El cuerpo humano: ¿Adorado o despreciado?
Reflexión
de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves
para un Mundo Mejor" (9 de agosto de 2015)
Habrán notado ustedes, queridos
amigos, (me parece un dato evidente) que en la cultura que se va imponiendo, en la cultura
vigente, se verifica una especie de adoración del cuerpo. La gente rinde
culto a su cuerpo: gimnasio, alimentación cuidada, cosmética, camas solares,
etc., y no sólo las mujeres, que está bien que lo hagan y lo han hecho desde
siempre, pero ahora los varones también lo hacen.
Hoy el cuerpo importa muchísimo, muchísimo. Lo que importa sobre todo es el aspecto exterior del cuerpo para lograr que el propio cuerpo resulte bello, grato, seductor y que esa tendencia se lleva hasta el extremo. No me gusta la cara que tengo y entonces la arreglo. Vienen las cirugías faciales y las cirugías de otras partes del cuerpo. Hay partes en las cuales las mujeres se apresuran rápidamente a lucir de otra manera, a lucir, según ellas creen, mejor. Entonces acomodan el cuerpo para que parezca mejor, siempre de acuerdo a una impresión subjetiva y las imposiciones mediáticas.
Hay una especie de adoración por algo cuya naturaleza se desconoce. Lo que se desconoce, en realidad, es que el hombre es cuerpo y alma. Es un compuesto en el cual el cuerpo importa muchísimo ciertamente porque es el órgano de nuestro contacto con la realidad exterior, con la realidad material, pero no se lo puede encarar desde un punto de vista predominantemente o exclusivamente estético. Incluso, a veces, uno ve ciertos casos de cirugías que se suponen arreglan la cara y dejan al operado como un como monstruo; quedan espantosos y sin embargo ellos andan encantados con el cambio.
Por el contrario, en esta misma cultura que impulsa a una adoración del cuerpo muchas veces se lo desprecia como si no existiera, cono si no fuera, en su realidad biológica uno mismo, mi yo. Eso se da, sobre todo, donde impera la ideología de género que supone que no existen diferencias biológicas inalterables entre varón y mujer. No quieren saber nada con ese pasaje de la Biblia, en el Génesis 1,27, que dice: “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó”. El hombre, el ser humano, la especie humana es varón y mujer.
Y esa diferencia, varón y mujer, no es una construcción cultural y subjetiva. Influye muchísimo la educación, por supuesto, pero esa diferencia física biológica constituye la naturaleza de la persona, aún cuando hoy día, la quieran alterar. Basta notar que el cuerpo del varón y el cuerpo de la mujer ajustan perfectamente el uno en el otro. ¿Y para qué? Para que el hombre deje a su padre y a su madre, como también dice el libro del Génesis, se una a su mujer y sean los dos una sola carne. Todo esto, hoy día, con todas las mezclas que se han impuesto ya no se quiere recordar. En esto se juega algo fundamental: no lo reconocen gente sesuda, universitarios, periodistas, ni lo reconocen legisladores que ya han legislado en contra de esa realidad. La ideología se impone sobre la realidad y la aplasta.
Y uno se pregunta: ¿cómo es posible que se verifiquen estas dos tendencias tan opuestas? Por un lado el cuerpo es todo y lo adoro, por otro el cuerpo no importa y yo hago con él lo que quiero y me cambio, si a mi me parece que yo no soy del sexo que soy me cambio de sexo según las diversas posibilidades que se ofrecen aunque la nuez de Adán siga impertérrita en su sitio. Lo digo con todo respeto por las personas, a quienes comprendo y acompaño. Analizo y juzgo un fenómeno cultural.
Aquí hay algo que hay que pensar porque el problema principal, me parece a mí, es el problema antropológico que es que el hombre vea lo que es, que reconozca lo que es, que reconozca su propia verdad. Lo que está en juego, ahora, es la verdad del hombre, la verdad sobre el hombre, con todas las dificultades y dramas que eso implica.
Nosotros, cristianos, tenemos la dicha de que nuestra gran tradición, que se apoya en La Biblia y también en el humanismo clásico, nos asegura acerca de lo que somos. El género humano es varón y mujer en una complementariedad que incluye igual dignidad y derechos. El cuerpo es una parte esencial de nuestro yo y tenemos que tratar de cuidarlo todo lo que se pueda, pero no para que sea adorado, o para que se descuide la dimensión espiritual, el alma, nuestro espíritu, que nos pone en contacto con Dios. Más importante que esta vida terrena es la vida eterna; en ella, finalmente, nuestros cuerpos mortales resucitarán. Así lo afirman la fe cristiana, que otorga a la dimensión material de nuestro ser el valor que le corresponde.
Mons. Héctor
Aguer, arzobispo de La Plata
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