CUANDO EL PRAGMATISMO Y EL RELATIVISMO
PREVALECEN SOBRE LA VERDAD,
Y EL PODER ES UN FIN EN SI MISMO
Un mal de nuestro tiempo es la proliferación de dirigentes
que se caracterizan por su desinterés
por la filosofía, la sabiduría, la cultura, la historia, las artes,
la religión,
y lo que en verdad les mueve es el afán de protagonismo social,
el ansia infinita de poder político y sociológico,
y el engaño
disfrazado con la verdad de sus mentiras ideológicas
donde abundan los argumentos fabricados
con las armas de la falsedad manifiesta y comprobada.
Protágoras de Abdera, primer sofista griego (485 adC - 412 adC)
Los sofistas fueron denunciados por los
filósofos griegos Sócrates (470/469-399 ad.C.), Platón (427-347 ad.C.) y
Aristóteles (384/383-322 ad.C.) de ser los mayores farsantes del saber y del
quehacer político porque cayeron en lo que caen todos los intelectuales y los
políticos proclives a la mentira maquillada de verdades especulativas: en el
relativismo, el escepticismo, el agnosticismo y el ateísmo.
Los sofistas de antes y de ahora, nacen de
las crisis político-culturales y de pensamiento, donde la pluralidad y el
contraste de ideas y creencias han sido desterradas porque los sofistas han
alcanzado el poder político, económico, mediático e intelectual.
Los nuevos, como los viejos sofistas, actúan
en función de lo que les conviene, según acuerdos de consenso y diálogo
preestablecidos para favorecer a los que tienen las riendas del poder.
A los sofistas funcionales de nuestro tiempo,
no les interesa la filosofía del ser ni del saber, desprecian la vida como
búsqueda y encuentro con la sabiduría y la verdad, porque lo único que les
interesa, son los pecuniarios y beneficiosos negocios de la polis, de la
política y las finanzas, lo único que les preocupa son sus necesidades
funcionales del momento.
Así, por ejemplo, las leyes se hacen en
función de las necesidades de ciertos grupos sociales de poder, atendiendo a
los intereses de carácter político, económico, mediático y de grupúsculos de
presión radical. Nuestros sofistas del siglo XXI, son funcionales porque
rechazan el fundamento natural de las leyes y las tradiciones (como puede ser
el matrimonio, la familia, o los valores morales del Cristianismo) por leyes y
normas amorales frutos de una convención, de un contrato, de un consenso sobre
la ocultación de la verdad o la falsedad de la realidad en que vivimos,
gobernados por la ateocracia del neoliberalismo y del neosocialismo, ambos
disfrazados de un anacrónico laicismo radical.
El pragmatismo funcional, pues, prevalece,
sobre las referencias de la Historia del pensamiento y de la cultura y sobre el
bien común y la dignidad de la persona.
Los principales valedores de los sofistas
funcionales son los políticos neoliberales o neomarxistas y sus megamedios de
comunicación. Ellos nos han metido en el caos del convencionalismo diseñado por
sus programas electorales y audiovisuales, en donde predominan las propuestas
de la partidocracia y la sexocracia del individualismo que se saltan los
derechos y deberes constitucionales y los Derechos Humanos fundamentales.
Así, para los sofistas funcionales defensores
de la ideología de género, ya no existen dos sexos, como las leyes de las
ciencias naturales y biológicas así lo demuestran, sino, distintas
orientaciones sexuales, tantas como las necesidades sexuales quieran las leyes
convencionales y funcionales del Estado, amigo de los sofistas y de las
convenciones permisivas consensuadas desde el poder.
Todo está permitido según el código
estipulado por los sofistas funcionales: el relativismo absoluto de sus normas
es un juego donde las reglas las pone cada cual, pero eso sí, desde el consenso
del poder, ídolo supremo. Y ya sabemos lo que dice San Pablo: “¡Todo está
permitido! Pero no todo edifica. Que nadie busque su interés, sino el de los
otros” (1Cor, 10-23-24).
Los sofistas funcionales, quieren convertir
sus normas apañadas en Derecho positivista, en leyes que todos tienen que
obedecer porque si no peligraría la convivencia democrática, lo que ellos
entienden por democracia, que no es sino una democracia formal e impositiva:
democracia totalitaria consensuada por unos cuantos contra el pluralismo de la
mayoría de los ciudadanos.
A los sofistas funcionales, en especial los
que se sirven y utilizan los medios de comunicación, lo único que les importa
para que los ciudadanos sean felices es que éstos sigan sus planteamientos,
que, básicamente buscan que lo más importante en la vida sea dar satisfacción a
nuestros instintos básicos para el placer y que la única ley, es la ley natural
del más fuerte.
Los sofistas funcionales del siglo XXI se
caracterizan por la retórica de los discursos vacíos de ideas y principios,
ahora eso sí, las apariencias de sus palabras parecen transmitirnos mundos
idílicos, utopías consensuadas que nos prometen paraísos artificiales.
En el correcto uso de la retórica y la
dialéctica, no se parecen a los sofistas de la democracia ateniense, en la
Grecia de los siglo IV y V ADC., que eran expertos maestros del lenguaje en
público. Sin embargo, por sus sofismas, por sus argumentos falaces, fueron
desterrados de la vida social y cultural cuando aparecen los discursos de la
verdad filosófica de los sabios platónicos y aristotélicos.
Los sofistas funcionales del siglo XXI, sólo
han mantenido de los sofistas griegos decadentes, su desinterés por la
filosofía, la sabiduría, la cultura, la historia, las artes, la religión, ya
que lo que en verdad les mueve es el afán de protagonismo social, el ansia
infinita de poder político y sociológico, y por supuesto el engaño disfrazado
con la verdad de sus mentiras ideológicas donde abundan los argumentos
fabricados con las armas de la falsedad manifiesta y comprobada.
Los sofistas, en fin, viven del poder, por el
poder y para el poder desde el cual hablan de la libertad sin más contenidos
que sus mentiras y esclavitudes porque les importa muchísimo que las naciones
no conozcan la verdad, ni el bien común, ni la justicia y ni mucho menos la
libertad.
Diego Quiñones Estévez.
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