En la memoria
litúrgica de San Juan Bosco,
recordamos al “educator princeps” como lo llamara Pío XI al canonizarlo en la Pascua de 1934
en Roma, al concluir el Año Jubilar de la Redención.
San Juan Pablo II,
en su Carta sobre Don Bosco, resalta sus cualidades de educador católico,
formando a los jóvenes en el amor a Dios y a la Iglesia, en un espíritu de
familia. Con cualidades pedagógicas que no han sido superadas.
En el año de la vida consagrada, el ejemplo de vida de Don Bosco debe interpelar, especialmente, a aquellos religiosos y religiosas que tienen el sublime carisma de la educación de los jóvenes.
CARTA
IUVENUM PATRIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN JUAN BOSCO
IUVENUM PATRIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN JUAN BOSCO
A don Egidio Viganò,
rector mayor de la Sociedad de san Francisco de Sales,
en el centenario de la muerte de san Juan Bosco.
rector mayor de la Sociedad de san Francisco de Sales,
en el centenario de la muerte de san Juan Bosco.
Al dilecto hijo Egidio Viganò, rector mayor de la Sociedad Salesiana.
Muy querido hijo, salud y bendición apostólica:
1. La querida Sociedad Salesiana se dispone a recordar con
oportunas iniciativas el primer centenario de la muerte de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes.
Quiero aprovechar tal ocasión para reflexionar una vez más sobre el problema de
los jóvenes, considerando las responsabilidades que tiene la Iglesia en su
preparación de cara al mañana.
Pues la Iglesia ama incesantemente a los jóvenes: siempre, y sobre
todo en este período cercano al año dos mil, se siente interpelada por su Señor
a mirarlos con especial amor y esperanza, viendo su educación como una de sus
primeras responsabilidades pastorales.
El Concilio Vaticano II afirmó con clara visión que "el género
humano se halla hoy en un período nuevo de su historia" [1],
y reconoció que han surgido iniciativas "para promover más y más la obra
de la educación" [2].
En una época de transición cultural, la Iglesia advierte preocupada, en el
sector de la educación, la necesidad urgente de superar el drama de la profunda
ruptura entre el Evangelio y una cultura [3]
que subestima y margina el mensaje salvífico de Cristo.
En la alocución pronunciada ante los miembros de la UNESCO tuve la
oportunidad de afirmar: "No hay duda de que el hecho cultural primero y
fundamental es el hombre espiritualmente maduro, es decir, el hombre
plenamente educado, el hombre capaz de educarse a sí mismo y de educar a los
otros" [4];
y subrayé cierta tendencia a "un desplazamiento unilateral hacia la
instrucción", con las consiguientes manipulaciones que pueden llevar a
"una verdadera alienación de la educación" [5].
Recordé, pues, que "la tarea primaria y esencial de la cultura en
general, e incluso de cada cultura en particular, es la educación. Ésta
consiste en lograr que el hombre sea cada vez más hombre, que pueda 'ser' más,
y no sólo que pueda 'tener' más; que, consiguientemente, por medio de cuanto
'tiene' y 'posee', sepa 'ser' cada vez más hombre" [6].
En mis numerosas citas con los jóvenes de los diversos continentes, en
los mensajes que les he dirigido y particularmente en la Carta que en 1985
escribí "a los jóvenes y a las jóvenes del mundo", he manifestado mi
profunda convicción de que la Iglesia camina y debe caminar con ellos [7].
Deseo aquí insistir en las mismas ideas, con motivo de las
celebraciones centenarias del nacimiento para el cielo de un gran hijo de la
Iglesia: el Santo educador Juan Bosco, al que mi predecesor Pío XI no vaciló en
definir "educator
princeps" [8].
Tan fausto aniversario me da la oportunidad de un grato coloquio no
sólo con usted, con sus hermanos en religión y con todos los miembros de la
familia salesiana, sino también con los jóvenes —destinatarios de la
educación—, con los educadores cristianos y con los padres de familia, llamados
a ejercer tan noble ministerio humano y eclesial.
Me es igualmente grato destacar que esta "memoria" del Santo
tiene lugar en el "Año Mariano" que orienta nuestra reflexión hacia
"la que creyó": en el sí generoso de su fe descubrimos el manantial
fecundo de su labor educadora [9],
primeramente como Madre de Jesús, y después como Madre de la Iglesia y
Auxiliadora de todos los cristianos.
I. San Juan Bosco, amigo de los jóvenes
2. Juan Bosco murió en Turín, el 31 de enero de 1888. Durante
sus casi 73 años de vida fue testigo de profundos y complejos cambios
políticos, sociales y culturales: movimientos revolucionarios, guerras y éxodo
de la población rural hacia la ciudad; son factores que influyeron en las
condiciones de vida de la gente, sobre todo de los ámbitos más pobres.
