Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

9 de julio de 2015

DE MARIA "NUNQUAM SATIS"

“NUNQUAM SATIS”
Una meditación, a manera de testimonio personal, de un fraile argentino, acerca de este apotegma mariano.

Vitral de la Catedral Notre Dame de París.

No recuerdo mucho el contexto, más que se trataba de un ruidoso y bullicioso recreo de primer año de facultad. Un fraile de voz y porte, hábito y capa, casi como quien comenta el parte meteorológico, no sé a raíz de qué lanza: “de Maria nunquam satis”.
¿Y eso qué viene a ser? -pregunté desde una cara llena de granos-.
Que de María nunca es suficiente lo que positivamente se pueda decir de ella. Miró su reloj, se agarró la cabeza al darse cuenta de que estaba atrasado, y desapareció raudo y veloz por la puertita mágica que vinculaba la Facultad con el convento. Era fray Alberto Saguier o.p., para más precisión.

En la subsiguiente clase de lógica con García Membrívez y en el largo viaje posterior de vuelta a casa atravesando la vasta Buenos Aires no pude sobreponerme al impacto y vértigo que tan diminuta expresión había causado en mí. Estaciones de subte, gente agolpada, letreros de cigarrillos, propagandas políticas, todo parecía cubierto por sedosos velos, cual las imágenes en Tiempo de Pasión: solo, en el centro de mi adolescente conciencia, lucía intacto el aforismo mariano.
Desde aquella noche de San Telmo hasta hoy —y han pasado cerca de treinta años— no he sabido pensar a la Virgen sino desde esta sentencia; o mucho mejor dicho: desde ese vértigo primordial. “Nunquam satis”.
Lo interesante —para seguir por este riesgoso camino autorreferencial— es que estaba muy lejos de entender la frase en su alcance teológico. Tan lejos como lo está quién se inclina sobre un aljibe y procura ver su fondo. Pero con la cabeza medio metida en el aro del pozo, al decir “Nunquam satis”, ese eco profundo, ese mágico reverberar, avisaba sin más que la hondura era abisal.
“Nunmquam satis” significa que todo lo bueno que uno puedo pensar, recordar, sospechar, intuir, imaginar (oh sí, ¡imaginar!) todo eso es aplicable a ella sin ningún riesgo de haberse excedido, de poderse pasar de la raya, del límite de su capacidad. El “nunquam satis” avisa algo vertiginoso: no temas, cristiano, pensar más y más y más y más de tu Madre, pues no hay posibilidad alguna de que exageres. Ella es todo eso y mucho más.

Y todo esto no al modo de una súper-héroe: sino en la diminuta parcela de la “humilde esclava”. Es el “pequeño infinito” como amoneda Simone Weil. Es, en definitiva, esa inmejorable perfección de un cristal, de un copo de nieve, de una libélula o violeta. En este caso, la apacible perfección de un ser humano. (Sea ésta, muy de paso, la refutación a la supuesta tensión que existiría entre la plenitud y el límite: no la hay en absoluto; pero es mucho más grave el malentendido: no sólo no la hay sino que son exactamente lo mismo: alcanzar los límites, colmar los bordes del propio ser es la definición misma de plenitud).
He ahí la Inmaculada Concepción. He ahí la Plena de Gracia. La limitada plenitud. La Toda Hermosa.
No nos quites, Madre nuestra, el vértigo que da nombrarte sobre el aljibe interior.
Fray Diego de Jesús
8-XII-2013



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