EL TIEMPO PASCUAL
En el reciente documento presentado
por la CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS
SACRAMENTOS
llamado:"DIRECTORIO
HOMILÉTICO"(Vaticano, 2014)
al referirse al Tiempo Pascual destaca
los puntos que debiera considerar el predicador sagrado (homileta)
51. «Para la misa
del día de Pascua, se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el
hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos
de los Evangelios propuestos para la noche Sagrada, o, cuando hay misa
vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban
de camino hacia Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los
apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del
Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua
vivido en la Iglesia. Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del
Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. Las lecturas del buen
Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. En los domingos quinto,
sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la
oración del Señor después de la última cena» (OLM 99- 100). La rica serie de
lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el Triduo representa
uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor resucitado en la
vida de la Iglesia, y pretende ser instructiva y formativa para el pueblo de
Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la Semana Santa y del
Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá
variadas ocasiones para poner el acento en la Pasión, Muerte y Resurrección de
Cristo como contenido central de las Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado en el que el
homileta puede y debe hacer resonar la fe de la Iglesia sobre lo que representa
el corazón de su proclamación: Jesucristo murió por nuestros pecados «según las
Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día «según las Escrituras»
(1Cor 15,4).
52. En primer
lugar existe la oportunidad, en especial durante los tres primeros domingos, de
transmitir las diversas dimensiones de la lex credendi de la Iglesia en un
tiempo privilegiado como este. Los párrafos del Catecismo de la Iglesia
Católica que tratan de la Resurrección (CEC 638- 658) son, en sí mismos, la
explicación de muchos de los diversos textos bíblicos claves proclamados en el
tiempo Pascual. Estos párrafos pueden ser una guía segura para el homileta que
tiene la tarea de explicar al pueblo cristiano, sobre la base de los textos de
la Escritura, lo que el Catecismo, por su parte llama, en diversos capítulos,
«el acontecimiento histórico y trascendente» de la Resurrección, el significado
«de las apariciones del Resucitado», «el estado de la humanidad resucitada de
Cristo» y «la Resurrección – obra de la Santísima Trinidad».
53. En segundo
lugar, en los domingos del Tiempo de Pascua la primera lectura no está tomada
del Antiguo Testamento sino de los Hechos de los Apóstoles. Muchos pasajes narran
ejemplos de la primera predicación apostólica, en los que podemos reconocer que
los propios Apóstoles emplearon las Escrituras para anunciar el significado de
la muerte y la Resurrección de Jesús. Otros narran las consecuencias de esta
última y sus efectos en la vida de la comunidad cristiana. A partir de estos
pasajes, el homileta tiene en su mano algunos de sus más fuertes y
fundamentales instrumentos. Observa cómo los Apóstoles se han servido de las
Escrituras para anunciar la muerte y Resurrección de Jesús y se comporta del
mismo modo, no solo a propósito del pasaje que está tratando sino adoptando un
estilo similar para todo el año litúrgico. Reconoce, además, la potencia de la
vida del Señor resucitado, que actúa en las primeras comunidades, y proclama
con fe al pueblo que la misma potencia está todavía operante entre nosotros.
54. En tercer
lugar, la intensidad de la Semana Santa con el Triduo Pascual, seguido de la
gozosa celebración de los cincuenta días que culminan en Pentecostés, es para
los homiletas un tiempo excelente para tejer vínculos entre las Escrituras y la
Eucaristía. Justamente en el gesto de «partir el pan» – recuerda la entrega
total de sí por parte de Jesús en la Última Cena y después en la Cruz – los
discípulos se dan cuenta de cuánto ardía su corazón mientras el Señor les abría
la mente para comprender las Escrituras. Todavía hoy es deseable un esquema
análogo de comprensión. El homileta se prepara con diligencia para explicar las
Escrituras pero el significado más profundo de cuanto dice emergerá del «partir
el pan» en la misma Liturgia, siempre que haya sabido resaltar esta conexión
(cf. VD 54). La importancia de tales vínculos ha sido mencionada claramente por
el Papa Benedicto XVI en la Verbum Domini:
«Estos relatos
muestran cómo la Escritura misma ayuda a percibir su unión indisoluble con la
Eucaristía. “Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la Palabra de
Dios leída y anunciada por la Iglesia en la Liturgia conduce, por decirlo así,
al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la
Eucaristía, como a su fin propio”. Palabra y Eucaristía se pertenecen tan
íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios
se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía
nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su
vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (VD 55).
55. En cuarto
lugar, desde el V domingo de Pascua la dinámica de las lecturas bíblicas se
traslada de la celebración de la Resurrección del Señor a la preparación del
momento culminante del Tiempo de Pascua, y a la Venida del Espíritu Santo en
Pentecostés. El hecho de que los pasajes evangélicos de estos domingos estén
todos extraídos de los discursos de Cristo al final de la Última Cena,
manifiesta su profundo significado eucarístico. Las lecturas y las oraciones
ofrecen al homileta la ocasión de exponer cual es la función del Espíritu Santo
en el camino que vive la Iglesia. Los párrafos del Catecismo que conciernen «al
Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas» (CEC 702-716) se
refieren a las lecturas de la Vigilia pascual, relacionadas con la obra del
Espíritu Santo, mientras que los párrafos que consideran el tema «el Espíritu
Santo y la Iglesia en la Liturgia» (CEC 1091-1109) pueden servir de ayuda al
homileta para ilustrar cómo el Espíritu Santo hace presente en la Liturgia el
Misterio Pascual de Cristo.
56. Con una
homilética que encarne estos principios y las prospectivas que resaltan a lo
largo del Tiempo Pascual, el pueblo cristiano llegará pronto a celebrar la
Solemnidad de Pentecostés en la que Dios Padre, «en su Verbo, encarnado, muerto
y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en
nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo» (CEC
1082). La Lectura de ese día, tomada de los Hechos de los Apóstoles, cuenta el
evento de Pentecostés, mientras el Evangelio ofrece la narración de lo que
sucede la tarde del Domingo de Pascua. El Señor resucitado exhaló sobre sus
discípulos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Pascua es
Pentecostés. Pascua ya es el don del Espíritu Santo. Pentecostés, no obstante,
es la convincente manifestación de la Pascua a todas las gentes, ya que reúne
muchas lenguas en el único lenguaje nuevo que comprende las «grandezas de Dios»
(Hch 2,11) manifestadas y reveladas en la Muerte y Resurrección de Jesús. En la
Celebración Eucarística, además, la Iglesia reza: «Te pedimos, Señor, que,
según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos haga comprender la realidad
misteriosa de este sacrificio y nos lleve al conocimiento pleno de toda la
verdad revelada» (oración sobre las ofrendas). Para los fieles, la
participación en la Sagrada Comunión en este día, se convierte en el
acontecimiento de su Pentecostés. Mientras se dirigen en procesión a recibir el
Cuerpo y la Sangre del Señor, la antífona de Comunión pone en sus labios el
canto de los versículos de la Escritura tomados de la narración de Pentecostés,
que dice: «Se llenaron todos de Espíritu Santo, y hablaban de las maravillas de
Dios. Aleluya». Estos versículos encuentran su cumplimiento en los fieles que
reciben la Eucaristía. La Eucaristía es Pentecostés.
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