Apóstol de los Sagrarios Abandonados
Hoy se cumplen 74 años de su fallecimiento
Ocupa un lugar destacado en la historia moderna de la espiritualidad eucarística
Hubo un hombre enviado por
Dios
que se llamó Don Manuel González García.
que se llamó Don Manuel González García.
Leyó y enseñó a leer el Evangelio a la luz de la lámpara de un Sagrario.
Fue su lección preferida.
Fue su lección preferida.
Todo su vocabulario ascético cabe en dos
palabras:
abandono y compañía.
Don Manuel González García nació en Sevilla, el 25 de febrero de 1877.
Su familia fue numerosa: Manuel fue el cuarto de cinco hermanos. Muy pequeño aún, tuvo la suerte de ingresar en el Colegio San Miguel, donde se formaban los niños de coro de la Giralda.
Antes de los diez años ya era uno de los seises de la Catedral, que cantaba y danzaba ante el Santísimo en las fiestas del Corpus y de la Inmaculada.
Seminarista a los doce, tiene calificación sobresaliente en todos los cursos y en todas las asignaturas. Fueron quince años de estudios, hasta llegar al doctorado en Teología y la licenciatura en Derecho Canónico. Lo ordenó sacerdote en Sevilla el famoso Cardenal Spínola en 1901. Y a partir de allí, comienza su experiencia fuerte de la Eucaristía.
Don Manuel queda impactado por el desolador abandono del sagrario del pueblecito andaluz Palomares del Rio, su primer destino de misión, cerca de la ciudad de Sevilla. En este pueblo Dios le marcó la gracia que determinaría su vida sacerdotal. Él mismo nos describe esta experiencia. Después de escuchar las desalentadoras perspectivas que para la misión le presentó el sacristán, nos dice: "Me fui derecho al Sagrario... y ¡qué Sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero, no huí. Allí de rodillas... mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal». Esta gracia irá madurando en su corazón.
Iglesia de Palomares del Río, Sevilla y su retablo mayor en la actualidad
A los cuatro años de sacerdote, es nombrado arcipreste de Huelva. Funda su primera Revista de catequesis eucarística, el famoso “Granito de arena” (1907).
Inaugura y bendice escuelas populares, interviene en las Semanas Sociales de Sevilla, funda la Obra de las Tres Marías de los Sagrarios-Calvarios (1910), escribe el primer libro de una serie fecundísima de títulos: “Lo que puede un cura hoy” y funda para los niños “Los Juanitos del Sagrario” (1912).
Consagrado Obispo en 1916, crea los Misioneros Eucarísticos Diocesanos (1918) y un poco más tarde las Hermanas Marías Nazarenas (1921), las mismas que conocemos hoy con el nombre de Misioneras Eucarísticas de Nazaret.
Pero lo más dramático de su vida está por llegar. Consagrado Obispo el 16 de enero del 1916, Don Manuel lo será de Málaga durante casi 20 años (1916-1935). Y es aquí, en esta su entrañable Málaga, después de 15 años de una incansable labor pastoral, educativa y social, donde el Señor le da a beber el cáliz de la amargura al estallar las algaradas anticlericales de la Segunda República (1931).
La trágica noche del 11 de
Mayo de 1931 una masa furibunda -aunque de pobre gente-, azuzada y teledirigida
por los políticos de turno, incendia el Palacio Episcopal y reduce a cenizas
los tesoros archivísticos, artísticos y documentales, no sólo de este lugar
sino de la mayoría de los templos y conventos de Málaga.
Don Manuel y sus familiares, tras refugiarse en los sótanos, salen milagrosamente por una puerta trasera del edificio en llamas.
Descubiertos se ven acosados y seguidos por los incendiarios, que sin embargo, no se atreven a tocarlos. Expulsado de la ciudad, se refugia en Gibraltar, donde le da acogida el Obispo local, Mons. Richard Fitgerald, el 13 de Junio de 1931.
Ya no volverá jamás a su querida ciudad de Málaga, donde, como hemos dicho, había realizado una intensa labor como pastor y en la que había levantado su hermoso Seminario... ¿Quién podrá olvidar la forma original que ideó para inaugurarlo?
En la foto el Cristo que se halla en la cúpula de la
Capilla del Seminario de Málaga, hecho construir por el beato Manuel González
García. Obsérvese que tiene tres significativos símbolos: la Cruz, el Corazón y
una Hostia.
En esta foto aérea se aprecia el Seminario de Málaga. A la izquierda su enorme templo con el Cristo de la foto anterior en su cúpula.
El solemne y singular acto de inauguración del Seminario de Málaga ideado por el Beato Don Manuel, tuvo lugar el 17 de octubre de 1919. Ese día, unos tres mil niños celebran en la explanada del seminario el banquete inaugural. Pero entiéndase bien, en lugar del acostumbrado y suculento banquete, reservado a un número pequeño de personajes y autoridades, fueron el propio Sr. Obispo, el Gobernador, el Alcalde y los profesores del Seminario quienes sirvieron la mesa a los pequeños.
Pero a Don Manuel le queda prácticamente vedado el regreso.
Tiene que trasladarse a Madrid, como un exiliado, un indeseable o un peligroso cualquiera. Pese a todo, su celo por el Señor del Sagrario no cesa, y en esa época funda su obra la Reparación Infantil Eucarística (R.I.E.)
En 1935 es nombrado Obispo de Palencia. Son los cinco últimos años de su vida; 1936-1940-. Es ahí en donde conoce, en la Trapa de Dueñas, al Beato Hermano Rafael. Todavía encuentra tiempo para crear su última publicación periódica, la revista infantil REINE desde su nueva sede diocesana.
