Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

27 de diciembre de 2016

EL TRUENO DE DIOS

   EL OJO DE ÁGUILA

San Juan Evangelista, el "hijo del trueno" que mira con ojo de águila las certezas.

    El apóstol Juan debe ser de los apóstoles, tal vez incluso de los santos todos, el que más apodos, el que más sobrenombres tiene, empezando por ese ingenioso modo con que el Señor mismo, con humor y con sapiencia, le llamaba “el hijo del trueno”… Hasta un apodo mucho más misterioso, que más que un apodo es un símbolo de lo que Juan significa para la Iglesia, lo que la teología de Juan significa para la Iglesia, y es una imagen muy presente en diversos textos del Antiguo Testamento y que vuelve a hacerse presente, a florecer, con todo el eco del Antiguo Testamento en el Apocalipsis, y que es el águila.

                A Juan, la tradición desde los primeros siglos lo ha identificado con el águila. Y es muy bello y muy fecundo para nuestra fe y para esta empatía que buscamos con el discípulo amado, para aprender de él y con él a tratar los misterios de Dios, caer en la cuenta de esta figura, de este símbolo, de esta ave, cuyo simbolismo se podría desentrañar desde diversos modos, pero que de modo eminente la tradición ha visto en Juan, el águila, como la vista de águila. 

                El ojo de águila con que, desde la altura, la altura que es la cúspide de toda la revelación, con que Moisés, los Jueces, los Patriarcas, Profetas y Reyes, y todas las profecías, y todos los textos, en los paulinos y de los demás evangelistas, alcanzan su cumbre, su última expresión en el discípulo amado. Juan cierra la Escritura y en este sentido es cumbre, es la altura del águila, pero una altura de águila, y esa es la maravilla de Juan y esa es la maravilla de esta imagen, que no se queda en las alturas, sino que desde esas alturas sabe caer casi en un vuelo vertical sobre el suelo, sobre lo más bajo y simple del suelo. Esa verticalidad de vuelo propia del águila, no puede hacerlo una golondrina, un gorrión, un montón de otras aves… y es expresión de un movimiento espiritual, de un movimiento oracional, de un movimiento de la contemplación, capaz de elevarse, de subir por las térmicas de la meditación, por las térmicas de la Palabra rumiada, masticada, hasta alturas inefables y a su vez saber desde esas alturas inefables sumergirse en las entrañas mismas de Dios...

                ¿Quién ha hablado de la intimidad, de los adentros de Dios como Juan , quién ha hablado de la vida interna de Dios como Juan, y quién ha hablado de este Dios hecho carne como Juan…?

                Es la capacidad de vuelo alto y de bajada intensa sobre la realidad de la encarnación…Ese abrupto contraste entre la altura y la hondura, es la expresión de un corazón, de un estilo y de una oración que puede ser la nuestra. Ni una oración rastrera como las serpientes o como los teros, ni una oración que se va por las nubes. Una oración que sabe subirse y que tiene ojo de águila para descender a las profundidades de la realidad concreta, la realidad concreta y encarnada del misterio de Dios encarnado y a partir del misterio de Dios encarnado, de toda la realidad encarnada humana. Eso hace Juan con Cristo, eso hace la vista de Juan con el misterio de Cristo, lo ve con ojo de águila.

                Juan sobre el pecho del Maestro accede a la sapiencia de Dios, conoce a Dios. Y porque ese Dios se ha hecho carne, conoce a Dios viendo a Dios. La escuela joánica, en un viraje brutal respecto a la tradición hebraica, funda la fe en la visión. Con Juan, la religión acústica, la religión del ‘Schemá Israel’, ‘Escucha Israel’, la religión del asentimiento a lo que se escucha, tiene un viraje definitivo a una religión audiovisual, a una religión del ver, donde la fe es ver. No es solamente eso que a veces se nos ha quedado tan pegado de la escena de Tomás, el apóstol, ‘felices los que creen sin ver’, sino que es una visión genuina, auténtica, real, contundente, una visión interior, pero visión.

