CUANDO LLEGÓ
LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
HIZO SU APARICIÓN
LA PLENITUD DE LA DIVINIDAD
San Bernardo, Abad
Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2
Ha
aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias
sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de
esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.
Antes
de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba
también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es
eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida?
Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en
ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por
lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué
podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la
paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de
lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién
creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios
ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues
para que ni una vista perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al sol.
Pero
de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de
la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético,
sino de su presencia.
Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco
lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para
que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Y
que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la
divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su
aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al
presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se
reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de
Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar
mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la
que Adán tuvo antes del pecado.
¿Hay
algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho
de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la
Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el
hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que
deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de
ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te
preguntes, tú, que eres hombre, por que has sufrido, sino por lo que sufrió él.
Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te
hará evidente por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto
más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto
más querido me es ahora. Ha aparecido –dice el Apóstol– la bondad de Dios,
nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la
bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de
añadir a la humanidad el nombre Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario