ANTE LA CRISIS DE FIDELIDAD EN LOS MATRIMONIOS
"El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza,
una fidelidad inviolable.
Esto es consecuencia del don de sí mismos
que se hacen mutuamente los esposos.
El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo,
no algo pasajero.
"Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas,
así como el bien de los hijos
exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble
unidad" (GS 48,1).
Su motivo
más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza,
de Cristo a
su Iglesia.
Por el
sacramento del matrimonio los esposos
son
capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad.
Por el
sacramento, la indisolubilidad del matrimonio
adquiere un
sentido nuevo y más profundo.
Puede
parecer difícil, incluso imposible,
atarse para
toda la vida a un ser humano.
Por ello es
tanto más importante anunciar la buena nueva
de que Dios
nos ama con un amor definitivo e irrevocable,
de que los
esposos participan de este amor,
que les
conforta y mantiene,
y de que
por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios.
Los esposos que, con la gracia de Dios, dan
este testimonio,
con
frecuencia en condiciones muy difíciles,
merecen la
gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf FC 20)."
(Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1646-1647-1648)
Entrevista
al Doctor Alfonso López Quintás, catedrático emérito de filosofía en la
Universidad Complutense (Madrid) y miembro de la Real Academia Española de
Ciencias Morales y Políticas,
-¿Es la fidelidad en el matrimonio actualmente
un valor en crisis? ¿A qué se debe el declive actual de la actitud
fiel?
A juzgar
por el número de separaciones matrimoniales que se producen, la fidelidad
conyugal es un valor que se halla actualmente cuestionado. Entre las múltiples
causas de tal fenómeno, deben subrayarse diversos malentendidos.
Se
confunde, a menudo, la fidelidad y el aguante. Aguantar significa resistir el
peso de una carga, y es condición propia de muros y columnas. La fidelidad
supone algo mucho más elevado: crear en cada momento de la vida lo que uno, un
día, prometió crear. Para cumplir la promesa de crear un hogar con una persona,
se requiere soberanía de espíritu, capacidad de ser fiel a lo prometido aunque
cambien las circunstancias y los sentimientos que uno pueda tener en una
situación determinada.
Para una
persona fiel, lo importante no es cambiar, sino realizar en la vida el ideal de
la unidad en virtud del cual decidió casarse con una persona. Pero hoy se
glorifica el cambio, término que adquirió últimamente condición de
"talismán": parece albergar tal riqueza que nadie osa ponerlo en tela
de juicio. Frente a esta glorificación del cambio, debemos grabar a fuego en la
mente que la fidelidad es una actitud creativa y presenta, por ello, una alta
excelencia.
Si uno
adopta una actitud hedonista y vive para acumular sensaciones placenteras, debe
cambiar incesantemente para mantener cierto nivel de excitación, ya que la
sensibilidad se embota gradualmente.
Esta
actitud lleva a confundir
el amor personal -que pide de por sí estabilidad y firmeza- con la mera pasión,
que presenta una condición efímera.
De ahí el
temor a comprometerse de por vida, pues tal compromiso impide el cambio. Se
olvida que, al hablar de un matrimonio indisoluble, se alude ante todo a la
calidad de la unión. El matrimonio que es auténtico perdura por su interna
calidad y valor. La fidelidad es nutrida por el amor a lo valioso, a la riqueza
interna de la unidad conyugal.
Obligarse a dicho valor significa renunciar en
parte a la libertad de maniobra -libertad de decisión arbitraria- a fin de
promover la auténtica libertad humana, que es la libertad para ser creativo.
La
psicóloga norteamericana Maggie Gallagher indica, en su libro Enemies of Eros,
que millones de jóvenes compatriotas rehúyen casarse por pensar que no hay
garantía alguna de que el amor perdure. Dentro de los reducidos límites de
seguridad que admite la vida humana, podemos decir que el amor tiene altas
probabilidades de perdurar si presenta la debida calidad. El buen paño perdura.
El amor que no se reduce a
mera pasión o mera apetencia, antes implica la fundación constante de un
auténtico estado de encuentro, supera, en buena medida, los riesgos de ruptura
provocados por los vaivenes del sentimiento.
-Si la fidelidad se halla por encima del afán
hedonista de acumular gratificaciones, ¿qué secreto impulso nos lleva a ser
fieles?
La
fidelidad, bien entendida, brota del amor a lo valioso, lo que se hace valer
por su interna riqueza y se nos aparece como fiable, como algo en lo que
tenemos fe y a lo que nos podemos confiar.
Recordemos
que las palabras fiable, fe, confiar en alguien, confiarse a alguien... están
emparentadas entre sí, por derivarse de una misma raíz latina: fid. El que
descubre el elevado valor del amor conyugal, visto en toda su riqueza, cobra
confianza en él, adivina que puede apostar fuerte por él, poner la vida a esa
carta y prometer a otra persona crear una vida de hogar. Prometer llevar a cabo
este tipo de actividad es una acción tan excelsa que parece en principio
insensata. Prometo hoy para cumplir en días y años sucesivos, incluso cuando
mis sentimientos sean distintos de los que hoy me inspiran tal promesa. Prometer crear un hogar en todas
las circunstancias, favorables o adversas, implica elevación de espíritu,
capacidad de asumir las riendas de la propia vida y estar dispuestos a regirla
no por sentimientos cambiantes sino por el valor de la unidad, que
consideramos supremo en nuestra vida y ejerce para nosotros la función de
ideal.
