Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

28 de agosto de 2015

LA FE JUNTO CON LA RAZÓN (SAN AGUSTÍN)

De la CARTA APOSTÓLICA 
AUGUSTINUM HIPPONENSEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL XVI CENTENARIO 
DE LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN,
Obispo y Doctor de la Iglesia
(28 de agosto de 1986)


Dos párrafos:

Razón y fe (II, 1)

El problema que más lo atormentó a San Agustín en su juventud y al que volvió una y otra vez con toda la fuerza de su ingenio y toda la pasión de su alma, fue el problema de las relaciones entre la razón y la fe: un problema eterno, de hoy no menos que de ayer, de cuya solución depende la orientación del pensamiento humano. Pero también problema difícil, ya que se trata de pasar indemnes entre un extremo y el otro, entre el fideísmo que desprecia la razón, y el racionalismo que excluye la fe. El esfuerzo intelectual y pastoral de Agustín fue el de demostrar, sin sombra de duda, que "las dos fuerzas que nos permiten conocer" [69] deben colaborar conjuntamente.

Agustín escuchó a la fe, pero no exaltó menos a la razón, dando a cada cual su propio primado o de tiempo o de importancia [70]. Dijo a todos el crede ut intelligas, pero repitió también el intellige ut credas [71]. Escribió una obra, siempre actual, sobre la utilidad de la fe [72], y explicó cómo la fe es la medicina destinada para curar el ojo del espíritu [73], la fortaleza inexpugnable para la defensa de todos, especialmente de los débiles, contra el error [74], el nido donde se echan las plumas para los altos vuelos del espíritu [75], el camino corto que permite conocer pronto, con seguridad y sin errores, las verdades que conducen al hombre a la sabiduría [76]

Pero sostuvo también que la fe no está nunca sin la razón, porque es la razón quien demuestra "a quién hay que creer" [77]. Por lo tanto, "también la fe tiene sus ojos propios, con los cuales ve de alguna manera que es verdadero lo que todavía no ve" [78]. "Nadie, pues, cree si antes no ha pensado que tiene obligación de creer", puesto que "creer no es sino pensar con asentimiento" —cum assentione cogitare— ...hasta tal punto, que "la fe que no sea pensada no es fe" [79].

El razonamiento sobre los ojos de la fe desemboca en el de la credibilidad, del que Agustín habla con frecuencia aportando los motivos, como si quisiera confirmar la conciencia con la que él mismo había vuelto a la fe católica. Interesa citar un texto. Escribe él: "Son muchas las razones que me mantienen en el seno de la Iglesia católica. Aparte la sabiduría de sus enseñanzas (para Agustín este argumento era fortísimo, pero no lo admitían sus adversarios), ...me mantiene el consentimiento de los pueblos y de las gentes; me mantiene la autoridad fundada sobre los milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, consolidada por la antigüedad; me mantiene la sucesión de los obispos, de la sede misma del Apóstol Pedro, a quien el Señor después de la resurrección mandó a apacentar sus ovejas, hasta el episcopado actual; me mantiene, finalmente, el nombre mismo de católica, que no sin razón ha obtenido esta Iglesia solamente" [80].

En su gran obra La ciudad de Dios, que es al mismo tiempo apologética y dogmática, el problema de la razón y de la fe se convierte en el de fe y cultura. Agustín, que tanto trabajó por promover la cultura cristiana, lo resuelve exponiendo tres argumentos importantes: la fiel exposición de la doctrina cristiana; la atenta recuperación de la cultura pagana en todo aquello que tenía de recuperable, y que bajo el punto de vista filosófico no era poco; y la demostración insistente de la presencia en la enseñanza cristiana de todo aquello que había en aquella cultura de verdadero y perennemente útil, con la ventaja de que se encontraba perfeccionado y sublimado [81]

No en vano se leyó mucho La Ciudad de Dios durante la Edad Media, y merece ciertamente que se la lea también en nuestros tiempos como ejemplo y acicate para reflexionar mejor en torno a las relaciones entre el cristianismo y las culturas de los pueblos. 

