21 de junio
Memoria litúrgica de San Luis Gonzaga
Nació en 1568 cerca de Mantua, en Lombardía, hijo de los marqueses
de Castiglione. Su madre lo educó cristianamente, y muy pronto dio indicios de
su inclinación a la vida religiosa. Renunció a favor de su hermano al título de
Marqués, que le correspondía por derecho de primogenitura, e ingresó en la
compañía de Jesús, en Roma. Cuidando enfermos en los hospitales, en la epidemia
de tifus que asoló la urbe, contrajo él mismo la enfermedad que lo llevó al
sepulcro el año 1591.
El Papa Pio XI lo proclamó Patrono de la Juventud católica,
invitando a los jóvenes a mirar la modélica vida de San Luis, donde destacan
las virtudes de la renuncia a la vanidad de los bienes terrenales.
La oración colecta de la Iglesia de este día lo expresa con precisión:
“Dios nuestro,
fuente y origen de todos
los dones celestiales,
Tú que uniste en san Luis
Gonzaga
una admirable pureza de
vida con la práctica de la penitencia,
concédenos, por sus méritos e intercesión,
concédenos, por sus méritos e intercesión,
que los que no hemos
podido imitarlo en la inocencia de su vida
lo imitemos en su espíritu
de penitencia”
UNA PINTURA DE GOYA LO MUESTRA CON MAESTRÍA DE SÍMBOLOS
PINTURA DE SAN LUIS
GONZAGA MEDITANDO EN SU CELDA CONVENTUAL (Francisco de Goya,
1798-1800)
Se trata de una obra
de altar, de grandes proporciones y de acusada religiosidad y simbolismo. Es un
óleo sobre lienzo de 261 por 160 cm. Realizado por el gran pintor español para
la iglesia conventual madrileña de las salesas nuevas, y que hoy se expone en
el Museo de Zaragoza.
Representa al joven
San Luis Gonzaga, vestido con la negra sotana jesuítica, que medita ante un
crucifijo sostenido por su mano derecha a través de un paño blanco.
En su mano izquierda,
reposando sobre la mesa, el tallo de azucenas, símbolo de la vida de castidad
consagrada por el santo.
Sobre la mesa otros
elementos simbólicos:
- la corona alude a la renuncia a las riquezas
terrenales, el marquesado de Castiglione;
- la calavera y las disciplinas, como los símbolos
ascéticos de su vida religiosa.
La alargada figura
del santo, cargada de austeridad, centra la composición en un eje vertical, que
divide el cuadro en dos. Por un lado, la mesa con todos los elementos
simbólicos y, por otro, la referencia al espacio definido por la silla, la
ventana de vidriera emplomada y el cortinado.
Pero es la luz la que
realmente actúa y crea una atmósfera intimista. Por un lado se trata de una luz
grisácea, casi nebulosa, que desde lo alto invade suavemente la escena
matizando y reforzando una composición cargada de simplicidad, creando ese
efecto de recogimiento. Sin embargo, el rostro del santo tiene luz propia, una
luz más radiante dirigida al crucifijo y recogida por el paño blanco y los
objetos de la mesa.
Economía de color
reducida al negro, verde, ocre y a los grises que predominan por su espléndida
riqueza de matices.
Toda esta aparente
simplicidad compositiva está repleta de simbolismo, muy en la línea del barroco
español, aunque las soluciones son neoclásicas.
Un detalle de la mesa
nos amplia los elementos simbólicos de la VANITAS y la CASTITAS, antes comentados.
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