Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

24 de diciembre de 2016

NOCHE ANUNCIADA, NOCHE DE PAZ

LA NOCHE-BUENA
En la noche más larga, más intensa y más negra del hemisferio norte, brilla la Luz de la plenitud de los tiempos.

¿Acaso no es “lo nocturno” la figura universal -en todas las culturas de la historia del Hombre y en el inconsciente colectivo de todos los tiempos-  de lo tenebroso, de lo sombrío, de lo lúgubre, y hasta de lo malicioso y perverso?

Ciertamente, la noche es el ícono de lo vaciado de sentido, de lo carente de luz, de lo desamparado de rumbo. En la noche no se ve por dónde va el camino. En la noche todos los colores se llaman a silencio y viran su belleza diurna al lapidario negro. En la noche todo es inseguro. No sólo los otros, sino hasta la propia malicia parece hallar en la noche su mejor aliado. La traición -como la de Judas- es nocturna. La noche es soledad. La noche es tristeza. La noche es muerte, pues nada de lo que vive, vive sin luz.

Y el cristianismo, no en un rapto de pasión, sino con la serena constancia de dos mil años y varios más, insiste sin verborragia: “la noche es buena”. Y no conforme con acercar dos términos tan irreconciliables, arremete en su intrepidez, aguanta el fogonazo y acuña la palabra más paradojal que el habla humana podía osar pronunciar; la noche no sólo es buena: hay Nochebuena. Y esta es nuestra fiesta.

Acá no media ningún malentendido: lo que esta religión pregona es que la noche es buena en su sentido raso: hace bien. Ser débil: hace bien. Ser frágil: hace bien. Andar a tientas: hace bien. Palpar la inseguridad: hace bien. Mis límites: me hacen bien. Mis carencias me dignifican. Mis límites no son muñones sino la plenitud de mi pequeñez. Y mientras la muy brillante ‘cultura de las luces’, en su desorientado vaivén, pendula del pesimismo al exitismo, la noche, más profunda que el día, con sus ojos negros, me nombra con amor por mi nombre más propio y me arropa con la opaca luz de mi verdad: eres pura carencia, puro hondón; tu negrura es tu hermosura".

Nochebuena es la fiesta del no-ver, del no-saber. Fiesta de la intemperie. Celebración de la fragilidad. Es la fiesta de un credo que se empecina en anunciarle al mundo que la mansedumbre vale más que la violencia, el silencio más que la elocuencia, el límite más que la destreza, la pequeñez más que la grandeza. Es la fiesta de un credo empecinado en hacer apología de la vulnerabilidad.

Por eso 24 de diciembre. Difícil era saber la fecha exacta del censo mandado por el César. Pero la fecha es de una precisión irreemplazable: es el solsticio de invierno. El día más corto del hemisferio norte. La noche más larga, más intensa, más negra: esa es nuestra fiesta. 

Por eso el pesebre y un parto a intemperie. Por eso un niño envuelto en debilidad. Por eso una virgen asustada y un José desconcertado. Por eso harapientos peregrinos que llegan a tientas y a ciegas sin saber ni a dónde están llegando. Sin alharaca. Sin lustre ni palabra.

Y en el silencio de la noche, de la medianoche, con callada elocuencia, una estrella anuncia la buena noticia que como un eco recorre la noche de todos los tiempos y se arremolina a la puerta de todos los corazones de la historia: bienaventurados los vulnerables, porque de ellos es el arte de amar. Y con más o menos conciencia, más o menos fe, más o menos convicción, al dar las 12, es decir, cuando lo nocturno llega a su ‘cenit’, a su punto más oscuro, todos levantamos nuestra copa y en secreta complicidad celebramos la fiesta más ‘loca’ de la Historia de las Civilizaciones: ¡feliz navidad!, ¡feliz de ti, que eres frágil!, ¡feliz en tu carencia, pues sólo ella te abre a la Salvación! Creyente o incrédulo, practicante o indiferente: tu necesidad te abre a lo salvífico; tu gemido interior te ha hecho orante; tu noche te ha hecho bien. 

Un Niño envuelto en pañales, con llanto de frío y hambre, nos bendice en la penumbra. Y su diminuto rostro moreno revela y oculta los rasgos de la aurora... ¡Feliz Nochebuena!"
P. Diego de Jesús


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