" ... Y vino otro
ángel, y se puso de pie junto al altar,
teniendo un incensario
de oro;
y le fueron dados
muchos perfumes. ..
y el humo de los
perfumes de las oraciones de los santos
subió de manos del ángel ante la presencia de Dios ... "
subió de manos del ángel ante la presencia de Dios ... "
(Apocalipsis, 8, 3-5)
“Suba hasta Ti, Señor,
mi oración como el incienso”
(Salmo 141, 2)
Tienen verdaderamente una noble belleza esos granos, depositados sobre los carbones ardientes, que se escapan -trocados en volutas odoríferas- del instrumento balanceado por el celebrante: diríase que es una melodía de ritmos acompasados y de perfume.
Las volutas de incienso se elevan, sin finalidad práctica alguna,
puras como un canto, derroche soberbio de dones preciosos; amor que todo lo
quiere dar.
Como entonces, cuando el Señor fue a descansar en Betania. María
se acerca a Jesús llevando un vaso precioso y derrama sobre los pies santísimos
del Maestro el nardo, lo seca en seguida con sus propios cabellos, mientras el
perfume llenaba toda la casa. Un corazón estrecho murmuró: "¿Para qué este
desperdicio?"
El Hijo de Dios responde: "Déjala hacer, pues ella ha
guardado este perfume para el día de mi sepultura."
En verdad nos hallamos aquí ante un nuevo misterio: el misterio de
la muerte, del amor y del sacrificio... oculto esta vez en un precioso perfume.
Todo esto revive con el incienso. El incienso es el misterio de la belleza, que nada sabe de fines prácticos, pero que se eleva con gracia y libertad. El misterio del amor que arde, se consume y se exhala al morir.
Todo esto revive con el incienso. El incienso es el misterio de la belleza, que nada sabe de fines prácticos, pero que se eleva con gracia y libertad. El misterio del amor que arde, se consume y se exhala al morir.
No faltan hoy los espíritus estrechos que murmuran aún:
"¿Para qué sirve todo eso?"
El incienso es un sacrificio de perfume, y la Sagrada Escritura
misma: nos dice: "Son las oraciones de los santos". El incienso es el símbolo de la plegaria, y en
especial de aquella oración que no piensa en fines prácticos. De la oración que
nada, para sí, que se alza como el "Gloria" después de cada salmo,
para adorar y dar gracias a Dios "porque es grande."
Sin duda, lo profano podrá deslizarse bajo semejante símbolo. Las nubes perfumadas podrán adormecer secretamente el espíritu y alucinarlo en su religiosidad. En ese caso, la conciencia cristiana protesta con todo derecho cuando recuerda que se debe orar" en espíritu y en verdad," porque la plegaria debe ser casta y sincera.
Sin duda, lo profano podrá deslizarse bajo semejante símbolo. Las nubes perfumadas podrán adormecer secretamente el espíritu y alucinarlo en su religiosidad. En ese caso, la conciencia cristiana protesta con todo derecho cuando recuerda que se debe orar" en espíritu y en verdad," porque la plegaria debe ser casta y sincera.
Pero en la religión abundan también los comerciantes, maestros en
la avaricia espiritual. Esa avaricia procede de alma mezquina, de un corazón
árido, como la murmuración de Judas Iscariote. La oración se repliega en un
utilitarismo espiritual: no debe pasar jamás la medida de la corrección convencional;
debe ser mundanamente razonable.
Esta manera de obrar nada sabe de la magnífica plenitud de la
oración verdadera, que sólo anhela regalar. Nada sabe de la profundidad de la
adoración. Desconoce totalmente el alma de la oración, que no plantea jamás el
problema del ¿"por qué?, ni del "¿para qué?", sino que se eleva
libremente hacia Dios, porque es amor, perfume y belleza. Y cuanto más ama, más
intenso es su sacrificio y el perfume surge del fuego que consume.
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