Hacinados en los alrededores urbanos, los pobres en general, y los jóvenes en
particular, son objeto de explotación o víctimas del desempleo: durante su
desarrollo humano, moral, religioso y profesional, se los sigue de manera
insuficiente y muchas veces ni se les presta ningún género de atención.
Sensibles a toda clase de cambios, los jóvenes viven con frecuencia inseguros y
desorientados. Ante esta masa desarraigada, la educación tradicional no sabe
qué hacer: por diversas razones, filántropos, educadores y eclesiásticos tratan
de remediar las nuevas necesidades. Entre ellos sobresale, en Turín, Don Bosco
por su clara inspiración cristiana, por su resuelta iniciativa y por la difusión
rápida y amplia de su obra.
3. Juan Bosco se daba cuenta de que habla recibido una vocación
especial y de que estaba asistido y como guiado directamente, en el
cumplimiento de su misión, por el Señor y por la intervención materna de la
Virgen María. Su respuesta fue tal, que la Iglesia lo ha propuesto oficialmente
a los fieles como modelo de santidad. Cuando en la Pascua de 1934, al clausurar el Jubileo de
la Redención, mi predecesor de inmortal memoria, Pío XI, lo incluía en el
catálogo de los Santos, le tejió un elogio inolvidable.
Juanito, huérfano de padre en tierna edad, educado con profunda
intuición humana y cristiana por su madre, recibe de la Providencia dones que
lo hacen, desde sus primeros años, el amigo generoso y emprendedor de sus
coetáneos. Su juventud presagia una misión educadora extraordinaria. De
sacerdote, en un Turín que crece con fuerza, se pone en contacto directo con
los jóvenes de las cárceles y con otras situaciones humanas dramáticas.
Dotado de una feliz intuición de la realidad y atento conocedor de la
historia de la Iglesia, descubre en la enseñanza de tales situaciones y en la
experiencia de otros apóstoles, —sobre todo San Felipe Neri y San Carlos
Borromeo— la fórmula del
"oratorio". Tal nombre le es singularmente querido: el
oratorio va a caracterizar toda su obra; pero lo modela según una original
perspectiva personal, adecuada al ambiente, a sus jóvenes y a cuanto necesitan.
Como principal protector y modelo de sus colaboradores elige a San Francisco de
Sales, el Santo del celo multiforme y de la bondad afable, demostrada sobre
todo en la dulzura de trato.
4. La "obra de los oratorios" comienza en 1841 con
una "sencilla catequesis" y se extiende progresivamente, para
responder a situaciones y necesidades urgentes: residencia para alojar a quien
no tiene casa, taller y escuela de artes y oficios para enseñar una profesión y
capacitar para ganarse honradamente la vida, escuela humanística abierta al
ideal vocacional, buena prensa, iniciativas y métodos recreativos propios de la
época: teatro, banda de música, canto, excursiones...
La expresión: "me basta que seáis jóvenes para que os quiera con
toda mi alma" [10]
resume el sentir, y, más aún, la opción educadora fundamental del Santo: "Tengo prometido a Dios
que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes" [11].
Y, en verdad, por ellos desarrolla una actividad impresionante con la palabra,
los escritos, las instituciones, los viajes y los contactos con personalidades
civiles y religiosas; por ellos, sobre todo, demuestra una atención solícita a
sus personas, para que en su amor de padre los jóvenes puedan ver el signo de
otro amor más excelso.
El dinamismo de su amor se hace universal, y lo impulsa a escuchar la
voz de naciones lejanas —hasta las misiones de allende el océano—, y realizar
una evangelización que nunca está separada de una auténtica labor de promoción
humana.
Según los mismos criterios y con idéntico espíritu, procura hallar
también solución para los problemas de la juventud femenina. El Señor suscita a
su lado una cofundadora: Santa María Dominica Mazzarello con un grupo de
jóvenes compañeras ya dedicadas, en el ámbito de su parroquia, a la formación
cristiana de las muchachas. Su actitud pedagógica arrastra a otros colaboradores:
hombres y mujeres "consagrados" con votos estables,
"cooperadores", que tienen los mismos ideales pedagógicos y
apostólicos, e implica a sus "antiguos alumnos", a quienes insta a
testimoniar y promover la educación que han recibido.
