José de Arimatea y Nicodemo
R. Después de sepultar al Señor, hicieron rodar
una gran piedra a la entrada del sepulcro y lo sellaron. Y pusieron guardias para custodiarlo.
V. Los jefes
de los sacerdotes se presentaron ante Pilato, y le pidieron que diese orden de vigilar el sepulcro.
R. Y
pusieron guardias para custodiarlo.
(Responsorio del Oficio de Lectura del Sábado Santo)
Dos hombres de la clase culta de Israel:
José de Arimatea y
Nicodemo
Del libro JESUS DE NAZARET II
de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
Los
cuatro evangelistas nos relatan que un miembro acomodado del Sanedrín, José de Arimatea,
pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Marcos (15,43) y Lucas (23,51) añaden que
José era uno «que aguardaba el Reino de Dios», mientras que Juan (cf. 19,38) lo
considera un discípulo secreto
de Jesús, un discípulo que hasta aquel momento no se había manifestado abiertamente
como tal por temor a los círculos judíos dominantes.
Juan
menciona además la participación de Nicodemo (cf. 19,39), de cuyo coloquio
nocturno con Jesús sobre el nacer y el volver a nacer de nuevo había hablado en
el tercer capítulo (cf. vv. 1-8). Después del drama del proceso, en el cual
todo parecía una conjura contra Jesús y ninguna voz parecía levantarse en su
favor, venimos ahora a saber del otro Israel: personas que están a la espera.
Personas
que confían en las promesas de Dios y van en busca de su cumplimiento. Personas
que en la palabra y en la obra de Jesús reconocen la irrupción del Reino de
Dios, el inicio del cumplimiento de las promesas.
Habíamos
encontrado en los Evangelios personas como éstas, sobre todo entre la gente sencilla:
María y José, Isabel y Zacarías, Simeón y Ana, además de los discípulos; pero
ninguno de ellos pertenecía a los círculos influyentes, aunque provenían de
distintos niveles culturales y diferentes corrientes de Israel.
Ahora
—tras la muerte de Jesús— salen a nuestro encuentro dos personajes destacados
de la clase culta de Israel que, aun sin haber osado declarar su condición de
discípulos, tenían sin embargo ese corazón sencillo que hace al hombre capaz de
la verdad (cf. Mt 10,25s).
Mientras
que los romanos abandonaban los cuerpos de los ejecutados en la cruz a los
buitres, los judíos se preocupaban de que fueran enterrados; había lugares
asignados por la autoridad judicial precisamente para eso.
En
este sentido, la petición de José entra dentro de lo habitual en el derecho
judío. Marcos dice que Pilato se asombró de que Jesús hubiera muerto ya, y que primero
se cercioró por el centurión de la verdad de esta noticia.
Una
vez confirmada la muerte de Jesús, concedió su cuerpo al miembro del consejo
(cf. 15,44s).
Sobre
el entierro mismo, los evangelistas nos transmiten varias informaciones
importantes:
Ante
todo, se subraya que José hace colocar el cuerpo del Señor en un sepulcro nuevo
de su propiedad, en el que todavía no se había enterrado a nadie (cf. Mt 27,60;
Lc 23,53; Jn 19,41). Esto manifiesta un respeto profundo por este difunto. Al
igual que el «Domingo de Ramos» se había servido de un borrico sobre el que
nadie había montado antes (cf. Mc 11,2), así también ahora es colocado en un
sepulcro nuevo.
Es
importante además la noticia según la cual José compró una sábana en la que
envolvió al difunto. Mientras los Sinópticos hablan simplemente de una sábana,
en singular, Juan habla de «vendas» de lino (cf. 19,40), en plural, como solían
hacer los judíos en la sepultura. El relato de la resurrección vuelve sobre
esto con más detalle.
Finalmente,
Juan nos dice que Nicodemo llevó una mixtura de mirra y áloe, «unas cien
libras».
Y
prosigue: «Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según
se acostumbra a enterrar entre los judíos» (19,39s).Pero la cantidad de aromas
es extraordinaria y supera con mucho la medida habitual: es una sepultura
regia. Si en el echar a suertes sus vestiduras hemos vislumbrado a Jesús como
Sumo Sacerdote, ahora el tipo de sepultura lo muestra como Rey: en el instante
en que todo parece acabado, emerge sin embargo de modo misterioso su gloria.
El Descendimiento de la Cruz
de ROGER VAN DER WEYDEN (1400 1464) escuela gótica flamenca.
Se pueden observar a José de Arimatea y Nicodemo, con ricos ropajes, en tanto San Juan consuela a María.
OTRA PINTURA QUE RELATA EL SELLADO DEL SANTO SEPULCRO
Willian Dyce: EL SELLADO DEL SANTO SEPULCRO
La pintura de arriba es de
William Dyce (pintor escocés del siglo XIX) y representa el cierre del santo sepulcro
del Señor, en un ambiente que respira serenidad y santa esperanza.
Es la caída de
la tarde en Jerusalén, y está concluyendo el Viernes Santo.
Se observa a Nicodemo
y José de Arimatea, que han cerrado el Santo Sepulcro y salen del jardín. Postradas frente a la entrada de la tumba, dos de las Marías lloran
desconsoladas.
En primer plano, la Virgen, triste, serena, doliente, guardando
en su corazón la pasión del Hijo, camina de la mano de San Juan Evangelista, el
hijo recibido aquella misma tarde, “iuxta Crucem”.
El rostro de la Virgen Madre no es joven, está demacrado, contiene el dolor y
concentra su mirada en la corona de espinas del Señor, que lleva en una mano;
la otra descansa sobre la mano de Juan, que la mira entristecido.
Al fondo cae la tarde pascual, con nubarrones
tormentosos que clarean en la línea de los montes, por donde declinó el Sol,
con un cielo abierto de suave azul crepuscular más arriba.
Así, como esa escena de suave y recogida intimidad, de dolor profundo y
esperanza recóndita, de esa forma imagino también el retorno de los que
estuvieron junto a Él en el Calvario, la vuelta a la Ciudad Santa de quienes le
lloraron y pusieron su Cuerpo en el sepulcro.
El rostro de la Virgen Madre no es joven, está demacrado, contiene el dolor y concentra su mirada en la corona de espinas del Señor, que lleva en una mano; la otra descansa sobre la mano de Juan, que la mira entristecido.
Al fondo cae la tarde pascual, con nubarrones tormentosos que clarean en la línea de los montes, por donde declinó el Sol, con un cielo abierto de suave azul crepuscular más arriba.
Así, como esa escena de suave y recogida intimidad, de dolor profundo y esperanza recóndita, de esa forma imagino también el retorno de los que estuvieron junto a Él en el Calvario, la vuelta a la Ciudad Santa de quienes le lloraron y pusieron su Cuerpo en el sepulcro.
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