                Juan funda la religión del ver interior. ¿Por qué? Porque Juan ha hecho una experiencia personal, ‘Yo Juan’, de lo que es la conjugación de todos sus sentidos externos, de todos sus sentidos internos, de su imaginación, de su memoria, de su fantasía, de su inteligencia, de su afecto, de su vista, de su tacto, de su olfato, todo lo ha conjugado en una experiencia que él puede llamar conjuntamente ‘ver’, todo eso es ver… Esa es la fe. La fe es para Juan la conjunción de todas las potencias humanas divinizadas, traspasadas por el fuego de Dios, todas ellas conjuntamente. En la experiencia que en la humanidad por siglos y siglos estuvo dispersa, dónde la vista sólo veía, dónde el oído sólo escuchaba, dónde el tacto solo tocaba, dónde la memoria sólo membraba, donde la inteligencia ataba silogismos y el corazón sentía, todo eso conjuntado en una sinergia, en una simbiosis, en una potencialización de los sentidos entre sí, es la fe.

                Por eso para Juan y para el cristianismo profundo, la fe es certeza, no es una apuesta, no es un ‘ojalá que…’, no es un ‘me juego a que…’, no es ‘confío en lo que me dijeron…’, esa es la fe hebraica. Cuando San Pablo nos habla y nos insiste que la fe comienza por la audición, nos olvidamos del verbo comenzar, claro que allí comienza, pero si allí queda, queda enana, queda en el asentimiento de lo que me dijeron…La fe joánica es una fe de águila, es una fe que ve, una fe que ante la Eucaristía presente sobre el altar, percibe con esa conjunción de todos sus sentidos armonizados, recogidos, recogidos en una sola experiencia, ve a Cristo, y por eso Él, pero con Él, en esa empatía, en ese contagio posible con Él, nosotros también tenemos que poder decir, a los pies del Señor, ante la presencia del Señor, lo que estamos viendo, lo que estamos escuchando, lo que estamos palpando de su Palabra de Vida y eso… eso es experiencia nuestra y eso lo anunciamos al mundo…

                Y así nace el apostolado cristiano, el genuino apostolado cristiano, que no se pone a punto con cursitos vidriosos de tecnicaturas, para modular mejor o para generar carteles más luminosos, se pone a punto en la medida en que esta experiencia es auténtica, en que esta experiencia es realmente la manifestación y la expresión testimonial de un encuentro real.

                Yo lo he visto, yo lo he oído, yo lo he tocado con mis manos, yo he sido rescatado del fango por Él…’Yo, Juan’, como dice el apóstol…No es subjetivismo, no es autoreferencialismo, es hacer testimonio…es hacerse cargo de un testimonio, es hacerse cargo del cristianismo… ‘Ah no, a mí me lo contaron, me lo contó mi abuela y bueno, yo lo repito, capaz que sea…’ El peso de ese ‘Yo, Juan’ debe poder ser el peso testimonial de cada uno de nosotros, pero sería una impostación si no fuera realmente el resultado de una experiencia visual…

                Que Juan nos conceda a todos y a cada uno pasar de la fe apuesta a la fe experiencia, a la fe certeza. Ante la Eucaristía, ante el Evangelio abierto, ante la presencia interior del Señor, palparlo, no en una sensiblería barata, no en una experiencia meramente sensorial. No. En una experiencia sobrenatural, pero donde justamente el paso de la gracia por todas las potencias humanas, las transforma para más, no para menos, las transforma para que ellas mismas, nuestra contextura humana, sea capaz de verlo y de confesar al Dios visto y oído y palpado con nuestras manos… 

                Que Juan el águila, que Juan el trueno de Dios, que Juan el amado, el dilecto del Maestro, que Juan el joven, nos contagie todo esto. La certeza de Jesús para poder anunciar, gritar al mundo como truenos, que el Señor se hizo carne, que el Señor nos ha cambiado la vida, que el Señor vive. Y que si Él vive, eso nos basta”.

                               Desgrabación homilía del P. Diego de Jesús.


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