LA
DIVINA MISERICORDIA Y LA FALSA MISERICORDIA
Homilía en el Domingo de la Divina Misericordia,
Mons. Clarence Richard Silva, Obispo de Honolulú, Hawaii,
12 de Abril de 2015,
Iglesia de Nuestra Señora del Buen Consejo,
Pearl City, Hawaii
Monseñor Clarence Richard Silva, obispo de Honolulu, Hawai.
Estamos aquí para
celebrar la Divina Misericordia, ese increíble, abrumador, magnánimo, paciente
y amoroso atributo con el que Dios nos persigue como un sabueso celestial para
mantenernos cerca de Él cuando nos hemos desviado y pecado.
Es una misericordia que
vemos tan claramente en el Evangelio de hoy. Jesús primero encuentra a sus
amigos más cercanos que lo abandonaron en su hora más grande de necesitad,
incluyendo los tres que se quedaron dormidos cuando Él les pidió orar, y uno que
negó incluso que lo conocía, no una vez, no dos veces, sino tres veces. Sus
primeras palabras para ellos son: “¡La paz esté con Vosotros!”. En vez de
exhalar reprimendas merecidas, sopló sobre ellos el don del Espíritu Santo. En
lugar de amonestarlos por ser poco dignos de confianza, les confía una tarea:
su propia misión de perdonar pecados. Cuando uno de ellos que no estaba cuando
Él apareció por primera vez expresó la mayor duda y escepticismo, Él se le
aparece y lo desafía a satisfacer sus
dudas.
Esta es la Misericordia
Divina que llevó a Jesús a perdonar a los que, injusta y cruelmente, lo
condenaron a una horrible muerte por crucifixión. Y esto sorprendió a un
discípulo que creyó entender sus profundidades cuando preguntó qué significaba
perdonar siete veces diciéndole que perdonando setenta veces siete estaría más
cerca de la realidad.
Esta es la Divina
Misericordia que no escatimó incluso al Hijo de Dios para que diera su vida y
así esa rebelde humanidad pudiera alcanzar la salvación.
Esta es la Divina
Misericordia expresada en un padre que había casi como caído muerto por su hijo
rebelde, pero que le da, nuevamente, la
bienvenida con gran fiesta cuando su hijo muestra su remordimiento. Tal
misericordia, que es tan difícil de comprender, sin embargo es tan real.
A la par de este
atributo divino, está la misericordia diabólica. Recientemente leí lo siguiente
como reacción a los fieles que insisten en creer que el verdadero matrimonio
sólo puede ser entre un hombre y una mujer:
A mis amigos cristianos
les digo que el Jesús de la Biblia era un hombre que, cada vez que se
confrontaba con personas acusadas de algún pecado imperdonable, usualmente se
sentaba y partía el pan con ellos. Ofrecía gracia, perdón y amor. [Joel Mathis,
Honolulu StarAdvertiser, 04/05/15, p. E6.]
Es la naturaleza del diablo
tomar la verdad y torcerla para sus perversos propósitos. Aquí el autor —y
muchos otros en nuestra cultura de hoy— señalan la verdad de la magnánima
misericordia de Jesús, pero presumen que la misericordia de Jesús no exige la
conversión del pecado. Presumen que, porque Jesús es tan misericordioso y tan
amoroso, realmente no le importa si pecamos o no. Y dicen que Cristo es ciego
al pecado porque Él está ciegamente enamorado de cada persona. Tal pensamiento
retorcido toma la verdad y la distorsiona de modo que ya no es la verdad, sino lo
opuesto.
Si seguimos este camino
de pensar hasta su lógica conclusión, entonces, tenemos que preguntar qué
significado tiene Jesús. Si no hay pecado del cual necesitemos ser salvados,
entonces ¿por qué molestarse en acercarse al trono de la misericordia? Si la
gracia es tan barata que podemos chasquearle los dedos a Dios para ordenarla,
¿Entonces por qué Jesús se molestó en sufrir tanto por nosotros? ¿Por qué quiso
que, de sus heridas, brotara agua y sangre, para lavarnos y nutrirnos, si
en primer lugar tal baño nunca fue realmente necesario?
¿Por qué Jesús no ordenó
a Sor Faustina dirigir la pintura de su retrato con un guiño en su ojo,
guiñándole a todo pecado y perversión que pudiéramos cometer porque realmente
no importa?
En cambio Jesús ordenó a
Sor Faustina su retrato pintado con una enorme herida en su corazón, una herida
que sangra porque está tan roto por lo que el pecado nos ha hecho; una herida
que nos invita a acercarnos a ella para que nuestra suciedad pueda ser lavada
en el agua como en un océano de misericordia
Tal vez aquí está la
explicación de porqué el número de
católicos que confiesan regularmente sus pecados hoy es tan bajo. Hemos sido
engañados por un concepto diabólico de misericordia que nos convence que el
amor de Dios es tan inmenso que no hay posibilidad de castigo. Tal vez es eso que tan pocas personas se
acercan al Señor Jesús para adorarlo, para gritarle: “¡Señor mío y Dios mío!”,
ya que si no hay necesidad de un Salvador, entonces ¿para qué dar algún tiempo
a Jesús?
Satanás, nuestro antiguo
enemigo, es tan astuto. Él no retrata a Jesús como un juez severo que está
listo para condenarnos por la mínima transgresión de la ley. El diablo toma la
verdad de la inmensidad de la misericordia de Dios y lo distorsiona para
convencernos de que no hay nada que pudiéramos hacer que necesitare en absoluto
el baño de la misericordia, simplemente porque a Jesús no le importa si pecamos
o no. Esta es la misericordia diabólica. Es esta diabólica misericordia que la
Divina Misericordia desea destruir. Jesús dijo: “¡Arrepentíos y creed en el
Evangelio!”. Pero si a Él no le importa si pecamos, ¿por qué debería
importarle si nos arrepentimos?
La Divina Misericordia
sabe muy bien que somos pecadores, que nos hemos dejado engañar tan fácilmente
como nuestros primeros padres se dejaron engañar. La Divina Misericordia ve
claramente nuestra inmundicia y nuestra anemia, y nos lava con agua y sangre
del costado herido de Jesús, no para afirmarnos en nuestro pecado, sino para
amarnos en la conversión. La Divina Misericordia se sienta y comparte el pan
con los más grandes pecadores, pero nunca para pasar por alto nuestros pecados,
sino más bien para permitir que el amor de Jesús toque nuestros corazones y queramos
arrepentirnos. Él abre su corazón a nosotros, los pecadores, para que ya no consideremos como gravosos los
mandamientos de Dios, sino como nuestro camino hacia la libertad y el gozo.
Hay una gran lucha estos
días entre la sutil pero destructiva misericordia diabólica, que hace guiños al
pecado, y la Divina Misericordia, que mira penetrante al pecado e invita al
pecador a alejarse y ser lavado en el eterno manantial del agua y la sangre que
viene del costado abierto de Jesús. Podemos tan fácilmente ser engañados. Es
por esto que es tan importante siempre reconocer la necesidad de un Salvador y
clamarle, “Señor mío y Dios mío” Es por esto que es esencial no tener miedo
sino siempre gritar: “¡Jesús, Yo confío en Ti!
(abajo, dos fotos de la Catedral católica de Nuestra Señora de la Paz,
en Honolulu, Hawai, USA)
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