Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

3 de marzo de 2015

EN CUARESMA: ENTRENAMIENTO ASCÉTICO

SOBRE LA VIRTUD DE LA MODESTIA

San Francisco de Sales
 ENTRETENIMIENTOS ESPIRITUALES (IX)

Con simplicidad y poniendo muchos ejemplos, San Francisco de Sales nos exhorta a crecer en la virtud de la modestia. Este tiempo de Cuaresma es una oportunidad especial para entrenarnos ascéticamente y consolidar este hábito bueno.



¿Cuál es la verdadera modestia?

Hay cuatro virtudes que tienen el nombre de modestia.

1) La primera, que le tiene con eminencia sobre las otras, es la compostura de nuestro semblante exterior; y a esta se le oponen dos vicios, que son la disolución en nuestros gestos, y falta de seriedad, esto es la liviandad; y el otro, que no es menos contrario, es el afectado ademán.

2) La segunda que tiene el nombre de modestia, es la interior compostura de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad. Esta también tiene dos vicios opuestos que son la curiosidad en el entendimiento con la multitud de deseos de saber y entender todas las cosas, y la inestabilidad en nuestras empresas pasando de un ejercicio a otro sin detenernos en nada: el otro vicio es un cierto embelesamiento y pereza de espíritu que no quiere saber ni aprender las cosas necesarias para nuestra perfección; imperfección que no es menos peligrosa que la otra.

3) La tercera especie de modestia consiste en nuestra conversación y palabras, esto es, en nuestro modo de hablar y conversar con el prójimo, evitando las dos imperfecciones que le son opuestas, la rustiquez y la pedantería. La rustiquez impide contribuir al entretenimiento de la honesta conversación; y la locuacidad nos hace hablar tanto y tanto que no dejamos a los otros tiempos para hablar.

4) La cuarta es la honestidad y decencia en los trajes; y los dos vicios contrarios son la suciedad y el superfluo aliño.

Estas son las cuatro especies de modestia.

La primera es sumamente recomendable por muchas razones; primeramente porque nos refrena mucho, y no hay virtud que necesite de tan particular atención, y su valor grande consiste en que nos tenga sujetos, porque todo aquello que nos abate por Dios es de gran mérito y maravillosamente agradable a Dios. La segunda razón es que no solamente nos sujeta por tiempo determinado sino siempre y en todo lugar, tanto estando solos como en compañía, en todo tiempo y aun durmiendo.

Esta virtud también se nos encarga mucho por lo que edifica al prójimo; y os aseguro que la simple modestia exterior ha convertido a muchos, como le sucedió a san Francisco, el cual pasó una vez por una ciudad con tan grande modestia en su semblante, que sin decir una sola palabra le siguió un gran número de jóvenes atraídos de este solo ejemplo para que los enseñase. La modestia es un mudo sermón, y una virtud que san Pablo encarga mucho, particularmente a los filipenses, diciéndoles: Vuestra modestia sea conocida de todos los hombres (Carta a los Filipenses); y a su discípulo san Timoteo, le dice: Conviene que el obispo sea adornado (Tim 3, 2) se entiende de modestia y no de ricos vestidos, para que con su trato modesto dé confianza a todos: llegarse a él, evitando igualmente la rusticidad como la ligereza, a fin de que dando libertad a los mundanos para comunicarse, no piensen que es mundano como ellos.

La virtud, pues, de la modestia observa tres cosas es a saber, el tiempo, el lugar y la persona.

El tiempo: Porque decidme, os ruego, el que no quisiese reír en la recreación sino como cuando está fuera de ella ¿no sería importuno? Hay algunos gestos y semblantes que serían inmodestos fuera de aquel tiempo que entonces de ninguna manera lo son. De la misma manera, el que quisiese reír en medio de las ocupaciones serias y remitir su espíritu, como muy razonablemente lo hace en la recreación, ¿no sería tenido por de poco seso e inmodesto?

El lugar: también se debe observar y las personas y las conversaciones en que uno se halla.

Las personas:  pero con más particularidad la calidad de las personas. La modestia de una mujer del siglo es otra que la de una religiosa. Si una joven que está en el mundo quisiese tener la vista tan baja como nuestras monjas no sería estimada, como tampoco lo sería cualquiera de nuestras hermanas si no la tuviese más baja que las doncellas del mundo. Lo que es modesto para un hombre sería inmodesto para otro respecto de su calidad. La gravedad es extremadamente bien parecida en una persona de edad; pero sería afectada en otra más joven, a la cual conviene una modesta y humilde sumisión.