-Según lo dicho, no parece tener
sentido confundir la fidelidad con la intransigencia...
Ciertamente.
El que es fiel a una promesa no debe ser considerado como terco, sino como
tenaz, es decir, perseverante en la vinculación a lo valioso, lo que nos ofrece
posibilidades para vivir plenamente, creando relaciones relevantes. Ser fiel no
significa sólo mantener una relación a lo largo del tiempo, pues no es
únicamente cuestión de tiempo sino de calidad. Lo decisivo en la fidelidad no
es conseguir que un amor se alargue indefinidamente, sino que sea auténtico
merced a su valor interno.
Por eso
la actitud de fidelidad se nutre de la admiración ante lo valioso. El que malentiende el amor
conyugal, que es generoso y oblativo, y lo confunde con una atracción
interesada no recibe la fuerza que nos otorga lo valioso y no es capaz de
mantenerse por encima de las oscilaciones y avatares del sentimiento.
Será esclavo de los apetitos que lo acucian en cada momento. No tendrá la
libertad interior necesaria para ser auténticamente fiel, es decir, creativo,
capaz de cumplir la promesa de crear en todo instante una relación estable de
encuentro.
Así
entendida, la fidelidad nos otorga identidad personal, energía interior,
autoestima, dignidad, honorabilidad, armonía y, por tanto, belleza. Recordemos
la indefinible belleza de la historia bíblica de Ruth, la moabita, que dice
estas bellísimas palabras a Noemí, la madre de su marido difunto: "No
insistas en que te deje y me vuelva. A dónde tú vayas, iré yo; donde tú vivas,
viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí
moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos, y, si no, que el
Señor me castigue".
-En Iberoamérica y en España parece
concederse todavía bastante importancia a la fidelidad conyugal. ¿Cómo se
conjuga esto con la crisis del valor de la
fidelidad?
En estos
países todavía se conserva en alguna medida la concepción del matrimonio como
un tipo de unidad valiosa que debe crearse incesantemente entre los cónyuges.
De ahí el sentimiento de frustración que produce la deslealtad de uno de ellos.
Esto no impide que muchas personas se dejen arrastrar por el prestigio del
término cambio, utilizado profusamente de forma manipuladora en el momento
actual.
-¿Puede decirse que lo que está en crisis
actualmente son las instituciones a las que se debiera tener fidelidad?
Exige
menos esfuerzo entender el matrimonio como una forma de unión que podemos
disolver en un momento determinado que como un modo de unidad que merece un
respeto incondicional por parte de los mismos que han contribuido a crearla.
Este tipo de realidades pertenecen a un nivel de realidad muy superior al de
los objetos.
Hoy día vivimos en una sociedad
utilitarista, afanosa de dominar y poseer, y tendemos a pensar que podemos
disponer arbitrariamente de todos los seres que tratamos, como si fueran meros
objetos. Esta actitud nos impide dar a los distintos aspectos de nuestra
vida el valor que les corresponde. Nos hallamos ante un proceso de
empobrecimiento alarmante de nuestra
existencia.
Por eso
urge realizar una labor de análisis serio de los modos de realidad que, debido
a su alto rango, no deben ser objeto de posesión y dominio sino de
participación, que es una actividad creadora. Participar en el reparto de una
tarta podemos hacerlo con una actitud pasiva.
Estamos
en el nivel 1 de conducta. Participar en la interpretación de una obra musical
compromete nuestra capacidad creativa. Este compromiso activo se da en el nivel
2. Para ser fieles a una persona o a una institución, debemos participar
activamente en su vida, crear con ella una relación fecunda de encuentro -nivel
2-. Esta participación nos permite descubrir su riqueza interior y comprender,
así, que nuestra vida se enriquece cuando nos encontramos con tales realidades
y se empobrece cuando queremos dominarlas y servirnos de ellas, rebajándolas a
condición de medios para un fin.
-Al analizar la cuestión de la fidelidad,
volvemos a advertir que la corrupción de la sociedad suele comenzar por la
corrupción de la mente...
-Sin
duda. Es muy conveniente leer la Historia entre líneas y descubrir que el deseo
de dominar a los pueblos suele llevar a no pocos dirigentes sociales a
adueñarse de las mentes a través de los recursos tácticos de la manipulación. Si queremos ser libres y vivir
con la debida dignidad, debemos clarificar a fondo los conceptos, aprender a
pensar con rigor, conocer de cerca los valores y descubrir cuál de ellos ocupa
el lugar supremo y constituye el ideal auténtico de nuestra vida.
María Ángeles Almacellas,
Doctora en Filosofía. Universidad Complutense, Madrid.
Doctora en Filosofía. Universidad Complutense, Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario