EL RETORNO DEL REY
ADVENIAT REGNUM
TUUM
Meditación al iniciar el tiempo del
Adviento, que expresa admirablemente el sentido del título de este blog.
Monasterio del Cristo Orante
Comienza hoy el maravilloso y expectante
tiempo de Adviento.
De algún modo es el tiempo de los
tiempos, pues su clima, su postura, su entonación, expresan el año entero en la
vida de la Iglesia peregrina, que camina erguida, atenta, de cara al sol que
nace de lo Alto, que irrumpirá del Oriente. Adviento es una suerte de
sinécdoque de todo el Año Litúrgico. Adviento es el arte de disfrutar la inminencia de
una revelación que aún no se produce… y que está a punto de hacerlo.
Suele entenderse esto, pero en una versión un poco astringida.
Se cree que el Adviento es tiempo de espera y preparación para la Navidad. Y
esto es muy parcial.
Pues el primer y principal advenimiento que nos atañe enfocar en
este Tiempo es la Segunda Venida de Cristo al fin de los tiempos.
Una verdad crucial de nuestra Fe, notablemente distendida en
estos tiempos vacilantes…
Y para eso llega el Adviento, una vez más, como un clavijero
llega para retensar las cuerdas flojas; o un alambrador con su destreza en
torniquetes. Porque pasan las semanas, los meses, las frenéticas ocupaciones de
cada día… y nos olvidamos que Cristo vuelve.
Es más: no se da simplemente un olvido, al modo como uno puede
olvidarse de algo de lo cual tiene certeza (me olvido de un cumpleaños o del
nombre de una ciudad); aquí el “olvido” degenera en negación… y cuando me
quiero acordar estoy tácitamente convencido de que Cristo no vuelve nada. Y que
eso del fin del mundo es un disparate tremendista, propio de fundamentalistas.
Por eso hace bien que vuelvan cada año estos filosos evangelios.
Y escuchemos de Boca del mismísimo Señor lo que dice que ocurrirá. Es uno de
esos evangelios en que la tarea que se nos asigna al concluir la lectura es,
sin más, asentir con todo el ser a lo que allí se está afirmando: ¡creo, Señor!
¡Te creo! ¡Creo fervientemente que dices la verdad y que no mientes y que por
tanto retornarás uno de estos días, en el momento menos pensado! ¡Lo creo con
todo mi corazón, con toda mi mente, con todas mis fuerzas!
Y la Fe renovada, cual quilla de rompehielos, nos introduce con
todo el ser al Misterio asentido. Y uno aprende así a amar este Misterio del
que penden todos los Misterios de nuestro Credo. Uno aprende a amar su Retorno
glorioso y a vivir a diario con esta imagen en el horizonte interior de la
plegaria, de la conciencia y de la vida cotidiana. Como gusta decir san Pablo:
somos amantes de la Parusía. Amamos ese acontecimiento como el que colma de
lumbre, brío y sentido el tiempo presente, que no es más que su víspera, su
escueto intervalo previo.
El fin del Tiempo y el Retorno del Rey será un acontecimiento de
una belleza indescriptible. Leyendo (en el Apocalipsis o en los evangelios) los
pormenores de aquella Hora, puede dar la impresión de que será todo tétrico,
fatal, catastrófico. Pues no; en todo caso será eu-catastrófico. Será una Hora
tremenda como lo es sin duda un parto; pero quien presenciando un parto se
quedara en los dolores y gemidos, sangres y llantos… en vez de maravillarse con
gozo por el hombre nuevo que ha llegado al mundo, es un tarado y se pierde la
mejor parte.
Los confusos rosados y naranjas que asoman al horizonte no son
resplandores de ocaso, sino el centellear de aurora… como los gemidos no son
estertores de moribundo sino música de parto.