El ejemplo de Arsenio, hijo del emperador Teodosio

Quiero poneros un ejemplo de vida:

El grande Arsenio, escogido del Papa san Dámaso para educar y enseñar a Arcadio hijo del emperador Teodosio, al que había de suceder en el gobierno del imperio, después de haber sido muchos años estimado en la corte y tan favorecido del emperador como el que más lo haya sido en el mundo, cansado finalmente de todas estas vanidades, aunque no había vivido en la corte menos cristiana que honradamente se resolvió a retirarse al desierto con los santos Padres Eremitas que en él vivían, y ejecutó valerosamente su intento. 

Los padres que habían oído la fama de la virtud de este gran varón se alegraron y consolaron mucho de tenerle en su compañía; trabó particularmente amistad con dos religiosos, el uno de los cuales se llamaba Pastor.

Un día, pues, que todos los monjes estaban juntos para tener una conferencia espiritual, porque esto se ha usado en todos tiempos entre las personas devotas, uno de los padres advirtió al superior que Arsenio cometía ordinariamente una inmodestia porque casi siempre tenía cruzada una pierna sobre otra: es verdad, respondió el padre, ya yo lo había notado, pero este es un hombre principal que ha vivido mucho tiempo en el mundo y ha traído de allá esta postura que usan en la corte. Lo  excusaba  porque sentía reprenderle de una cosa tan ligera en que no había pecado; pero por otra parte deseaba corregirle, porque no tenía otra falta que se pudiese decir de él. El religioso Pastor dijo entonces: Padre mío, no os dé pena, que no habrá dificultad en decírselo y él quedará gustoso: mañana, si os parece, a la hora de la conferencia yo me pondré del mismo modo que él, y me haréis la corrección delante de todos, y así él entenderá que no conviene hacerlo. Así lo ejecutó el superior, reprendiendo a Pastor, y el buen Arsenio oyéndolo se postró a sus pies pidiendo humildemente perdón, diciendo que si bien nadie se lo había advertido, siempre había cometido esta falta porque aquel era su modo ordinario de sentarse en la corte, que pedía le diese penitencia; no se la dio, pero jamás después fue visto en esta postura.

En esta historia hallo yo muchas cosas bien dignas de consideración. Primeramente la prudencia del superior en temer contristar al buen Arsenio con una corrección de cosa de tan poca importancia, buscando no obstante modo de corregirle, en que mostró bien que todos ellos eran exactísimos en la menor cosa que mirase a la modestia.

Después observo la bondad de Arsenio en confesarse culpado, y su fidelidad en enmendarse aunque fuese la falta tan ligera que no era inmodestia en la corte, aunque lo parecía entre aquellos Padres.

También reparo que no debemos espantarnos si todavía tuviéremos alguna costumbre antigua del mundo, pues Arsenio tenía aquella después de haber vivido largo tiempo en el desierto en compañía de tales varones. No se pueden dejar todas las imperfecciones de repente. Y así no hay que afligirnos aunque veamos en nosotros muchas, con tal que tengamos voluntad de vencerlas. Notad también, que no es juicio malo pensar que el superior corrige a alguno de una falta que vos hacéis como él con intento de que sin reprenderos os enmendéis; conviene humillaros profundamente, conociendo que os tiene por flaco y sabe bien que os dolerá la reprensión si va derecha a vos. Debéis amar mucho este abatimiento y humillaros como Arsenio, confesándoos culpable de la misma falta, con tal que siempre os humilléis en espíritu de dulzura y tranquilidad.

Bien veo que deseáis que os diga algo también de las otras virtudes de la modestia. Os digo, pues, que la segunda, que es la interior, causa los mismos efectos en el alma que la otra en el cuerpo; aquella compone los movimientos, los ademanes y semblantes del cuerpo, evitando los dos extremos, que son dos vicios contrarios, la ligereza o disolución, y la compostura demasiadamente afectada; así también la modestia interior mantiene las potencias de nuestra alma en tranquilidad y modestia, evitando, como he dicho, la curiosidad del entendimiento, sobre el cual ejercita principalmente su cuidado, cortando así a nuestra voluntad la multitud de deseos y haciéndola santamente aplicar a aquel solo uno que María escogió y que no le será jamás quitada (Lc 10, 42) que es la voluntad de agradar a Dios.

Marta representa muy bien la modestia de la voluntad, porque ella se inquieta y quiere que todos los criados de casa se ocupen; ella anda aquí y allí sin parar, tanto es el deseo que tiene de regalar a Nuestro Señor; y le parece que nunca habrá harto dispuesto para hacerse buen convite. Así, pues, la voluntad que no es refrenada de la modestia pasa de un objeto a otro para moverse a amar a Dios y a desear muchos medios para servirle; siendo así que no son menester tantas cosas, y que vale más llegarse a Dios como Magdalena perseverando a sus pies pidiéndole que nos dé su amor, que andar pensando de qué manera y por qué medios lo podremos adquirir.