Vale la pena citar un texto importante de Agustín: "La ciudad celestial... convoca a ciudadanos de todas las naciones... sin preocuparse de las diferencias de costumbres, leyes o instituciones..., no suprime ni destruye cosa alguna de éstas; al contrario, las acepta y conserva todo lo que, aunque diverso en las diferentes naciones, tiende a un mismo fin: la paz terrena, pero con la condición de que no impidan la religión que enseña a adorar a un sólo Dios, sumo y verdadero" [82].


A los jóvenes (final IV)

Para terminar, voy a dedicar una palabra a los jóvenes, a quienes Agustín amó mucho como profesor antes de su conversión[283], y como Pastor, después [284]

Él les recuerda su gran trinomio: verdad, amor, libertad; tres bienes supremos que se dan juntos. Y les invita a amar la belleza, él que fue un gran enamorado de ella [285]. No sólo la belleza de los cuerpos, que podría hacer olvidar la del espíritu [286], ni sólo la belleza del arte [287], sino la belleza interior de la virtud [288], y sobre todo la belleza eterna de Dios, de la que provienen la belleza de los cuerpos, del arte y de la virtud. 

De Dios, que es "la belleza de toda belleza"[289], "fundamento, principio y ordenador del bien y de la belleza de todos los seres que son buenos y bellos" [290]

Agustín, recordando los años anteriores a su conversión, se lamenta amargamente de haber amado tarde esta "belleza tan antigua y tan nueva" [291], y quiere que los jóvenes no le sigan en esto, sino que, amándola siempre y por encima de todo, conserven perpetuamente en ella el esplendor interior de su juventud [292].

NOTAS
[69] Contra Acad., 3, 20, 43: PL 32, 957.
[70] Cf. De ordine, 2, 9, 26: PL 32, 1007.
[71] Cf. Serm., 43. 9: PL 38, 258.
[72] Cf. De utilitate credendi: PL 42, 65-92.
[73] Cf. Confess., 6, 4, 6: PL 32, 722; De serm. Domini in monte. 2, 3, 14: PL 34, 1275.
[74] Cf. Ep., 118, 5, 32: PL 33, 447.
[75] Cf. Serm., 51, 5, 6: PL 38, 337.
[76] Cf. De quantitate animae, 7, 12: PL 32, 1041-1042.
[77] De vera relig., 24, 45: PL 34, 1041-1042.
[78] Ep., 120, 2, 8: PL 33, 456.
[79] De praed. sanctorum, 2, 5: PL 44, 962-963.
[80] Contra ep. Man., 4, 5: PL 42, 175.
[81] Cf. p. es. De civ. Dei, 2, 29, 1-2: PL 41, 77-78.
[82] De civ. Dei, 19, 17: PL 41, 645.


283] Cf. Confess., 6, 7, 11-12: PL 32, 725; De ordine, 1, 10, 30: PL 32, 991.
[284] Cf. Ep., 26: 118; 243; 266: PL 33, 103-107; 431-449; 1054-1059; 1089-1091.
[285] Cf. Confess., 4, 13, 20: PL 32, 701.
[286] Cf. Confess., 10, 8, 15: PL 32, 785-786.
[287] Cf. Confess., 10, 34, 53: PL 32, 801.
[288] Cf. Ep., 120, 4, 20: PL 33, 462.
[289] Confess., 3, 6, 10: PL 32, 687.
[290] Solil., 1, 1, 3: PL 32, 870.
[291] Confess., 10, 27, 38: PL 32, 795.
[292] Cf. Ep. 120, 4, 20: PL 33, 462.

El enlace para leer completa esta magnífica Carta Apostólica de San Juan Pablo II es:

http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1986/documents/hf_jp-ii_apl_26081986_augustinum-hipponensem.html


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