Para los que anhelamos con todo el ser esa Hora, el Apocalipsis
es un Libro de Consolación, de ilusión y esperanza…
La vida toda del cristiano ha de ser parusíaca; pero si se me
permite un acento: la vida de oración ha de ser eminentemente parusíaca. Esto
significa: hay que aprender a rezar “mirando Al que viene”. Hay que aprender a
rezar de cara al que está a punto de venir. En una inminencia que aún no se
produce, pero que justamente por eso mismo es una experiencia gozosa. Hay dicha
en la espera. Es la alegría que destila la voz “pronto”. “Vuelvo pronto”. No es
una amenaza: es una promesa. Un feliz redoblar de tambores…
Podría el cristiano descreer de esta inminencia. Alegando que
los siglos transcurridos lo desmienten. Nada más falso. Ni es un error de
cálculo divino, ni una picardía pedagógica como para tenernos atentos, en vilo…
Cuando el Señor dice que vuelve pronto, dice la verdad y no miente.
Lo que ha ocurrido es que el Gran Río del tiempo ha corrido,
desde su naciente en Adán, de modo casi lineal, hasta Cristo que es su estuario
y desembocadura. Pero como un río que estuviera a punto de botarse entero sobre
el mar desde lo alto de un inmenso acantilado, así, el Río del Tiempo, en este
intervalo que va de la Primera a la Segunda Venida, bordea el acantilado sin
precipitarse al mar. Sigue estando tan cerca del Mar como hace dos mil años,
aunque se prolongue la espera. El fin del tiempo está tan cerca hoy como cuando
Cristo dijo que era inminente, inmediato, pronto. Su Regreso está siempre
próximo, contiguo. Este intervalo está siempre –dure lo que dure- al borde de
la Parusía, al borde de Su Retorno glorioso.
Así las cosas, las señales de los caballos blancos están siempre
apareciendo y desapareciendo, cual un ejército alistado a punto de desatarse en
batalla. Pues esto ocurre siempre en el ‘cuadro’ contiguo a nuestro hoy…
Vivimos y oramos de cara a la Manifestación inminente, en par de
los levantes de la Aurora. Es el centelleo que brama sobre el horizonte
oriental. Desde nuestro Patmos interior, a ventanal abierto, hay que instalarse
con gusto y gracia en este Umbral desde el cual otear el inminente Retorno.
Casi espejando la Parábola del Hijo Pródigo…
Y me fue dado el
umbral
sin más consigna que dejarlo ser
en mí.
sin más consigna que dejarlo ser
en mí.
Como hontanar del abismo interior, donde hambrear la Luz.
Oh Aurora del Mundo futuro: fulgor y aureola de cuanto ocurre,
Tu sombra y penumbra son el clemente respeto a mi ceguera;
Tus atados vientos, la calma soberana que antecede a los Hechos;
Tu rojo y naranja,
la sacra impaciencia de un Dios amaneciendo.
Desde el sereno
umbral percibí toda la inminencia.
Sombras y rumores de cítara y trompeta,
copas y caballos, sellos y perfumes;
estrépito de carros;
incensarios en danza
rumor de llaves…
y el inquieto aleteo de presurosos ángeles.
Sombras y rumores de cítara y trompeta,
copas y caballos, sellos y perfumes;
estrépito de carros;
incensarios en danza
rumor de llaves…
y el inquieto aleteo de presurosos ángeles.
Y con el suave
clarear y el sedoso levante de la bruma,
sin hablar, sin que se escuche Tu Voz,
como lento León, de pesado y mudo andar
emerge tu cristalina figura, en blanco, dorado y fuego,
grácil y humilde como Pan de Cordero
grave y firme, como Rey y Señor.
sin hablar, sin que se escuche Tu Voz,
como lento León, de pesado y mudo andar
emerge tu cristalina figura, en blanco, dorado y fuego,
grácil y humilde como Pan de Cordero
grave y firme, como Rey y Señor.
Y viéndoTe a los
ojos avanzar sobre mí,
lo entendí:
lo entendí:
que la dicha del umbral no está en mirar,
sino en ser visto por Ti.
Diego de Jesús
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