(Éxodo 20,
3)
Del primer mandamiento del Decálogo
Ante la proliferación
de rituales mágicos y esotéricos
que son auspiciados
por las redes sociales,
como por ejemplo el
juego del “Charlie, Charlie”
que atrae a muchos
adolescentes y jóvenes cristianos,
es importante
recordar lo que dice
el Catecismo de la
Iglesia católica al respecto.
También entre los
adultos que se declaran católicos
prolifera la consulta
a “médiums, brujos y chamanes”, adivinaciones y prácticas de magia, hechicería,
tarot y reiki”
2110 El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses
distintos del Único Señor que se ha revelado a su Pueblo. Proscribe la
superstición y la irreligión. La superstición representa en cierta manera una
perversión, por exceso, de la religión. La irreligión es un vicio opuesto por
defecto a la virtud de la religión.
La superstición
2111 La
superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que
impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por
ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas
prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la
sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo
de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23, 16-22).
La idolatría
2112 El primer
mandamiento condena el politeísmo.
Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar
otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este
rechazo de los “ídolos [...] oro y plata, obra de las manos de los hombres”,
que “tienen boca y no hablan, ojos y no ven”. Estos ídolos vanos hacen vano al
que les da culto: “Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen
su confianza” (Sal 115,
4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10, 1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el contrario,
es el “Dios vivo” (Jos 3,
10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene
en la historia.
2113 La
idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una
tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay
idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura
en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo),
de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero,
etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto
por no adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su
culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto,
incompatible con la comunión divina (cf Gál 5, 20; Ef 5, 5).
2114 La vida
humana se unifica en la adoración del Dios Único. El mandamiento de adorar al
único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La
idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El
idólatra es el que “aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios, la
indestructible noción de Dios” (Orígenes, Contra
Celsum, 2, 40).
Adivinación y magia
2115 Dios
puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la
actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la
providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad
malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de
responsabilidad.
2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o
a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que
equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la
astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los
fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder
sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo
de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción
con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a
Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende
domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder
sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son
gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más
condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro,
recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también
reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas
adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se
guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni
la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del
prójimo.
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