EL DON DE CONSEJO
Es el don del Espíritu Santo que permite al cristiano discernir la
verdad y el bien. Son contrarios a este don: la temeridad, el apresuramiento, la precipitación y la suficiencia.
Consejo es un acto de la prudencia, que
prescribe la consideración y la elección de medios para llegar a un fin.
Así, pues, el don de consejo atiende a la dirección de las acciones particulares. Es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes. Lo que la sabiduría, la fe y la ciencia enseñan en general, el don de consejo lo aplica en particular. Por lo tanto, es fácil comprender su necesidad, puesto que no basta saber si una cosa es buena por sí misma, sino que es necesario juzgar si es buena también en las circunstancias presentes, y si es mejor que otra y más propia para el fin que se pretende. Y todo esto se conoce por el don de consejo.
Este don lo comunica el Espíritu Santo más o menos, según la fidelidad con que se corresponda. AI que le comunique poco, si es fiel en usar bien este poco, puede estar seguro que recibirá más, hasta que esté lleno en La proporción de su capacidad es decir, hasta que tenga tanto como le hace falta para cumplir los designios de Dios y Llevar a cabo los deberes de su empleo y de su vocación. Pues se juzga con razón, que una persona está llena del espíritu de Dios cuando realiza suficientemente todas las funciones de su estado.
Todas las mañanas debemos pedir al Espíritu
Santo su ayuda para todas las acciones del día, reconociendo humildemente
nuestra ignorancia y debilidad y diciéndole que seguiremos su dirección con
entera docilidad de espíritu y de corazón. Además, al principio de cada acción,
le pediremos luz para hacerla bien, y al final, perdón de las faltas que
hayamos cometido. De esta manera estaremos durante todo el día pendientes de
Dios, que es el único que sabe en qué situaciones especiales nos podemos
encontrar, y puede por consiguiente guiarnos con certeza en todas las
circunstancia por medio de su consejo, mejor que por todas las luces que
podamos tener, bien sean de fe o de otro don cualquiera que no baja tanto a los
casos particulares.
La pureza de corazón es un medio excelente para obtener el don de consejo, al igual que los demás dones. Una persona que se dedicase, constantemente a purificar su corazón y que tuviese un sólido y buen juicio, adquiriría gran prudencia sobrenatural y destreza divina para manejar toda clase de asuntos; tendría abundancia de luces y de conocimientos infusos para la dirección de las almas, y encontraría mil santas maneras de ejecutar las empresas dirigidas a la mayor gloria de Dios. La prudencia humana, a pesar de todos sus conocimientos y destrezas, tiene en esto muchos fallos y consigue poco resultado. Por la pureza de corazón y una fiel dependencia de la dirección del Espíritu Santo, adquirieron San Ignacio y San Francisco Javier un extraordinario don de prudencia, que los hace admirar tanto.
Los sabios deben guardarse bien de un cierto espíritu de suficiencia, de confianza en sus luces y del apego a su manera de pensar. Los que gobiernan con la luz del Espíritu Santo el Estado, o cualquier otro cuerpo eclesiástico, religioso o civil, no lo harían siempre según el gusto de los que solamente se guían por la prudencia humana. Estos los critican con frecuencia porque su vista no se extiende más allá de los límites de la razón y del sentido común, que son los únicos principios de su manera de proceder: no ven absolutamente nada de la dirección del Espíritu Santo, que esta infinitamente por encima de todos los razonamientos humanos y miras políticas. de Cesar.
El vicio opuesto al don de consejo, es la precipitación a obrar con demasiada prontitud y sin haber considerado bien antes todas las cosas, siguiendo únicamente el ímpetu de la actividad natural y sin tomarse el debido tiempo para consultar al Espíritu Santo. Este defecto, lo mismo que los otros que se oponen a los dones precedentes, a saber: la necedad, la grosería y la ignorancia, son pecados cuando provienen de falta de diligencia para disponerse a recibir las inspiraciones del Espíritu Santo; cuando no se toma el tiempo necesario para pedirle consejo antes de obrar, y cuando al obrar se precipita uno tanto que no se está en condiciones de recibir su asistencia, o cuando se deja uno llevar y obscurecer por la impetuosidad de una pasión.
El apresuramiento es muy
contrario al don de consejo. El santo Obispo de Ginebra combate frecuentemente
este defecto en sus escritos,. Debemos evitarlo a toda costa, porque llena el
espíritu de tinieblas, pone alboroto, amargura e impaciencia en el corazón,
alimenta el amor propio y hace, que nos apoyemos en nosotros mismos.
En cambio
el don de consejo, iluminando el espíritu, derrama en el corazón una unción y
una paz completamente opuestas al apresuramiento y a sus efectos.
La temeridad
es también muy contraria a este don. Porque confiando demasiado en uno mismo,
no se presta la debida atención a las luces y a los consejos de la razón y de
la gracia. Estamos muy sujetos a este vicio, tanto más cuanto que nos falta
cordura y madurez de espíritu, estamos acostumbrados a una conducta pueril y
tenemos demasiada buena opinión de nosotros mismos.
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