Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

31 de mayo de 2015

DIAGNÓSTICO DE LA SOCIEDAD DE HOY

MODERNIDAD Y POSMODERNIDAD EN UNA POSDEMOCRACIA UNIVERSAL Y VIRTUAL

(maqueta idealizada del Coliseo Romano –Anfiteatro Flavio- como luciría en el siglo I, símbolo por antonomasia del lema "panis et circences"

El periodista Juan Manuel de Prada escribe un artículo sobre un libro del político valenciano Orti Bordas, referido a la Posmodernidad y la consecuente Posdemocracia. Los párrafos siguientes son de gran lucidez, haciendo un diagnóstico veraz de nuestro mundo, que trasciende el escenario español actual y está escrito en un español riquísimo.
Aquí unos párrafos:

Todas las enseñanzas de la tradición que la modernidad ya se había ocupado de cuestionar, hostigar y alancear se han desmoronado en la posmodernidad, arrojándonos a una orfandad que sólo podemos combatir con una suerte de frivolidad lúdica.
Inmersos en el caos y el desconcierto (pero un caos apacible y un desconcierto amuermado), después de renegar de cualquier guía o autoridad (y convencidos de que cada cual puede constituirse en autoridad de sí mismo), los hombres posmodernos nos hemos amodorrado con los mass media, hemos cedido a los reclamos publicitarios, nos hemos dejado halagar por los entretenimientos más fútiles y nos hemos ensimismado en la contemplación de nuestro propio ombligo, mendigos de una juventud que queremos alargar grotescamente en el quirófano o mediante el cultivo de aficiones patéticas.
Y, por supuesto, celebramos como grandes conquistas humanas la fragmentación de las ideas, la cultura entendida como mero consumo de baratijas perecederas, el pluralismo de las subculturas, la sumisión a las modas, la celebración idiotizante de cualquier novedad y la exaltación de la propia voluntad, pues el hombre posmoderno, cual chiquilín emberrinchado, se siente autorizado para hacer cualquier cosa con tal de satisfacer sus caprichos y apetencias.
Entretanto, el mundo se ha empequeñecido y a la vez homogeneizado, gracias a los avances tecnológicos y la conversión de los pueblos en masas alienadas (lo que más finamente se denomina «ciudadanía»): todos aspiramos a las mismas cosas, al mismo estilo de vida, a los mismos placebos que mitiguen nuestro sinsentido vital, con el mayor placer y el mínimo esfuerzo.
Cualquier aspaviento ideológico o estético, cualquier moda adventicia se convierte en religión de temporada: hoy es un partido populista constituido con saldos y retales de las tertulias televisivas más casposas, mañana un escritorcillo sin fuste alguno que escribe una crónica de sus excesos juveniles, pasado mañana tal o cual tendencia metrosexual o hipster, según impongan los gurús, porque ya sólo somos zascandiles arrastrados por corrientes globales.
Así florece la posdemocracia. Ortí Bordás la define como una ficción política, una parodia o caricatura, “una situación política supuesta y nominalmente democrática de la que ha sido extraditado el pueblo”
En esta posdemocracia, los poderes oligárquicos pueden hacer lo que libérrimamente desean sin estar sometidos a más voluntad que la suya propia, sabedores de que los nuevos núcleos representativos que surgen del pueblo reducido a masa alienada son informales y efímeros, narcisistas y de fuerzas que se disipan con la rapidez del champán o del trending topic. 
El hombre posmoderno se ha convertido en un hombre de vidrio, escrutado, encuestado y fiscalizado por el poder que, para mayor inri, se siente indefenso y desvalido cuando le falta esa fiscalización.
Son las ventajas de tratar -citamos a Ortí Bordás- con «un individuo enamorado de sí mismo, medularmente materialista, anclado en el presente y sin más horizonte vital que el disfrute del bienestar y el ejercicio de lo que considera sus derechos inalienables e ilimitados».
Allá donde las raíces son negadas, donde los vínculos se consideran un estorbo y la sociedad desarticulada y hedonista se configura como una suma de egoísmos irresponsables que rechazan la búsqueda del bien común, la posdemocracia halla su caldo de cultivo óptimo. Porque nada es más fácil para el poder que halagar necios intereses particulares, para domesticación de masas incapaces para cualquier compromiso fuerte y común.

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