EL ICONO DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Para consuelo y fortaleza de quienes caminamos en este "valle de lágrimas", para afirmar nuestra débil fe, para mostrarnos el camino de la esperanza, el Señor se nos muestra transfigurado.
El icono de la Transfiguración en el Monte Tabor nos muestra a Cristo
que se apareció a los apóstoles en “forma de Dios”; como una de las Personas de
la Trinidad y esta aparición constituye una Teofanía Trinitaria,
con la voz del Padre y el Espíritu Santo en la nube luminosa en el monte Tabor.
Cristo habla con Moisés y Elías de su futura pasión, el Padre
testifica la divina filiación del Cristo para que los apóstoles comprendan que
la pasión era voluntaria y que se den cuenta de que el Señor es en Verdad el
esplendor del Padre.
El icono nos muestra a los discípulos que caen desde la cima
escarpada, alterados, espantados por la visión fulgurante. Pedro de
rodillas y levantando la mano para protegerse de la Luz, Juan que
cae dando la espalda a la Luz y Santiago que cae hacia atrás
El contraste buscado es asombroso, opone al Cristo inmovilizado
en la paz trascendente que emana de Él, baña las figuras
inclinadas de Moisés y Elías en la forma de un círculo perfecto, símbolo de la Eternidad. Y
abajo los apóstoles, que se mueven, totalmente humanos todavía ante la
revelación que los sobrecoge y los transforma.
Esta oposición subraya, admirablemente el carácter increado de la Luz
de la Transfiguración.
Maravillado por la visión, Pedro quería “plantar tres tiendas”,
instalarse en el Reino, antes del fin de la historia.
Pedro, como no entiende, quiere confusamente retener el instante
glorioso y conservar su aspecto excepcional. Entonces habla de levantar
tiendas: para encerrar y guardar, y esto puede engendrar la muerte, y Cristo
no le replicó nada, la respuesta viene de la Nube, entonces Pedro
se sorprende, está sobrecogido en su gesto apurado e irrisorio.
En cambio Santiago trata de comprender lo que ve y
oye, acoge el suceso, está disponible.
San Juan es el que parece manifestar la mayor
comprensión del Misterio. Generalmente está prosternado, la
cara contra el suelo, sumergido en una visión interior. Juan sabe que la Luz es
esencial para la visión de un paisaje. En su Evangelio repite es “La
Verdadera Luz” que viene a hacerse ver en nuestro mundo de tinieblas,
tenebroso a causa de la muerte y que nos hace ver los paisajes del mundo nuevo
que está naciendo. La Luz del Verbo da significación y color a
todas las cosas.
Podemos observar tres tríadas:
1) Moisés, Elías y Jesús con su cuerpo humano.
2) Jesús el Hijo amado, el Padre Eterno y la nube luminosa (Espíritu Santo).- La Santa Trinidad.
3) Pedro, Juan y Santiago.
Jesús está presente: a los discípulos por su
cuerpo, a los profetas por su espíritu, y a Dios por su Ser, y aparece como el
eje y el centro de los tres planos e inicia una circulación entre las tres
tríadas.
Cristo está en el centro de un diagrama llamado “Mandorla” formada por círculos
concéntricos, que significan la totalidad de las esferas del universo creado.
Un pentágono inscrito a menudo en el círculo de la mandorla,
representa la “Nube Luminosa” signo del Espíritu Santo y
Fuente trascendente de las Energías Divinas.
Moisés, quien durante 40 días y 40 noches permaneció en el Monte llevado
por la nube (Ex 24,18) y tuvo la visión de la zarza ardiente y la
revelación del Nombre Divino, está de pie llevando las Tablas de la Ley escritas
por el dedo de Dios (Ex 31,18). En el icono aparece generalmente imberbe,
vestido con un manto azul-violeta, recuerdo del vestido sacerdotal que
le fue revelado. (Ex 28,31)
Esta túnica teñida de purpura-azul, representa la vida
celestial, el desapego de las cosas de la tierra. Es una túnica aérea,
se extiende desde la cabeza a los pies, es decir que la Ley no quiere una
virtud truncada, es el vestido de la transformación espiritual que lleva
aquél a quien Dios nombre “Su Amigo”. La cima en
la que Moisés está parado es un recuerdo de su elevación sobre el Monte
Sinaí.
Elías llegó al mismo Monte, después de una marcha y un ayuno de 40 días y 40
noches. Allí encontró a Dios en la voz de un silencio tenue (1Reyes 19,8-18).
El hombre colérico, el hombre resuelto a quien Dios doblegó y a quien infundió
el don de la misericordia, el poder sobre los elementos, el poder de resucitar
al hijo de la viuda; es con Moisés y Juan Bautista, uno de los grandes testigos
de Dios. Es también el modelo de la vida ascética y de la oración eficaz.
Cristo rodeado por los tres apóstoles, testigos de la humanidad
viviente, por Moisés testigo de la morada de los muertos, los infiernos; y
Elías, testigo de los Cielos donde subió. Cristo brilla con una Luz que nada
debe a la luz cósmica. El manifiesta la “LUZ INCREADA”.
.
La “Luz Increada” reviste a Cristo, a los Santos, es
la Verdadera Luz, que ya iluminaba el Paraíso. En esa Luz, no habitual para
nuestros ojos, que hizo caer a los apóstoles, pero en la que están cómodos
Moisés y Elías.
“La Luz del Siglo Venidero” que apareció anticipadamente en el
Sinaí y se manifestó plenamente en el Monte Tabor, es el objeto de la búsqueda
de los cristianos. Se puede decir que el icono de la Transfiguración de Nuestro
Señor Jesucristo es el de la condescendencia y de la misericordia divinas: el
Cristo durante su vida terrestre veló su esplendor para que nosotros pudiéramos
soportar verlo.
El rollo que sostiene en su mano izquierda es el de las Escrituras que
Él está cumpliendo. Él sostendrá el libro de la Vida cuando todo esté
terminado. Con su mano derecha nos bendice.
La representación de la Transfiguración es un icono del pasado, del
presente y del porvenir de la humanidad y de cada hombre. Ofrece a nuestra
mirada una realidad, una afirmación. Lo que fue anunciado en el Antiguo Testamento,
Cristo lo muestra, como anticipación cierta de lo que será y de aquella en la
que podremos participar.
El icono es más que un arte, hay que seguir ese llamado litúrgico que
dice: “…que toda carne guarde silencio”, y, entonces en ese
recogimiento silencioso, se abren nuestros ojos, el icono se anima, se hace
sensible y aparece su mensaje secreto.
Como la Luz de la Transfiguración apareció a los tres apóstoles
elegidos por el Señor, como un relámpago, la imagen del mundo venidero nos
alcanzará como verdadera fiesta de la Belleza.
Así canta la Iglesia en su Himno de Laudes, exaltando esta escena
evangélica del Monte Tabor:
Para la Cruz y la crucifixión,
para la agonía debajo de los Olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para los largos días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida con fatiga,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para la desilusión, la soledad, la incomprensión
cuando es gris el horizonte y no hay sabor,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el triunfo gozoso de la resurrección;
cuando todo resplandece y hay fragor,
nada mejor
que el monte Tabor.
para la agonía debajo de los Olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para los largos días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida con fatiga,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para la desilusión, la soledad, la incomprensión
cuando es gris el horizonte y no hay sabor,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el triunfo gozoso de la resurrección;
cuando todo resplandece y hay fragor,
nada mejor
que el monte Tabor.
Amén.
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