Esta modestia detiene la voluntad dentro de los términos de la práctica de los medios para su adelantamiento en el amor de Dios, según la vocación en que nos hallamos. He dicho que esta virtud se ocupa principalmente en sujetar el entendimiento; porque la curiosidad que naturalmente tenemos es muy peligrosa y hace que jamás sepamos perfectamente una cosa, porque no gastamos el tiempo necesario en aprenderla. Huye también el extremo del otro vicio contrario que es la estolidez y negligencia de espíritu, la que no quiere saber lo necesario. Esta sujeción del entendimiento es importantísima para nuestra perfección; porque al paso que la voluntad se aficiona de una cosa, si el entendimiento le muestra la belleza de otra, la divierte de la primera.

Seguir al Rey

Las abejas no tienen perseverancia alguna mientras no tienen rey, no cesan de vagar por el aire, de perderse y dividirse sin tener reposo en su colmena; pero luego que ha nacido el rey se juntan todas y le acompañan, y no salen sino a la cosecha por obedecerle. 

Así nuestro entendimiento y voluntad, nuestras pasiones y las facultades de nuestra alma, como abejas espirituales hasta que tengan rey, esto es, hasta haber escogido a Nuestro Señor por su rey, no tienen algún reposo, nuestros sentidos no cesan de vaguear curiosamente y tirar nuestras facultades interiores tras sí para derramarse ya en un objeto ya en otro, y así están en un continuo trabajo de espíritu e inquietud que nos hace perder la paz y tranquilidad interior tan necesaria, y esto es lo que nos causan la inmodestia del entendimiento y de la voluntad.

Pero luego que nuestras almas han escogido a Nuestro Señor por su soberano y único rey, sus potencias se recogen como castas abejas o místicas avecillas, y se llegan a él y no salen jamás de su colmena sino para la cosecha de los ejercicios de caridad que este soberano Rey les manda practicar con el prójimo; y luego al punto se vuelven a la modestia, a este santo recogimiento tan amable, para disponer y juntar la miel de santos y amorosos conceptos y afecciones sagradas que sacan de su divina presencia, 

Y así evitaran los dos extremos que hemos dicho, cortando por una parte la curiosidad del entendimiento por la simple atención a Dios, y por la otra la estolidez y pereza del espíritu por los ejercicios de caridad que practican con el prójimo cuando es necesario.  

La vanidad de la mucha ciencia y la importancia de la mucha obra en la perfección espiritual

Un día cierto religioso preguntó al gran santo Tomás de Aquino, cómo había podido llegar a ser tan sabio, y le respondió el Santo: No leyendo más que un libro. Estos días pasados leía yo la regla que san Agustín hizo para sus religiosas donde expresamente dice que las monjas no lean otros libros que los que les dieren las superioras, y después manda lo mismo a los frailes. Tanto conocimiento tenía del mal que trae consigo la curiosidad de querer saber más de aquello que nos es necesario para mejor servir a Dios; lo que es ciertamente bien poco, porque si vos camináis en simplicidad por la observancia de vuestras reglas, serviréis perfectamente a Dios sin derramaras en buscar y querer saber otra cosa. La ciencia no es necesaria para amar a Dios, como dice san Buenaventura, porque una simple mujer es tan capaz de amarle como los hombres más sabios del mundo. Lo que conviene es poca ciencia y mucha obra en lo que toca a la perfección.

Me acuerdo, con relación al peligro que hay en la curiosidad de querer saber muchos medios de perfeccionarse, de haber hallado a dos personas religiosas de dos Órdenes bien reformadas, la una de las cuales, a fuerza de leer los libros de santa Teresa, aprendió a hablar tan bien como ella, y parecía ser otra madre Teresa; y ella se lo creía imaginándose todo lo que la santa Madre hizo en su vida, de tal suerte que se creyó lo hacía ella también, hasta los raptos y suspensiones de potencias, de la misma manera como leía haber los tenido la Santa, y como ella lo relataba muy bien. Otras muchas hay que por pensar a menudo en la vida de santa Catalina de Sena y de la beata Catalina de Génova, piensan también que son por imitación unas santas Catalinas. Estas almas por lo menos tienen algún contento en sí mismas con la imaginación de ser santas, bien que su complacencia es vana. 

