Porque la Liturgia tiene
expresiones sensibles que reflejan el valor de lo invisible, gestos y símbolos
materiales que nos llevan hacia lo profundo de lo sobrenatural, realidades
humanas que nos impulsan a lo divino.
V. LA
PUERTA
“Ábranse las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella”
(Salmo
117, 19-20)
El Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela.
Una puerta: la has franqueado muchas veces para entrar en la
Iglesia y cada vez ella te ha hablado en su lenguaje misterioso. ¿Has
comprendido ese lenguaje?
¿Para qué se encuentra allí esa puerta? Es fácil que mi pregunta
te sorprenda y que parezca por demás sencilla la respuesta: "Está allí
para entrar y para salir." No hay duda. Sin embargo, ¿hay necesidad para
ello de una puerta? Un gran boquete abierto en el muro serviría igualmente para
entrar y salir y algunas tablas ensambladas y sujetas por travesaños bastarían.
De este modo la gente podría entrar y salir. Se conseguiría idéntico objetivo
con gasto menor. Pero eso no sería aún una "puerta." La puerta no
está solamente para cumplir una finalidad práctica; la puerta habla.
Cuando traspasas sus dinteles, escuchas su mudo lenguaje: "En este momento abandono
el exterior. Entro."
Y el exterior es el mundo con sus bellezas, mundo en perpetuo
trabajo que hierve en fiebre de vida; es también la fealdad de ese mundo, sus
bajezas repugnantes... El mundo tiene algo de mercado, de feria: millones de
personas corren por aquí y por allá en espantosa confusión.El mundo –con el
lenguaje joánico- tiene algo que no es santo.
Lo cierto es que la puerta nos separa de esta feria; ella nos
introduce al "interior", silencioso, consagrado: por la puerta
entramos al santuario. Es verdad que todo es obra y don de Dios. En la más
pequeña criatura nos es dado encontrarle, porque Él nos tiende las manos desde
todas partes. Hemos de recibir todas las cosas como venidas de su mano y
santificarlas con piadosa intención. Sin embargo, los hombres de todos
los tiempos han comprendido que Dios se reserva lugares especialmente
consagrados.
La puerta se encuentra
entre el mundo de "afuera" y el mundo de "adentro"; entre
la feria y el santuario; es una línea divisoria que separa lo que pertenece a
todo el mundo y lo que está consagrado a Dios. Cuando uno traspone el
umbral, "deja fuera -nos dice- lo que no es de Dios... pensamientos,
deseos, preocupaciones, curiosidades, vanidad... Deja atrás todo lo profano, todo lo que no está consagrado:
entras al santuario: ¡purifícate!"
San Juan Pablo II abre la Puerta Santa de la Basílica vaticana en el Año Jubilar 2000.
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