Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

4 de marzo de 2015

EN CUARESMA: LAS DIEZ LEPRAS DEL ALMA

LAS DIEZ LEPRAS DEL ALMA
Siguiendo a Santo Tomás de Aquino
“Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos,
que se detuvieron a distancia,
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!"
(Lc.17,11-12)



Es muy actual la explicación de Santo Tomas de Aquino sobre el Evangelio de San Lucas (17, 11-19). Su interpretación afirma que los diez leprosos pueden significar los diez principales pecados de que está enferma la sociedad. Y de la misma manera las voces suplicantes dirigidas por ellos diez para ser curados nos enseñan claramente a quién debemos acudir para ser libres y salvos de todo pecado.
La primera lepra es la herejía, por la cual, habiendo nacido y crecido en la religión de Cristo, renunciamos después a reconocer y a practicar, en todo o en parte, la ley; y esto, muchas veces, por un vil interés o por querer obstinadamente cerrar los ojos a los rayos de la verdad, para abrirlos a las tinieblas de los libros perniciosos.
La segunda es la blasfemia, por la cual vomitamos contra Dios y la Iglesia expresiones tan vergonzosas que nos guardaríamos muy bien de proferir contra cualquiera aunque fuese un malhechor o una asociación de malvados.
La tercera es la gula, por la cual nos hacemos muchas veces inferiores a los mismos animales.
La cuarta lepra es la avaricia por la cual negamos el salario  al obrero o pasamos fríos impasibles ante el pobre para crearnos un patrimonio a base  de los sudores y de los suspiros ajenos.
La quinta es la soberbia, por la que nos elevamos sobre Dios, burlando su sapientísima Ley o sirviéndonos de todos los medios para derribar todo poder divino y humano
La sexta es la ambición por la que hacemos uso de las artes más viles y engañosas para alcanzar un honor que nunca nos otorgaría nuestra propia nulidad ante los méritos ajenos.
La séptima: la hipocresía, por la que disimulamos las miras verdaderamente mundanas so capa de virtud de heroísmo, de magnanimidad  y de filantropía.
La octava es la lujuria, la cual nos hace indignos de nuestra purísima cabeza Jesucristo y de ser templos del Espíritu Santo.
La novena lepra del alma es la injusta persecución contra el prójimo, por la cual no están seguros ni sus bienes ni su vida.
Y la décima: la desesperación final, que cierra tenazmente la mirada a la Divina Misericordia, y hace que se ponga fin a la vida que de Dios hemos recibido.
Estremece la lectura de este precioso texto del Aquinate, porque revela que estos vicios. tan corrientes entre nosotros, son auténtica lepra para el alma, que la debilita, la afea, la aleja paulatinamente de Dios, la desconcierta y la inutiliza gradualmente.
La lepra no supone la muerte, ya que el leproso vive, y siguiendo la tan luminosa descripción el Evangelista Lucas, los leprosos fueron curados, como pueden ser curadas nuestras lepras por muchas y repugnantes que sean, pero hagamos hincapié en la descripción de Lucas: Le vinieron al encuentro diez leprosos, no quedaron no, en su rincón lejano, lamentando su mala suerte, sino que se levantaron de su lecho miserable, corrieron hasta la aldea, se acercaron a Jesús y le pidieron la curación. Lo que demuestra que ningún leproso espiritual que podemos ser todos, se podrá curar si no reconoce su enfermedad, si no desea seriamente la curación, si no se acerca al médico divino y le pide su intervención milagrosa, lo hará en la confesión en cuyas aguas se curarán las diez clases de lepra, herejía, blasfemia, gula, avaricia, soberbia, ambición, hipocresía, lujuria, blasfemia, persecución injusta y desesperación.
Nótese que el Aquinate coloca la herejía como la primera lepra del alma, por lo que de especial relevancia, es su explanación respecto de la herejía en la Summa Theologica (II-II: 11,1). Define la herejía del modo siguiente: Quien profesa la fe cristiana tiene voluntad de asentir a Cristo en lo que realmente constituye su enseñanza. Pues bien, de la rectitud de la fe cristiana se puede uno desviar de dos maneras. La primera: porque no quiere prestar su asentimiento a Cristo, en cuyo caso tiene mala voluntad respecto del fin mismo. La segunda: porque tiene la intención de prestar su asentimiento a Cristo, pero falla en la elección de los medios para asentir, porque no elige lo que en realidad enseñó Cristo, sino lo que le sugiere su propio pensamiento. De este modo es la herejía una especie de infidelidad, propia de quienes profesan la fe de Cristo, pero corrompiendo sus dogmas.
¿No estaremos atacados de alguna de estas lepras o de todas ellas?, y ¿qué esperamos para curarnos?
Germán Mazuelo-Leytón


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