Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

8 de enero de 2015

EN EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA: EL TESTIMONIO DE VIDA DE UN SACERDOTE ARGENTINO

Reverendo Padre MARIO SCHMIDT svd (1938-2015)







    El día de la Epifanía del Señor, en el Año dedicado por la Iglesia a la Vida Consagrada, falleció el sacerdote verbita Mario Schmidt, recordado párroco de Nuestra Señora de Guadalupe en Palermo, Buenos Aires. Tenía 76 años de edad. 

Su vida de religioso consagrado estuvo marcada por la formación familiar recibida en su querida tierra natal de Entre Ríos. Una estirpe fogueada en la rica tradición de los alemanes del Volga que trabajaron en nuestra Patria, y que aunaron fe, familia y trabajo rural con un legado ejemplar.


 

Luego vinieron los años de formación en la Congregación del Verbo Divino. Conoció y aprendió de la sabiduría y temple de santos ancianos varones verbitas de aquellos años sesenta: brillantes teólogos, eximios liturgistas, excelentes docentes… que abrevaron en la senda de su fundador, san Arnoldo Janssen, con una entrega total de sus vidas. 



Ordenado sacerdote, se gastó y se desgastó al servicio del Reino de Dios, primero en Medellín, Colombia, y luego en Buenos Aires, en Mendoza y en Colonia San José (Coronel Suárez). 

Lo recordamos, recién llegado de su destino misional en Colombia, a la parroquia porteña verbita, rebosante de entusiasmo evangelizador. Su predicación fogosa resonaba fuertemente en las naves de la Basílica del Espíritu Santo en la Misa de jóvenes de las 20:00. 



Su curato en Guadalupe, todavía siendo muy joven, entre los difíciles años 1975 y 1985, se distinguió por una impronta apostólica vigorosa, por un tenaz y perseverante esfuerzo por construir una comunidad cristiana fraterna y apostólica. La parroquia venía de tiempos borrascosos, donde toda crujía y parecía desmoronarse. Él, con una confianza sin límites en la Providencia, supo llevar la barca por derroteros serenos y en paz, con una autoridad ejercida desde su estatura moral, su profunda espiritualidad mística y su arraigada humildad. 

Conocía y apreciaba los grandes corales alemanes y la música sinfónica de los grandes clásicos. Y quiso que, en Guadalupe, el órgano de tubos fuera restaurado a nuevo para elevar las almas en las celebraciones litúrgicas. Promovió la Schola Cantorum que, con la maravillosa batuta del “Bebe” Moglio, llenaba el corazón de los numerosos fieles en el Triduo Pascual y en la Misa de Gallo. Reintrodujo el canto del triple Aleluya en la Vigilia Pascual, momento culminante de la vida espiritual de la Parroquia. 

Su gran celo por la Casa del Señor se concretó en importantes obras de renovación de la Basílica del Espíritu Santo. Consultando a los expertos y cuidando de que todo mantuviera una armonía iconográfica, se construyó el nuevo presbiterio y el nuevo altar, reemplazando el antiguo tarimado de madera. Fue una obra gigantesca, y él la encaró con una total confianza puesta en Dios. Su resultado fue insuperable. 


Cuidó que la Sagrada Liturgia fuera realizada de acuerdo con las rúbricas de la Iglesia. Su delicada atención hacia las cosas sagradas era ejemplar, y siempre buscó de no herir susceptibilidades, realizando una verdadera “hermenéutica de la renovación en la continuidad”. 

Inmerecido don haber podido contar, en los años juveniles y en tiempos tormentosos del país y de la Iglesia, de un guía seguro, que orientó nuestros pasos en la fidelidad a Dios y a la Iglesia. 

Lo recordamos con su recia austeridad (no proclamada sino vivida), su referencia permanente al Evangelio y su obediencia a la Iglesia, expresada en su voto religioso a la Congregación y al Obispo. Hombre sufrido, que supo mantenerse fiel ante la deserción y la defección de tantos consagrados de esa época y ante tantas “teologías de vanguardia” que proclamaban un horizontalismo absoluto e inmanente. Este sufrimiento interior le valió grandes problemas de salud, que fueron agravándose con el tiempo. 

Tenía un natural don para convocar y aunar a hombres y mujeres -jóvenes y adultos- de grandes cualidades humanas. Y a cada uno sabía darle la responsabilidad correspondiente a sus talentos. Respetó escrupulosamente a los laicos, siendo un hombre de vanguardia en la concreción de la “teología del laicado”, dándoles a los seglares participación real en las orientaciones pastorales y en el manejo de los bienes de la parroquia. La Acción Católica parroquial, bajo su gobierno, fue descollante. Tenía esa clarividencia de saber amalgamar los antiguos dirigentes con las camadas jóvenes, cada cual con sus pensamientos, en una comunidad robusta. 

Como religioso, hizo carne sus votos de consagración en una vida discreta, sin altisonancias, en una obediencia ejemplar y en una sobria castidad. Nunca una palabra altisonante o soez. Ante cuchicheos y murmuraciones, que siempre se dan en las comunidades, mantenía un majestuoso y recio silencio. 

Lo recordamos con su habitual gracia campechana, fresca y transparente, nacida en sus queridas cuchillas entrerrianas. Lo recordamos en su cuidadosa preparación de los pensamientos espirituales y predicaciones a la multitud de grupos, asociaciones y áreas parroquiales, con palabras de profunda raigambre evangélica. 

Lo recordamos en su confesonario, puntualmente cada día en el recoleto tribunal de la misericordia y en sus múltiples compromisos sacerdotales que realizaba con renovada pasión evangélica. 

Lo recordamos en su Misa diaria, que era como su “respiración” y gloria, donde ponía todo de sí, como una víctima propiciatoria y un pastor completamente entregado a su redil. 


Lo recordamos con una expresión del fundador de los Misioneros del Verbo Divino, que el párroco de Guadalupe solía repetir: 

“Cuando el Espíritu Santo sea invocado y adorado, Él glorificará a la Iglesia en la unidad de un solo rebaño bajo un solo Pastor”. 

Querido Padre Mario: gracias por su ejemplo de vida religiosa y sacerdotal, por su silencioso trabajo de fiel obrero de la Mies. Resuena en usted la perícopa evangélica que resalta la fidelidad de los buenos trabajadores de la Viña: “Ven, siervo bueno, porque fuiste fiel en lo poco y en lo mucho que se te pidió, entra a participar del gozo de tu Señor”. 

Q.E.P.D. 

Santos Arnoldo Janssen y José Freidnademetz 
Orate pro eo 

VIVAT DEUS, UNUS ET TRINUS, IN CORDIBUS NOSTRIS!  



Luego de la Misa exequial celebrada el 7 de enero de 2015 en Rafael Calzada, en la Iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, sus restos mortales descansan en el cementerio verbita.



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