Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

6 de mayo de 2016

EL SEXTO ARTÍCULO DEL CREDO


“Et ascédit in caelum:
sedet ad déxteram Patris”



Una hoja del Códice iluminado de Bamberg.
Creado en el scriptorium del monasterio benedictino de Reichenau  en la isla del mismo nombre en el lago Constanza, en Alemania, entre los años 1000 y 1020.







A) En cuanto hombre

Es de fe que Cristo Jesús, consumada nuestra redención, subió a los cielos en cuerpo y alma.

Y esto en cuanto hombre, porque, en cuanto Dios, jamás estuvo ausente de él, estando presente en todas partes con su divinidad.


B) Por su propia virtud

Confesamos también que Cristo subió a los cielos por su propia virtud, no por extraño poder, como sucedió a Elias, que fue llevado a los cielos sobre un carro de fuego (101), o al profeta Habacuc (102), o al diácono Felipe (103), que salvaron notables distancias sostenidos y elevados en el aire por el poder de Dios.

Y no sólo ascendió en cuanto Dios, por la omnipotencia y virtud de su divinidad, sino también en cuanto hombre: porque, si bien es cierto que esta gloriosa ascensión no hubiera podido realizarse con las solas fuerzas naturales, sin embargo, aquella divina virtud de que estaba dotada el alma gloriosa de Cristo pudo mover a su placer el cuerpo (104); y el cuerpo, también en estado glorioso, pudo obedecer fácilmente a los deseos del alma que le movía. Por esto creemos que Cristo subió a los cielos por su propia virtud en cuanto Dios y en cuanto hombre.


En la segunda parte del artículo confesamos: "Está sentado a la diestra del Padre". Adviértese en esta expresión una figura usada frecuentemente en los libros sagrados: atribuir a Dios cualidades humanas y aun miembros corpóreos por acomodación a nuestro modo de entender y de expresar las cosas. Siendo espíritu puro, no puede concebirse en Dios nada corpóreo. Y como en lo humano se estima señal de honor el estar sentado a la derecha de una persona, de ahí que -trasladando el ejemplo a las realidades divinas - confesemos en el Símbolo que Cristo está sentado a la diestra de su Padre, significando con ello la gloria que Él consiguió en cuanto hombre sobre todos los demás hombres.

"Estar sentado" no significa aquí la posición del cuerpo, sino expresa simbólicamente la firme y estable posesión de aquella suprema potestad y gloria que Cristo recibió de su Padre. Así dice el Apóstol: Según la fuerza de su poderosa virtud que Él ejerció en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. A Él sujetó todas las cosas bajo sus pies (Ep 1,20-22).

Resulta, pues, claro que esta gloria es tan propia y exclusiva de Cristo, que en modo alguno puede convenir a ninguna otra criatura humana. El mismo San Pablo lo repite en otro lugar más claramente: ¿Ya cuál de los ángeles dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies? (He 1,13 Ps 109,1).




A) Ultima meta de toda una vida

Un análisis más profundo de la historia de la ascensión - admirablemente narrada por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles (105) - nos hará ver que todos los demás misterios de la vida de Cristo se refieren, como a su fin, al de la ascensión y en ella encuentran su más perfecto cumplimiento: en la Encarnación tuvieron principio todos los misterios de nuestra religión y la Ascensión representa el término de la vida del Salvador sobre la tierra.


Los demás artículos del Símbolo que se refieren a Jesucristo nos muestran su inmensa bondad en la humillación: nada, en efecto, puede concebirse más humillante que el hecho de que Él haya querido asumir nuestra humana y débil naturaleza y padecer y morir por nosotros. La Resurrección, en cambio, y la Ascensión, con el consiguiente triunfo a la diestra del Padre, representan lo más grandioso y admirable que puede decirse para la glorificación de su divina y gloriosa majestad.


B) ¿Por qué ascendió Cristo?

Merecen especial atención los motivos por los que Cristo subió a los cielos.


a) Y en primer lugar subió porque a su cuerpo, revestido de inmortalidad en la resurrección, no le convenía esta nuestra oscura y tenebrosa morada, sino la excelsa y esplendorosa del cielo. Subió, pues, no solamente para tomar posesión de aquella gloria y reino, que había conquistado con su sangre, sino también para preocuparse y cuidarse de todo lo conveniente a nuestra eterna salvación.


b) Subió en segundo lugar para demostrarnos "que su Reino no es de este mundo" (106). Los reinos de la tierra son temporales y perecederos, y sólo pueden sostenerse con abundancia de riquezas y con potencia de armas; el reino de Cristo, en cambio, es espiritual y eterno, no terreno y carnal, como esperaban los judíos. Colocando su trono en el cielo, Jesús nos enseña que sus tesoros y sus bienes son espirituales, y que en su reino los más ricos y poseedores de bienes serán quienes más se hubieren afanado en buscar las cosas de Dios. Escuchad, hermanos míos carísimos - nos dice el apóstol Santiago -, ¿no escogió Dios a los pobres según el mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del reino que tiene prometido a los que le aman?.


c) Quiso el Señor, por último, al subir a los cielos, que nosotros le siguiéramos en su ascensión con toda el alma y con todo el deseo. En su muerte y resurrección nos enseñó a morir y resucitar espiritualmente, y en su ascensión nos enseña a levantar nuestro pensamiento al cielo, y nos recuerda que mientras estamos en la tierra somos peregrinos y huéspedes que buscan la patria (He 11,13), conciudadanos de los santos y familiares de Dios (), porque somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo (Ph 3,20).


C) Los beneficios de la Ascensión

Mucho antes de que sucediera, el profeta David cantaba ya  la eficacia y grandeza de la Ascensión de Cristo y los indecibles bienes que la divina misericordia había de derramar sobre nosotros: Subiendo a las alturas, llevó cautiva a la cautividad y repartió dones a los hombres (Ep 4,8 Ps 67,19).

1) Cristo, subido a los cielos, envió el Espíritu Santo (107), que llenó con su fecundidad y poder a aquella multitud de fieles presentes en el cenáculo, cumpliendo así su divina promesa: Pero Yo os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero, si me fuere, os le enviaré (Jn 16,7).

2) Según San Pablo, subió Jesús a los cielos además para comparecer en la presencia de Dios a favor nuestro (He 9,24). Hijitos míos - escribía San Juan -, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, Abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo, Él es la propiciación por nuestras pecados (1Jn 2,1-2). Nada puede llenar de más alegría y esperanza nuestros corazones como el pensar que Jesucristo - que goza ante el Padre de toda gracia y autoridad - es el defensor de nuestra causa y el intercesor de nuestra salvación.

3) Por último, Cristo "nos preparó un lugar en el cielo", según había prometido, y tomó posesión en nombre de todos - como cabeza del cuerpo místico - de la gloria celestial. Con su ascensión abrió las puertas, cerradas por el pecado de Adán, y nos allanó el camino que conduce a la bienaventuranza, como también lo había prometido a los discípulos en la última cena (109). Y como garantía del cumplimiento de esta promesa, llevó consigo a las moradas celestiales las almas de los justos, rescatadas del infierno.




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