¡VENI SANCTE SPIRITUS!
Al
empezar así su invocación al Espíritu Santo,
la Iglesia hace suyo el contenido
de la oración de los Apóstoles reunidos con María en el Cenáculo de Jerusalén;
más aún, la prolonga en la historia y la actualiza siempre.
Es el primer verso de la Secuencia de Pentecostés, antiquísimo himno atribuido al Papa Inocencio III (1161-1216), que se canta en este día, con pensamientos de sublime espiritualidad. Su lectura pausada y atenta es de gran riqueza interior. Aquí su original en latín y su traducción:
Latín
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Castellano
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Veni, Sancte Spiritus,
Et emitte caelitus
Lucis tuae radium.
Veni, pater pauperum,
Veni, dator munerum,
Veni, lumen cordium.
Consolator optime,
Dulcis hospes animae,
Dulce refrigerium.
In labore requies,
In aestu temperies,
In fletu solatium.
O lux beatissima,
Reple cordis intima
Tuorum fidelium.
Sine tuo numine
Nihil est in homine,
Nihil est innoxium.
Lava quod est sordidum,
Riga quod est aridum,
Sana quod est saucium.
Flecte quod est rigidum,
Fove quod est frigidum,
Rege quod est devium.
Da tuis fidelibus
In te confidentibus
Sacrum septenarium.
Da virtutis meritum,
Da salutis exitum,
Da perenne gaudium.
Amen. Alleluia.
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Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de la pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor
nuestra frialdad,
corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en Tí, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría. Amén, Aleluia. |
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