Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

12 de abril de 2017

MIRAD AL POLLINO

EL SUBLIME OFICIO DEL SACERDOCIO MINISTERIAL CATÓLICO
 Entrada en Jerusalén, pintura románica, ermita de San Baudelio, Soria, España (s.XI)

La Liturgia contiene rúbricas muy sabias.
Son formas que expresan realidades excelsas.
Una breve reflexión coloquial muy oportuna en esta Semana Santa, acerca de la indicación del Misal Romano de “inclinarse un poco” al momento de recitar la fórmula de la consagración.


         Hay una indicación ritual, muy escueta, a la que pocos sacerdotes hoy hacen caso, y que es la expresión de una realidad profunda y esencial, que hace a nuestra identidad sacerdotal.
         Ocurre en el corazón de la Misa, cuando el celebrante toma en sus manos la hostia y se dispone a comenzar a decir las palabras que transformarán ese pan en el Cuerpo herido, llagado, ultrajado, traspasado de Cristo. Ese Cristo, hecho Cordero de Dios, Sacrificio de expiación, ese Cristo manso y humilde, callado como oveja llevada a matadero, literalmente ha de ser llevado, cargado, por el sacerdote celebrante. Hay que portar al que todo contiene, como dice san Juan Crisóstomo.
         Y para eso la Liturgia nos indica una escueta consigna: inclinarse (cfr. Plegarias Eucarísticas, Misal Romano) Y aunque de paso sea un gesto de profunda veneración, no es esa su primera acepción: más bien se trata de inclinarse como lo hace un animal ensillado para ser montado.
         Durante siglos y siglos (al menos catorce) este “inclinarse” fue enfático, intenso, al punto que ambos codos y antebrazos debían apoyarse sobre el altar; hoy la discreta rúbrica sólo indica que se inclina un poco (parum), sin explicitar cuánto ni cómo. Pero aún reducido a mesura y sobriedad, el gesto expresa con notable plasticidad lo que por siglos comentaron los Padres y místicos: el sacerdote carga sobre sí al Cristo sufriente; como Cristo cargó con nosotros al cargar sobre sus espaldas la Cruz. Él nos cargó; ahora el sacerdote lo carga a Él. Suavemente, delicadamente, piadosamente.
         Pero para dar con el modo exacto de estos adverbios, con la precisa manera en que hacerlo, por siglos y siglos el consejo fue unánime: mirad al pollino
         ¿Quieres, sacerdote, hallar la forma más exquisita, más ajustada, más pura con que tomarlo y cargarlo? Mira al asno, mira al burrito. Ni las águilas en su vuelo señorial, ni el cordero en su ternura, ni los leones en su bravura, ni los venados en su hermosura, podrán enseñarte este arte sacerdotal con que portar sobre tu lomo al Rey y Señor para que avance resuelto hacia el ara del Sacrificio donde derramar su Vida por nosotros.
         Las rúbricas no son el alma de la Liturgia mas la contienen, como el cuerpo contiene el espíritu. Por eso, cuando un sacerdote descuida este minúsculo gesto y consagra muy erguido sacando pecho, lo grave no es si cometió o no una infracción; lo triste, lo penoso es que el sacerdote olvide su función de burro, desdibuje su humildísimo rol con que hacer de mula de carga, que en su andar calmo y sereno, firme y seguro, lleva sobre su espalda el peso completo de la Salvación del Mundo, carga sobre su lomo al Dios anonadado que avanza para ser partido y entregado en alimento.
         El cura que al momento de consagrar, en vez de achicarse al extremo se realza y hasta mira contento a los fieles que le miran, más que una infracción, más que un torpor celebrativo, hace el penoso ridículo como el de aquel burro de Samaniego o aquel otro de Luciani, creyendo que el centro es él. 

         Un burrico que saca pecho tira a su jinete. Un asno que, engreído por los Hossanas y aplausos, perdiera la curvatura de su humilde gesto y condición, arroja y despide al Cristo que porta.
         Sólo en la escuela del señor Jumento los clérigos aprendemos el oficio. Sólo el burro nos desasna. Su opaco pelaje gris, su hocico gacho, su mirada silente, su andar calmo, son arte celebrativo. Pero de modo eminente, porque sabe que no es ni gacela, ni cóndor, ni león, sabe que lo suyo no es mostrar espléndida cornamenta, ni dorada melena ni cuello de armiño; sabe que lo suyo, lo que le otorga nobleza y gallardía, no es su frente sino sus espaldas, la hospitalaria y segura planicie de su lomo.
         Sabe el burro (y hemos de saber los sacerdotes) que suya y nuestra es la raza de los que valemos no por lo que somos sino por lo que portamos; suya y nuestra es la estirpe de los que curvamos la espalda para que Madre y Niño huyan de los Herodes de todos los tiempos; el linaje de los que nos arqueamos y doblamos ante el altar para que Cristo, nuestro Dios y Señor, vuelva a montarnos y sea llevado hasta la cumbre del Per Ipsum.
         ¡Devuélvenos, Señor, a nosotros, indignos e inútiles siervos tuyos, el arte pollino, el arte de revalorar nuestras espaldas más que nuestras caras, el arte de inclinarnos ante tu altar y como insignificante litera ofrecer nuestra osamenta para que entre el Rey de la Gloria!. Para que, así como al asno lo marcaste con el signo de la Cruz sobre su lomo, también nosotros llevemos en la carne de nuestras aradas espaldas, el indeleble Signo que salva.
(Meditación del Monasterio del Cristo Orante, Mendoza, Argentina)

El Padre Pío en el momento de la Consagración.


Principio del formulario


En el antiguo Misal Romano, ésta es la rubrica al momento de la consagración.

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