EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
Si solo para esta vida tenemos puesta
nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres
(I Cor 15, 19).
La Resurrección de Jesucristo, Beato Fra Angélico
En su comentario al Símbolo de los Apóstoles, Santo Tomás de Aquino nos
ofrece cuatro razones sobre la utilidad de la fe y de la esperanza en el
misterio de la resurrección de la carne; resurrección que Cristo nos ha hecho
posible con su triunfante, gloriosa y personal resurrección del sepulcro.
Primero, para sobreponernos
a la tristeza que nos produce la muerte de los nuestros. Es imposible que uno
no sienta la muerte de un ser querido; pero si esperamos su resurrección, se
mitiga considerablemente el dolor. Hermanos no queremos que ignoréis la
suerte de los difuntos, para que no os entristezcáis como los hombres sin
esperanza (I Thes 4, 12).
Segundo, porque libran
del miedo de la muerte. Si el hombre no espera otra vida mejor después de
su fallecimiento, la muerte sería sin duda muy de temer, y se justificaría
cualquier cosa con tal de no morir. Pero como creemos que existe esa vida
mejor, a la que llegaremos después de la muerte, está claro que nadie debe
temerla ni cometer maldad alguna por evitarla. Para aniquilar por medio
de su muerte al que detentaba el señorío de la muerte, es decir, al diablo, y
libertar a cuantos, por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a la
esclavitud (Heb 2, 14-15).
Tercero, porque nos vuelven
alertados y afanosos para obrar bien. Si no contase el hombre con más vida que
la actual, tampoco tendría mayor afán por obrar virtuosamente; hiciese lo que
hiciese, quedaría insatisfecho, puesto que sus deseos solo tendrían como objeto
un bien limitado a un cierto tiempo. Pero como creemos que por lo que hacemos
aquí recibiremos bienes eternos en la resurrección, esta fe nos impulsa a
practicar el bien. Si solo para esta vida tenemos puesta nuestra
esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres(I Cor
15, 19).
Cuarto, porque nos retraen
del mal. Del mismo modo que es un estímulo para obrar bien la esperanza del
premio, retrae del mal el miedo al castigo que creemos estar reservado a los
malos. Y marcharán los que hayan hecho el bien a una resurrección de
vida, y los que hayan hecho el mal a una resurrección de condena (Jn 5,
29)» (Santo Tomás de Aquino, Obras catequéticas,
Ed. Eunate, Pamplona 1995, p. 90-91).
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