara la copa saludable; ella proporciona el
baño y la bebida. Esto lo prenunciaba la puerta que Noé mandó
hacer en el costado del arca, para que por ella entrasen los
animales que no iban a perecer en el diluvio, los cuales prefiguraban la
Iglesia.
En atención a esto, la primera mujer fue hecha del
costado del marido, que dormía, y fue nominada madre de los vivientes,
pues antes del gran mal de la transgresión significó un gran bien.
Ahora, el segundo Adán, inclinada la cabeza,
durmió en la Cruz para que de ahí –de eso que fluyó del
costado del durmiente– le fuese formada la Esposa.
¡Oh muerte en virtud de la cual los muertos reviven!
¿Qué más limpio que esa Sangre? ¿Qué más saludable que esa herida?»
(San Agustín, Sobre el Evangelio de san
Juan CXX, 2)
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