7 DE OCTUBRE:
Nuestra Señora del Rosario
El Papa San Juan Pablo II escribió en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” lo siguiente:
“El Rosario de la Virgen María,
difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de
Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el
Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer
Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir
frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo
que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes,
y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in
altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y
Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la
historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la
civilización».
El Rosario, en efecto, aunque se
distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología.
En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el
mensaje evangélico, del cual es como un compendio.
En él resuena la oración de María, su
perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno
virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la
belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor.
Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas
de las mismas manos de la Madre del Redentor.
Esta oración ha tenido un puesto
importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. El Rosario me ha acompañado
en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas
preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo.
El 29 de octubre de 1978, dos semanas
después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé
así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa
en su sencillez y en su profundidad.
Con el trasfondo de las Avemarías pasan
ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El
Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, luminosos, dolorosos y
gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir–
del Corazón de su Madre.
Al mismo tiempo nuestro corazón puede
incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del
individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias
personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que
llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario
sintoniza con el ritmo de la vida humana».
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