ANTE LA PERNICIOSA “IDEOLOGÍA
DE GÉNERO”
Del discurso del
Papa teólogo Benedicto XVI
a la Curia Romana en
diciembre de 2012
En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y
se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad
del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre.
El tema de la familia, es un
tema principal en la vida de los hombres y de la sociedad. No se trata únicamente de una determinada
forma social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es
el hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo. Los
desafíos en este contexto son complejos.
El gran rabino de Francia,
Gilles Bernheim, en un tratado cuidadosamente documentado y profundamente
conmovedor, ha mostrado que el atentado, al que hoy estamos expuestos, a la
auténtica forma de la familia, compuesta por padre, madre e hijo, tiene una dimensión
aún más profunda.
Si hasta ahora habíamos visto
como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la
libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser
mismo, de lo que significa realmente ser hombres.
Cita una afirmación que se ha
hecho famosa de Simone de Beauvoir: «Mujer no se nace, se hace» (“On ne naît
pas femme, on le devient”). En estas palabras se expresa la base de lo que hoy
se presenta bajo el lema «gender» como una nueva filosofía de la
sexualidad.
Según esta filosofía, el sexo ya
no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar
personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente,
mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de
esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente.
El hombre niega tener una
naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano.
Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho
preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear.
Según el relato bíblico de la
creación, en el ser humano el haber sido creado por Dios como varón y mujer
pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el
ser humano, tal como Dios la ha dado.
Precisamente esta dualidad como
dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el
relato de la creación: «Hombre y mujer
los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él
quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que
lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre
esto.
Hombre y mujer como realidad de
la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre
niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La
manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al
medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a
sí mismo.
En la actualidad, existe sólo el
hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra
cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional
de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si
no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces
tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero,
en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía
y la particular dignidad que le es propia.
Bernheim muestra cómo ésta, de
sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual
se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí
donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo,
se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre
como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la
esencia de su ser.
En la lucha por la familia está
en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se
disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al
hombre.
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