De la CARTA
APOSTÓLICA
AUGUSTINUM HIPPONENSEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL XVI CENTENARIO
DE LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN,
AUGUSTINUM HIPPONENSEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL XVI CENTENARIO
DE LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN,
Obispo y Doctor de
la Iglesia
(28 de agosto de 1986)
(28 de agosto de 1986)
Dos párrafos:
Razón y fe (II, 1)
El problema
que más lo atormentó a San Agustín en su juventud y al que volvió una y otra
vez con toda la fuerza de su ingenio y toda la pasión de su alma, fue el
problema de las relaciones entre la razón y la fe: un problema eterno, de hoy
no menos que de ayer, de cuya solución depende la orientación del pensamiento
humano. Pero también problema difícil, ya que se trata de pasar indemnes entre
un extremo y el otro, entre el fideísmo que desprecia la razón, y el
racionalismo que excluye la fe. El esfuerzo intelectual y pastoral de Agustín
fue el de demostrar, sin sombra de duda, que "las dos fuerzas que nos
permiten conocer" [69] deben colaborar conjuntamente.
Agustín
escuchó a la fe, pero no exaltó menos a la razón, dando a cada cual su propio
primado o de tiempo o de importancia [70].
Dijo a todos el crede
ut intelligas, pero repitió también el intellige
ut credas [71].
Escribió una obra, siempre actual, sobre la utilidad de la fe [72],
y explicó cómo la fe es la medicina destinada para curar el ojo del espíritu [73],
la fortaleza inexpugnable para la defensa de todos, especialmente de los
débiles, contra el error [74],
el nido donde se echan las plumas para los altos vuelos del espíritu [75],
el camino corto que permite conocer pronto, con seguridad y sin errores, las
verdades que conducen al hombre a la sabiduría [76].
Pero sostuvo también que la fe no está nunca sin la razón, porque es la razón
quien demuestra "a quién hay que creer" [77].
Por lo tanto, "también la fe tiene sus ojos propios, con los cuales ve de
alguna manera que es verdadero lo que todavía no ve" [78].
"Nadie, pues, cree si antes no ha pensado que tiene obligación de
creer", puesto que "creer no es sino pensar con asentimiento" —cum
assentione cogitare— ...hasta tal punto, que "la fe que no sea pensada
no es fe" [79].
El
razonamiento sobre los ojos de la fe desemboca en el de la credibilidad, del
que Agustín habla con frecuencia aportando los motivos, como si quisiera
confirmar la conciencia con la que él mismo había vuelto a la fe católica.
Interesa citar un texto. Escribe él: "Son muchas las razones que me
mantienen en el seno de la Iglesia católica. Aparte la sabiduría de sus
enseñanzas (para Agustín este argumento era fortísimo, pero no lo admitían sus
adversarios), ...me mantiene el consentimiento de los pueblos y de las gentes;
me mantiene la autoridad fundada sobre los milagros, nutrida con la esperanza,
aumentada con la caridad, consolidada por la antigüedad; me mantiene la
sucesión de los obispos, de la sede misma del Apóstol Pedro, a quien el Señor
después de la resurrección mandó a apacentar sus ovejas, hasta el episcopado
actual; me mantiene, finalmente, el nombre mismo de católica, que no sin razón
ha obtenido esta Iglesia solamente" [80].
En su
gran obra La ciudad de Dios,
que es al mismo tiempo apologética y dogmática, el problema de la razón y de la
fe se convierte en el de
fe y cultura. Agustín, que tanto trabajó por promover la cultura
cristiana, lo resuelve exponiendo tres argumentos importantes: la fiel
exposición de la doctrina cristiana; la atenta recuperación de la cultura
pagana en todo aquello que tenía de recuperable, y que bajo el punto de vista
filosófico no era poco; y la demostración insistente de la presencia en la
enseñanza cristiana de todo aquello que había en aquella cultura de verdadero y
perennemente útil, con la ventaja de que se encontraba perfeccionado y
sublimado [81].
No en vano se leyó mucho La
Ciudad de Dios durante la
Edad Media, y merece ciertamente que se la lea también en nuestros tiempos como
ejemplo y acicate para reflexionar mejor en torno a las relaciones entre el
cristianismo y las culturas de los pueblos.
Vale la pena citar un texto
importante de Agustín: "La ciudad celestial... convoca a ciudadanos de
todas las naciones... sin preocuparse de las diferencias de costumbres, leyes o
instituciones..., no suprime ni destruye cosa alguna de éstas; al contrario,
las acepta y conserva todo lo que, aunque diverso en las diferentes naciones,
tiende a un mismo fin: la paz terrena, pero con la condición de que no impidan
la religión que enseña a adorar a un sólo Dios, sumo y verdadero" [82].
A los jóvenes (final IV)
Para terminar,
voy a dedicar una palabra a los jóvenes, a quienes Agustín amó mucho como
profesor antes de su conversión[283], y como
Pastor, después [284].
Él les
recuerda su gran trinomio: verdad, amor, libertad; tres bienes supremos que se
dan juntos. Y les invita a amar la belleza, él que fue un gran enamorado de
ella [285]. No sólo
la belleza de los cuerpos, que podría hacer olvidar la del espíritu [286], ni sólo
la belleza del arte [287], sino la
belleza interior de la virtud [288], y sobre
todo la belleza eterna de Dios, de la que provienen la belleza de los cuerpos,
del arte y de la virtud.
De Dios, que es "la belleza de toda belleza"[289],
"fundamento, principio y ordenador del bien y de la belleza de todos los
seres que son buenos y bellos" [290].
Agustín, recordando los años anteriores a su conversión, se lamenta amargamente
de haber amado tarde esta "belleza tan antigua y tan nueva" [291], y
quiere que los jóvenes no le sigan en esto, sino que, amándola siempre y por
encima de todo, conserven perpetuamente en ella el esplendor interior de su
juventud [292].
NOTAS
El enlace para leer completa esta magnífica Carta Apostólica de
San Juan Pablo II es:
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1986/documents/hf_jp-ii_apl_26081986_augustinum-hipponensem.html
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