PECADOS CONTRA EL PRIMER MANDAMIENTO
Se peca contra el Primer Mandamiento
cuando se comete pecado contra la fe, la esperanza, la caridad y contra la
virtud de la religión.
1.- Pecados contra la fe
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Se llama infidelidad formal al
pecado de quien rechaza la fe positivamente o la desprecia después de haber
sido suficientemente instruido en ella. Es el pecado más peligroso de todos y
es gravísimo: más que él sólo está el odio a Dios.
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El ateísmo: que es negar que Dios existe (ateísmo teórico) o
vivir como si no existiera (ateísmo práctico).
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La herejía: es el error o duda voluntaria
del cristiano sobre alguna verdad de fe divina, que la Iglesia propone para
creer como dogma de fe.
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La apostasía de la
fe: es el abandono total de la fe
cristiana recibida en el Bautismo (CIC, c.1325 & 2). Es el pecado cometido
por un bautizado que rechaza las verdades de la fe, total o parcialmente, y por
eso la abandona. Como nos dice A. Royo Marín: “Quien muere obstinado en
esta rebeldía, se condena seguro”[1]
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El cisma: es el pecado de quien rechaza
la sumisión al Romano Pontífice o no quiere comunicarse con los miembros de la
Iglesia sometidos a él. No se opone directamente a la profesión de fe, pero es
difícil que hayan cismáticos que no sean herejes, sobre todo si niegan el
Primado del Romano Pontífice.
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Defender la llamada libertad
de conciencia, es decir, el indiferentismo religioso.
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Dar crédito a supersticiones
o a doctrinas que se oponen a la fe: ambas son fruto de la ignorancia. Peca
contra este mandamiento quien cree en serio en cosas
supersticiosas(mala suerte del nº 13, cadena de oraciones, etc.). Ha de
considerarse supersticioso creer que ciertas acciones o prácticas concedan
gracias especiales de forma automática sin contar con las disposiciones del que
las practica.
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Quien tiene fe en adivinos, echadores de
cartas, horóscopos, espiritistas y curanderos. Los horóscopos de ningún
modo pueden servir para predecir los actos futuros libres de los hombres. Los
hechos futuros de los hombres no son efecto de los movimientos o posiciones
astrales. Pretender determinar los hechos futuros a partir de los astros,
plantea necesariamente la negación de la libertad humana.
La astrología puede constituir
herejía (si presupone la negación de la libertad y la Providencia), superstición
e idolatría (si conlleva la adoración de los astros).
En cuanto a los adivinos y
astrólogos, hay que decir que la gran mayoría son vividores que se aprovechan
de la credulidad de mucha gente. Algunos, practican la astrología como parte
del culto a los demonios, y es por la intervención de éstos últimos que algunos
“astrólogos” son capaces a veces de “predecir” algunos hechos futuros. Pero
todas sus “predicciones” sobre los actos futuros libres de los hombres no son
más que conjeturas.
La Iglesia ha hablado sobre este tema
desde antiguo condenando la creencia en la astrología en el Concilio de Toledo
(a. 400), y el Concilio de Braga (a. 561). El juicio del Magisterio de la
Iglesia puede resumirse en lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Todas las formas de adivinación
deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los
muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “develan” el porvenir. La consulta de horóscopos, la astrología,
la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de
visión, el recurso a mediums encierran una voluntad de poder sobre el tiempo,
la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la
protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el
respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios”(CEC,
2116).
Todo género de adivinación, en
definitiva, nace de la falta de fe en el Dios verdadero; y es el castigo del
abandono de la auténtica fe.
En conclusión, si uno recurre a las
prácticas astrológicas o consulta los horóscopos, creyendo seriamente en ello,
comete un pecado de superstición propiamente dicho (pudiendo, incluso, llegar a
la idolatría); si lo hace sólo por curiosidad y diversión, no hace otra cosa que
recurrir a un pasatiempo fútil, que va poco a poco desgastando peligrosamente
su fe verdadera. Si lo hace para granjearse la “protección” de los
demonios, comete un pecado de idolatría diabólica.
