EL DON DEL ENTENDIMIENTO
Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios
y profundizar las verdades reveladas. Al tiempo que agudiza la inteligencia de
las cosas divinas, hace más límpida y penetrante la mirada de las cosas
humanas.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 16-IV-89
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu Santo, que juntamente con ella concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu Santo, que juntamente con ella concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
La
palabra "inteligencia" deriva del latín intus legere, que significa "leer dentro", penetrar,
comprender a fondo. Mediante
este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios"
(1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le
abre el corazón a la gozosa percepción
del designio amoroso de Dios. Se
renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras
haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro:
"¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino,
explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)
Esta
inteligencia sobrenatural se da no sólo a
cada uno, sino también a
la comunidad: a los
Pastores que, como sucesores
de los Apóstoles, son herederos de la promesa específica que Cristo les hizo
(cfr Jn 14:26; 16:13) y a los
fieles que, gracias a la
"unción" del Espíritu (cfr 1 Jn 2:20 y 27) poseen un especial
"sentido de la fe" (sensus fidei) que les guía en las opciones
concretas.
Efectivamente,
la luz del Espíritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de las cosas
divinas, hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las cosas
humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están
inscritos en la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrena de
los acontecimientos, de los que está tejida la historia humana. Y se puede
lograr hasta descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro: "¡signos
de los tiempos, signos de Dios!".
Queridísimos
fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con las palabras de la liturgia:
"Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo" (Secuencia de
Pentecostés).
Invoquémoslo
por intercesión de Maria Santísima, la Virgen de la Escucha, que a la luz del
Espíritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los misterios
realizados en Ella por el Todopoderoso (cfr Lc 2, 19 y 51). La contemplación de
las maravillas de Dios será también en nosotros fuente de alegría inagotable:
"Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador" (Lc 1, 46 s).
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