Mas la otra monja que traté era de muy diferente humor, porque jamás tenía contento alguno, por la codicia con que estaba de buscar y desear el camino y método de perfeccionarse; y aunque trabajaba por esto, no obstante le parecía que había siempre otro diferente modo del que se la enseñaba. La una de estas religiosas vivía contenta con su santidad imaginaria y no buscaba ni deseaba otra cosa; y la otra descontenta porque su perfección se le escondía y por eso siempre deseaba otra cosa. La modestia interior detiene al alma entre estos dos estados, en la medianía de desear saber lo necesario y no más.

La postura modesta o la modestia exterior

En suma, conviene advertir que la modestia exterior, de que hemos hablado, sirve mucho a la interior para adquirir la paz y tranquilidad del alma. Pruéba de esto son todos los santos Padres que han hecho grandísima profesión de la oración, porque todos han juzgado que la postura más modesta les ayudaba mucho, como estar de rodillas, puestas las manos o los brazos en cruz.

La modestia en el hablar y conversar

La tercera modestia mira a las palabras y modo de conversar; algunas palabras hay que serían inmodestia fuera de la recreación donde justamente y con razón se debe desahogar un poco el espíritu; el que en aquel tiempo no quisiese hablar ni dejar hablar a los otros sino de cosas altas y eminentes, cometería una inmodestia, porque ya hemos dicho que la modestia atiende al tiempo, al lugar y a las personas.

Cuando san Pacomio entró en el desierto a hacer vida monástica tuvo grandes tentaciones, y los malignos espíritus se le aparecían muchas veces en diversas formas. El que escribe su vida dice, que un día que se fue a cortar leña al monte, vino una grande tropa de estos espíritus infernales para espantarle; pusiéronse en orden, como suelen los soldados cuando están de guardia, todos bien armados, y se daban voces los unos a los otros, plaza, plaza al hombre santo. Pacomio, que conoció muy bien eran astucias del espíritu maligno, se puso a sonreír diciendo: Vosotros os burláis de mí, pero yo seré santo si es voluntad de Dios.

Viendo el demonio que no había podido engañarle ni entristecerle, pensó que por el lado de la alegría le podría coger, pues se había reído de su primera emboscada. Fuese, pues, a atar una gran cantidad de cuerdas gruesas a una hoja de un árbol, y muchos demonios se asieran de ellas como para tirar con grande violencia, sudando y gritando como si les costase gran fatiga. El Santo, levantando los ojos y viendo esta locura, se representó a Nuestro Señor Jesucristo crucificado en el árbol de la cruz. Ellos, viendo que el Santo se fijaba en el fruto del árbol y no en las hojas, se fueron todos confusos y corridos. Tiempo hay de reír y tiempo de no reír como también tiempo de hablar y de callar, según este glorioso santo nos enseña en estas tentaciones.

Esta modestia compone nuestro modo de hablar para que sea agradable, no hablando ni muy alto ni muy bajo, ni aun muy lentamente ni muy ásperamente, conteniéndose del todo dentro de los términos de una santa medianía, y dejando continuar a los otros cuando hablan sin interrumpirles, porque esto tiene algo de locuacidad, hablando no obstante cuando le toca por evitar la rusticidad e insuficiencia que nos embaraza tener buena conversación. Muchas veces también se encuentran algunas ocasiones en las que es necesario decir mucho callando por la modestia, igualdad, paciencia y tranquilidad.

El vestir modesto

La cuarta virtud llamada modestia, pertenece al hábito y modo de vestir. De esta no hay que decir otra cosa sino que conviene evitar la inmundicia e indecencia en el modo de vestir, como también el otro extremo de excesivo cuidado y curiosidad afectada de engalanarse; esto es vanidad: pero la limpieza es muy encargada por san Bernardo como indicio grande de la pureza y limpieza del alma.

Hay una cosa en la vida de san Hilarión que parece contraria a esto, porque hablando él un día con cierto caballero que había ido a verle, le dijo: que era cosa superflua buscar la limpieza en un cilicio, que no era menester buscar la limpieza en nuestros cuerpos, que no son más que carne hedionda llena de infección; mas esto era más admirable en aquel gran Santo que imitable.

Verdaderamente no conviene tener mucha delicadeza, pero tampoco andar sucios. Lo que le hizo hablar así a este Santo fue, sino me engaño, ser cortesano con los que hablaba, a los cuales vio de tal suerte dados a la sobrada delicadeza y blandura, que le pareció debía hablarles más ásperamente: como el que quiere enderezar una planta tierna que no solamente la levanta al punto que le quiere dar, sino que la tuerce de la otra parte para que no vuelva a la que se inclina.

 (Librería religiosa Quit ut Deus, Barcelona, 1908)



No hay comentarios:

Publicar un comentario