El hombre o es religioso o es supersticioso. Muchos
que no creen en las verdades de la Religión, luego creen en las mentiras y
engaños de adivinos, brujos y espiritistas. Como
dijo Chesterton: “No creer en Dios no significa no creer en nada;
significa creer en todo”.
Dice la Biblia: “Que nadie de los tuyos haga pasar
por el fuego a su hijo o a su hija, ni practique adivinación, augurios,
encantamientos, ni maleficios. Que no haya hechiceros, ni quienes consulten a
los espíritus; ni adivinos, ni evocadores de muertos. Porque todo el que
practica esas cosas hace abominación para el Señor, y por causa de esas
abominaciones el Señor, tu Dios, los expulsa ante tu presencia.” (Deut
18: 10-12).
La superstición es atribuir a cosas
creadas poderes que son exclusivos de Dios. La superstición es una degradación
de la fe; una credulidad basada en contenidos mágicos que se atribuyen a unas
palabras o a unas acciones.
Sólo Dios conoce el futuro libre, y sólo Él puede revelar el porvenir a sus profetas.
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Exponerse o exponer
a sus hijos a influencias dañinas para la fe o las costumbres. Aquí es preciso hacer resaltar la responsabilidad
de los padres ante Dios respecto a la educación cristiana de sus hijos.
·
La lectura de libros erróneos o peligrosos que
atentan contra la fe o la moral. La razón de la gravedad de este pecado radica
en que la fe es el fundamento de toda la vida espiritual. Por eso se comprende
que su defensa obligue de un modo especialmente grave. Al ser necesaria la fe
para obtener la salvación, todos los hombres están obligados no sólo a evitar
los pecados contra la fe, sino también, y con especial cuidado, los peligros
próximos contra esta virtud. Estos peligros pueden ser internos, por
ejemplo, la soberbia, y también externos, como es la lectura de libros que
atentan contra la fe y las buenas costumbres. Esta obligación de evitar la
lectura de libros contra la fe y las buenas costumbres es un principio de
derecho divino natural, que la Iglesia subrayó con una ley eclesiástica hasta
1966, que imponía determinadas penas canónicas. La supresión de las mencionadas
penas no quiere decir que ya se pueden leer toda clase de libros, pues sigue en
pie -es inderogable- el principio de derecho divino natural, anteriormente
señalado. Una consecuencia práctica de lo que se acaba de indicar, es la
conveniencia de pedir consejo en esta materia, a quien por su formación y
prudencia, está en condiciones de orientar debidamente en la lectura de libros,
revistas, etc.
Las dudas de fe de personas sencillas que tienen buena
voluntad de creer todo lo que Dios ha revelado, suelen ser impresiones,
vacilaciones que surgen sobre algunas verdades, porque no acaban de
comprenderlas. Éstas no son de verdad dudas de fe, sino meras impresiones que
pueden surgir en el espíritu, sin que realmente constituyan una duda. Porque,
para que haya duda, tengo que tener razones que me den base para ese juicio
dudoso; y en esos momentos no hay ninguna razón, sino una mera impresión que se
asemeja a la duda, pero que en realidad no lo es.
·
Si se trata de ignorancia y de que no
sabemos cómo se pueden explicar ciertos hechos revelados por Dios, debemos
estudiar y profundizar nuestra fe, y no contentarnos con lo que pudimos
estudiar de pequeños.
·
Si se trata de saber si alguna
afirmación hecha por algún sacerdote es de fe, o más bien una exageración,
debemos también profundizar y examinar sus afirmaciones.
·
Por último, si sentimos esas
vacilaciones o dudas, que como ráfagas pasan por nuestra mente en ciertos
momentos, debemos rechazar esas vacilaciones y afianzarnos en nuestra fe,
mediante la oración y una conducta intachable, que responda a esa fe que
profesamos.
