Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

29 de marzo de 2015

LA REALEZA DE JESUCRISTO


DOMINGO DE RAMOS
JESÚS MONTA UN ASNO
 Y ES ACLAMADO COMO REY


La hermosa pintura de Giotto (c. 1302) que escenifica la entrada de Cristo en Jerusalén
tiene detalles muy significativos:
el semblante sereno del Señor bendiciendo y arropado con un manto regio,
 un habitante de Jerusalen que se quita el manto para colocarlo a sus pies 
y los niños hebreos que cortan ramas de olivo para darle la bienvenida al  descendiente del rey David que sube a la ciudad Santa.



Del libro “Jesús de Nazaret II” de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado: los discípulos echan sus mantos encima del borrico; mientras Mateo (21,7) y Marcos (11,7) dicen simplemente que «Jesús se montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron a montar» (19,35).


Ésta es la expresión usada en el Primer Libro de los Reyes cuando narra el acceso de Salomón al trono de David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote Zadoc, al profeta Natán y a Benaías: «Tomad con vosotros los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel...» (1,33s).


También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella.


Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica:


«¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! 
¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! 
¡Hosanna en las alturas!» 
(Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).




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