MEDITACIÓN SOBRE LA PASIÓN DEL SEÑOR
La Iglesia posee un tesoro
invalorable para este tiempo de Cuaresma
Son las homilías y los
escritos de los Santos Padres y de santos Papas que brillan por su profundidad
en la enseñanza de la fe.
Uno de ellos es San León I
(+461), llamado Magno por la grandeza de sus obras y su santidad. Es el Pontífice más importante de su siglo. Tuvo que luchar
fuertemente contra dos clases de enemigos: los externos que querían invadir y
destruir a Roma, y los internos que trataban de engañar a los católicos con
errores y herejías.
Jesús de la Pasión, Sevilla, España
De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 15 Sobre la Pasión
del Señor, 3-4: PL 54, 366-367)
Que la ansiedad y las cosas banales de este tierra no nos impidan meditar y vivir en profundidad este santo tiempo de preparación, contemplando la Pasión del Señor.
El que
quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos
de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne
de Jesús.
Que
tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles
y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo
el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa,
es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que
lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.
No hay
enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz , ni hay nadie a quien no ayude la oración
de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él,
¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?
La
ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de
Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La
oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.
El
pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso , y a todos los regenerados les ha quedado
abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren
aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.
Procuremos
ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos
sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada
hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de
bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.
En
primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la
cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó
excluido de su misericordia sino al
que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la
de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea
regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente,
¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el
hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber
experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad
es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?
Es que
esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la
inmundicia del pecado ; por
eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó
la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su
plenitud.
Es, por
tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al
tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos ; de manera que, si avanzamos
por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo
que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros
tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que
prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo
también ante mi Padre que está en los cielos.
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