Soporta, Don Manuel el mayor dolor de su vida: la guerra civil española, y con ella el mayor número de sagrarios profanados, en toda la historia de España, según expresión suya.
En Palencia le sobreviene su última enfermedad. Fallece en Madrid, en el Sanatorio del Rosario, el 4 de enero de 1940. Y es sepultado en su preciosa Catedral palentina en la Capilla del Santísimo en donde hasta hoy reposan sus restos mortales bajo la inscripción sepulcral que él mismo dictó.
“Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida , estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado!”
Como Obispo de Málaga (1916-1935)
APÓSTOL DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
Don Manuel González García es un Obispo universalmente conocido por su vida y por su obra. Ocupa en el catolicismo español de la primera mitad del siglo xx un lugar preeminente e indiscutible.
Don Manuel González, el benemérito pastor de Málaga y Palencia, se nos muestra como un perfecto testigo de Jesucristo, como un acabado modelo de heroica fe eucarística. Hoy, a más de medio siglo de su muerte, sigue transmitiéndonos su profético mensaje a través del lanzallamas ardiente de su pluma. Continúa hablando a las nuevas generaciones cristianas con el mismo ímpetu suavemente arrollador, infatigablemente persuasivo, eucarísticamente irresistible. Habló mucho, y escribió siempre, dejando rienda suelta a la rica abundancia de su gran corazón. Pero creyó y oró mucho más, y por eso su semilla produjo el ciento por uno.
Las virtudes recias y ejemplarmente pastorales de Don Manuel resplandecen. Por ello fue declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II, el 6 de marzo de 1998 y fue Beatificado el 29 de abril de 2001.
Su personalidad es inconmensurable como sacerdote, como obispo, como fundador, como catequista, como escritor y como heraldo y misionero de la Eucaristía. Aquí radica precisamente su título más glorioso; Apóstol de los Sagrarios Abandonados.
Hablar de Don Manuel González es hablar necesariamente de la Eucaristía y del Evangelio: la Eucaristía profundamente entendida a través del Evangelio.
El Evangelio plenamente vivido a través de la Eucaristía. Ese es el sencillo anverso y reverso de su testimonio y mensaje, siempre actual e imperecedero, porque supo beberlo en la fuente inagotable de donde mana toda su fuerza eclesial. Hoy como ayer, late vivo y fulgurante el ideal eucarístico que absorbió toda su vida al servicio de ese trato íntimo, afectuoso, rendido, imitativo, transformador, perenne, de los hombres con el Dios Hijo, Cordero de nuestros altares y de nuestros Sagrarios.
Practicó sin desmayo y predicó sin cansancio una auténtica piedad centrada en la Eucaristía, buscando en cada Misa, en cada Comunión y en cada visita la savia vivificante del testimonio cristiano, limpio y transparente ante Dios y ante los hombres. Los lectores de su obra saborearán el carisma eucarístico con que Dios quiso enriquecerlo, desde su inefable experiencia de Palomares del Río, donde palpó en toda su crudeza, el abandono de los hombres hacia la Eucaristía.
Todo su vocabulario ascético cabe en dos palabras densamente programáticas para una espiritualidad dinámicamente renovadora: abandono y compañía.
Llegó a experimentar tan sensiblemente el dogma de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía que casi no necesitaba la fe para creer, como él solía decir, ya que sentía muy cerca de sí al Señor. Acertó a hablar de la Eucaristía porque acertó a creer en ella. Esa es la clave de tanta pujanza mística derramada en todos sus escritos como prodigioso caudal que todo lo fecunda. Con sobrada razón se ha dicho que sus obras se convierten en limpio espejo de su alma, siendo al mismo tiempo su mejor autobiografía.
Pero él no quiso tener otro ideal pastoral ni otro programa que el Sagrario, donde Jesús permanece con nosotros hasta la consumación de los siglos.
Los biógrafos coinciden en resaltar varias de sus cualidades más características: unción de estilo, transparencia de ideas, solidez de doctrina, gracia cautivadora, actitud de reparación, actualidad de pensamiento. Quien lea su obra lo podrá confirmar con su personal experiencia y su propia edificación, puesto que tendrá la singular sensación de participar de alguna manera en sus vivencias transidas de original fervor eucarístico.
Don Manuel González resulta muy actual. Sus reflexiones pensamientos y sugerencias resultan sorprendentemente sincronizadas con las enseñanzas conciliares. Habla de la adoración Eucarística con acento encendido pues su alma incandescente se abismó en la fiel contemplación del Sagrario, del cual se sintió prisionero y apóstol. Nadie podrá discutirle un destacado puesto en la historia moderna de la espiritualidad eucarística.
EL SAGRARIO: UN FARO DE LUZ
“Aquí en Sevilla es obligado recordar a quién fue sacerdote de esta archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente:
“Aquí en Sevilla es obligado recordar a quién fue sacerdote de esta archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente:
Don Manuel González, el
Obispo de los Sagrarios abandonados.
Él se
esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los Sagrarios,
a la que a
veces, tan insuficientemente correspondemos.
Con su
palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir
que en el Sagrario de cada
iglesia poseemos un faro de luz,
en contacto con el cual nuestras vidas pueden
iluminarse y transformarse”
San Juan Pablo II, Papa
45º Congreso Eucarístico Internacional
Sevilla, 1992
San Juan Pablo II, Papa
45º Congreso Eucarístico Internacional
Sevilla, 1992
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