Sucede, a veces, que hay personas que
llevan una conducta no adecuada a la fe, y que esta disociación entre su fe y
su conducta les produce dudas de fe. Generalmente, lo que buscan con esas dudas
es justificar su conducta. Naturalmente, el único remedio que tienen esas
personas contra sus dudas es romper con esa conducta; porque mientras sigan
llevándola, no podrán superar las dudas.
La fe no es una mera aceptación de ciertas
verdades, sino que éstas llevan consigo unas exigencias de acción y de
conducta, y cuando entre la aceptación y esas exigencias surgen dificultades, o
hasta oposiciones, es fácil que surjan dudas acerca de esas verdades. En tales
casos, el único remedio para evitar y vencer las dudas está solamente en la
adaptación de la propia conducta a las verdades de fe que se creen.[2]
Esto no se opone a la falta de
claridad que podamos tener sobre una verdad de fe, ni al deseo de esclarecerla,
dentro de lo posible, sabiendo que hay misterios que superan la inteligencia
humana.
El pecado será grave, si es una duda
voluntaria, a sabiendas, de una verdad que la Iglesia dice que hay que
creer. Si la duda no es voluntaria, sino una mera ocurrencia de las
dificultades que a nuestro entendimiento se le presentan, no hay pecado; o a lo
más pecado venial, si ha habido alguna negligencia en resistir a la tentación.
Si la vacilación llega a tomar por incierto lo que es dogma de fe, el pecado
sería grave contra la fe.
La fe debe extenderse a todas las verdades
reveladas por Dios y propuestas como tales por la Iglesia. Nadie pierde la fe
sin culpa propia. Dijo el Concilio de Trento: “Porque Dios, a los que una
vez justificó por su gracia no los abandona, si antes no es por ellos
abandonado” (DS 1536).
2.- Pecados contra la esperanza
·
Desesperar de la
propia salvación y dejarse dominar por la
desconfianza en la misericordia divina.
·
La confianza presuntuosa en
que la misericordia divina perdone sin conversión, contrición ni absolución
sacramental. Hoy día es relativamente frecuente oír a ciertos pastores caer en
este grave error, pues reconociendo el pecado en el que algunos viven sólo les
hablan de la misericordia de Dios y nunca mencionan la necesidad de conversión
ni de arrepentimiento.
·
La presunción de considerarse
capaz de salvarse a sí mismo sin necesidad de Dios; por ejemplo:
auto-redención del hombre por el progreso indefinido económico-social, etc.
3.- Pecados contra la caridad hacia
Dios
3.1.- El odio a Dios: El primero y más grave de todos los pecados
que se pueden cometer es el odio a Dios. Lo es porque la
gravedad de una culpa se mide por el grado de aversión a Dios, la cual es
máxima en este pecado, ya que se da en él directamente y per se, mientras que
en los demás pecados se da sólo de una manera indirecta y per accidens.
Es también, por eso, el odio a Dios el mayor de los
pecados contra el Espíritu Santo que se puede cometer, si bien no se le enumera
entre estas especies de pecados, porque se encuentra en todos ellos[3] ;
más que uno de estos pecados, es como el género que los abarca a todos.
Adviértase que hay dos clases de
odio: el de enemistad y el de abominación.
·
El odio de
enemistad, se llama también de malevolencia,
por el que se considera a una persona como mala en sí misma, o por el que se le
desea algún mal. Se opone al amor de benevolencia y de amistad directamente; y
es un pecado gravísimo cuando recae sobre Dios. Se opone directamente a la
infinita Bondad de Dios en sí misma, destruye totalmente la caridad.
·
El odio de abominación, que se le llama también de aversión, es el que
rechaza a una persona porque resulta nociva para el que odia, no por sus malas
cualidades. Así, los ladrones abominan de la policía. Cuando este odio recae
sobre Dios (por ejemplo, por los castigos con que nos amenaza) constituye
también gravísimo pecado, aunque no tanto como el anterior, que recaía
directamente sobre la bondad infinita.
Del odio a Dios pueden proceder muchas blasfemias,
execraciones, maldiciones, sacrilegios, persecuciones de la Iglesia, etc., que
añaden a su malicia específica, la satánica del odio a Dios.[4]
3.2.- La tibieza espiritual
Se la puede describir, en su acepción
moral, como aquel estado del alma que se caracteriza por un retraimiento
voluntario y culpable (al menos in causa) de aquellos actos del obrar moral que
nos llevan a Dios, por lo que se opone al dinamismo y fervor que exige la
caridad.
Es interesante no confundir la tibieza con cierta
desgana en el obrar, debida a un precario estado de salud; ni con la aridez
espiritual que puede ser consecuencia de culpas precedentes o bien una prueba
saludable que Dios permite. Hechas estas distinciones, quizá sea el mejor
camino, para comprender la naturaleza de la tibieza, ponerla en relación con la
caridad, ya que se opone a esta virtud de un modo muy principal.[5] Como
decía San Agustín:
“Veis que somos viadores. Decís: ¿qué
es caminar? Lo diré con brevedad: adelantar… Si dijeses : ya basta, has
perecido . Añade siempre, camina siempre, adelanta siempre; no te pares en el
camino, no te vuelvas atrás, no te desvíes. Se detiene el que no adelanta;
vuelve atrás el que vuelve a pensar en el punto donde había partido; se desvía
el que apostata. Mejor va el cojo en el camino, que el que corre fuera del
camino”.[6]
El impulso de la caridad lleva
también al cristiano a una lucha decidida contra el pecado venial y las
imperfecciones llamadas voluntarias.
La tibieza, por el contrario,
comporta un estado espiritual tan lánguido, que el alma consiente con plena
deliberación en los pecados veniales y en las imperfecciones. Se puede decir
que se acepta un estado de pecado venial, sin darle mayor importancia.
Por otra parte, no podemos olvidar que la caridad
tiene un efecto principal, que es el de conformar la voluntad del hombre con la
de Dios. Esta voluntad no hace distingos entre grave o leve a la hora de
realizar su cumplimiento; simplemente tratará de cumplir lo mejor que pueda.
Por el contrario, la actitud de un alma tibia incurre en un curioso legalismo
que trata siempre de buscar la frontera entre el pecado grave y leve, para ir
haciendo concesiones a este último sin cesar y sin caer en el primero.[7]
Se han de tener en cuenta los pecados
de omisión contra el precepto afirmativo del amor y que cualquier pecado mortal
hace perder la gracia santificante, y con ella la virtud teologal de la
caridad.
4.- Pecados contra la virtud de la
religión
Idolatría: que rinde a una criatura la adoración debida sólo
a Dios (CEC, nº 2110).
Superstición: que ofrece a quien no debe culto divino, o de un
modo falso a quien debe.
Irreligiosidad: que es una irreverencia especial contra Dios, o
contra las personas o cosas sagradas. Modos de Irreligiosidad son:
·
La tentación a Dios: que
es un dicho o hecho con el que se pretende poner a prueba algún atributo
divino;
·
el Sacrilegio, que es la
profanación o trato indigno de algo sagrado
·
la Simonía, que es todo
contrato sobre cosas espirituales a cambio de cosas temporales.
5.- Doctrinas actuales en directa
oposición con el Primer Mandamiento que están condenadas por la Iglesia:
5.1.- El liberalismo ideológico
El liberalismo ideológico coloca el
bien en una incondicionada libertad de elección, como si el hombre fuera su
propio fin, y se diera a sí mismo su propia y suprema ley.
5.2.- El laicismo
El laicismo indiferentista y su forma
institucionalizada de la masonería, que desea construir un mundo en el que el
hombre sea el centro. Se basa en filosofías deístas, panteístas o ateas, y
sigue siendo enemigo declarado de la Iglesia, aunque lo disimule.
5.3.- El marxismo
El marxismo (socialismo y comunismo)
y el anarquismo, que son radicalmente anticristianos y ateos, pretenden dar una
solución exclusivamente materialista a la vida, precisamente como afirmación
práctica de su ateísmo: intentando construir un mundo donde no quepa Dios.
Padre Lucas Prados
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