Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

15 de febrero de 2015

LOS SIGNOS SAGRADOS: VII) EL MANTEL DE LINO DEL ALTAR

“Por reverencia a la celebración del memorial del Señor 
y al banquete en que se ofrece el Cuerpo y la Sangre del Señor, 
ha de ponerse sobre el altar al menos un mantel de color blanco, 
cuya forma, medida y ornato se ajustarán a la estructura del altar”
(Instrucción General del Misal Romano, 304)




Hasta no hace mucho tiempo, los manteles que cubrían los altares de las iglesias, así como los corporales y las albas de los sacerdotes,  debían ser de lino purísimo y blanco.

Este mantel lo extendemos sobre el altar. El lino, hecho corporal, es colocado bajo el cáliz y la Hostia -la santa sábana del Señor…

El sacerdote se reviste con la blancura del lino, cuando se pone el alba para celebrar los divinos misterios.

Con el lino se cubre el altar, la "Mesa del Señor" en que está depositado el pan sagrado.

El lino auténtico es precioso. Es puro, delicado, fuerte. Al verlo tendido allí, tan blanco, de una frescura tan inmaculada, recuerdo sin querer un paseo por la selva en pleno invierno.

Un día llegué a la ladera de una colina, que, cubierta de nieve inmaculada, recién caída, se extendía en medio de los abetos sombríos: con todo respeto hice un desvío. No me atreví a abrirme paso con mis groseros zapatos a través de esa blancura. Semejante a esa nieve, extendemos el lino para colocar sobre él lo Santo.

Y ante todo, el lino debe cubrir el altar, en que se ofrece el sacrificio divino. Hemos hablado ya del altar, y observado cómo sobresale entre todo lo demás, éste que constituye el lugar sagrado por excelencia en nuestras iglesias.
Habíamos visto que ese altar material, no es más que un símbolo de ese otro altar, elevado por cada uno de nosotros, en el fondo de nuestro corazón. Sin embargo, hay que añadir que el altar es algo más que un símbolo, porque el altar de piedra no sólo representa el altar del corazón, que es la disposición interior al sacrificio, sino que ambos son inseparables y de un modo misterioso no hacen más que uno solo. El verdadero altar, el perfecto, aquel sobre el cual se ofrece el sacrificio de Cristo, es la unidad viviente de ambos.

He aquí porqué el lino nos habla tan sugestivamente al alma. Sentimos que algo muy íntimo responde en nosotros a su lenguaje. Algo así como un reproche, como un anhelo íntimo. Un verdadero sacrificio solo puede ofrecerlo un corazón puro. Ahora bien, el lino encarna la pureza que debe ataviarlo si quiere hacer su ofrenda agradable a Dios.

El lino nos dice todo un sermón sobre esta virtud. Finísimo y noble es el lienzo auténtico. Una materia grosera y ruda no es capaz de crear la pureza.

La pureza nada tiene de parecido con un rostro malhumorado. Su fuerza reside en la delicadeza y finura. Su recato es noble. Se oculta en ella un enorme dinamismo. Sí, la gracia del lino auténtico es viril. ;N o es como esas telarañas que se disipan al primer soplo del viento. La pureza auténtica nada tiene de enfermizo. Ella no huye de la vida, ni gasta estérilmente sus días en construir castillos en el aire ni en soñar en ideales vanos.

La pureza auténtica muestra las mejillas sonrosadas por la alegría de vivir y tiene el puño firme y seguro de quien está avezado al combate rudo.

Algo más aún dice el lino al que sabe reflexionar.

El lino no ha tenido siempre la delicadeza y la blancura que posee ahora.
Era áspero, carecía de brillo; ha debido someter se al trabajo paciente de la mano que lo lavó una y otra vez, lo blanqueó tendiéndolo al sol hasta darlo esta frescura perfumada que nos encanta. Como él, la pureza no es innata. Sin duda, ella es una gracia; sin duda existen hombres que llevan en su alma la pureza como un regalo; todo su ser tiene esa frescura vigorosa de una castidad natural. En labios de muchos ignorantes la palabra "pureza" es algo problemático y sólo significa la ausencia de la lucha. Pura es -en su juicio- el alma que aún no ha sido sacudida por la terrible tormenta de las pasiones. Es un craso error. La pureza no está en el comienzo, sino en el término. Se la conquista con el esfuerzo tenaz y valiente.

El lino reposa sobre el altar, blanco, delicado, sólido. Es pureza de nobleza de corazón y energía juvenil.

El Apocalipsis de San Juan nos habla de una turba inmensa -cuyo número nadie puede contar- venida de todas las naciones, de todas las tribus, de todos los pueblos y lenguas, que están de pie ante el Trono, vestidos con blanco ropaje.

Alguien pregunta: "¿Estos, vestidos de blanco, quiénes son y de dónde han venido?"

La respuesta fue: "Estos son los que han venido desde la grande tribulación y lavaron sus ropas y las emblanquecieron en la sangre del Cordero. Por esto están ante el Trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo."

"Señor, revísteme con una túnica blanca", dice el sacerdote al tomar el alba para el Santo Sacrificio.



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