5. Tal espíritu de iniciativa es fruto de una interioridad profunda. Su talla de
santo lo pone, con originalidad, entre los grandes fundadores de institutos
religiosos en la Iglesia. Brilla por muchos aspectos: inicia una verdadera
escuela de nueva y atrayente espiritualidad apostólica; promueve una devoción
especial a María, Auxiliadora de los cristianos y Madre de la Iglesia: da
testimonio de un leal y valiente sentido eclesial, demostrado en delicadas
mediaciones en las entonces difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado;
es apóstol realista y práctico, abierto a las aportaciones de los nuevos
descubrimientos; es organizador celoso de misiones, con sensibilidad
verdaderamente católica; es, de modo conspicuo, ejemplo de un amor de
predilección a los jóvenes, en particular a los más necesitados, para bien de
la Iglesia y de la sociedad; es maestro de una eficaz y genial praxis
pedagógica, legada cual don preciado que hay que custodiar y desarrollar.
En esta Carta quiero considerar, sobre todo, que Don Bosco realiza su
santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que
simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía.
Precisamente tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto
característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo
—Francisco de Sales— es discípulo de un maestro espiritual santo —José Cafasso—
y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio.
II. Mensaje profético de San Juan Bosco educador
6. La situación juvenil del mundo actual —al siglo de la muerte
del Santo— es muy distinta y, como saben educadores y Pastores, presenta
condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy perduran los
mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el principio de
su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar: ¿Quiénes son los
jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan? Entonces como
hoy son preguntas difíciles, pero ineludibles, que todo educador debe afrontar.
No faltan hoy día, entre los jóvenes de todo el mundo, grupos
auténticamente sensibles a los valores del espíritu, deseosos de ayuda y apoyo
en !a maduración de su personalidad. Por otro lado, es evidente que la juventud
está sometida a impulsos y condicionamientos negativos, fruto de visiones
ideológicas diversas. El educador atento debe saber captar la condición juvenil
concreta e intervenir con competencia segura y sabiduría clarividente.
7. En ello debe sentirse apremiado, iluminado y sostenido por
la incomparable tradición educadora de la Iglesia.
La Iglesia, "experta en humanidad", consciente de que es el
pueblo cuyo padre y educador es Dios, según explícita enseñanza de la Sagrada
Escritura (cf. Dt 1, 31; 8, 5; 32, 10-12; Os 11, 1-4; ls
1, 3; Jer 3, 14-15; Prov 3, 11-12; Heb 12, 5-11; Ap 3,
19),la Iglesia —repito— "experta en humanidad" puede afirmar con todo
derecho que es también "experta en educación". Lo atestigua la larga
y gloriosa historia bimilenaria escrita por padres y familias, sacerdotes y
seglares, hombres y mujeres, instituciones religiosas y movimientos eclesiales,
que en el servicio de la educación han vivido su carisma de prolongar la
educación divina, cuya cumbre es Cristo. Gracias a la labor de tantos
educadores y Pastores, y de numerosas órdenes e institutos religiosos
promotores de instituciones de inestimable valor humano y cultural, la historia
de la Iglesia se identifica, en parte no pequeña, con la historia de la
educación de los pueblos.
Verdaderamente, para la Iglesia —como dijo el Concilio
Vaticano II— interesarse por la educación es cumplir el "mandato recibido
de su divino Fundador, a saber, anunciar a todos los hombres el misterio de la
salvación e instaurar todas las cosas en Cristo" [12].
8. Hablando de la labor de los religiosos y haciendo ver su
espíritu emprendedor, el Papa Pablo VI, de venerable memoria, afirmaba que su
apostolado "está frecuentemente marcado por una originalidad y una
imaginación que suscitan admiración" [13].
En cuanto a San Juan Bosco, fundador de una gran familia espiritual, puede
decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis
educadora que llamó
"sistema preventivo". Este representa, en cierto modo, la
síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó
a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el
reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía.
La palabra "preventivo" que emplea, hay que tomarla, más que
en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características
peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la
voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían
comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de
recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con
intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios
metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo
el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza
y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose
en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores;
el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y
satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el
mañana por medio de una sólida formación de su carácter.
Como es obvio, tal mensaje pedagógico supone que el educador esté
convencido de que en todo joven, por marginado o perdido que se encuentre, hay
energías de bien que si se cultivan de modo pertinente, pueden llevarle a optar
por la fe y la honradez.
Conviene, por tanto, detenerse a reflexionar brevemente en lo que, por
resonancia providencial de la Palabra de Dios, constituye uno de los aspectos
más característicos de la pedagogía del Santo.
9. Hombre de actividad multiforme e incansable, Don Bosco
ofrece, con su vida, la enseñanza más eficaz, tanto que ya sus contemporáneos
lo vieron como educador eminente. Las pocas páginas que dedicó a presentar su
experiencia pedagógica [14],
cobran pleno significado únicamente si se leen dentro de la larga y rica
experiencia que adquirió viviendo en medio de los jóvenes.
Para él, educar lleva consigo una actitud especial del educador y un
conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y de fe que guían
la labor pedagógica. En el centro de su visión está la "caridad
pastoral", que describe así: "La práctica de este sistema se basa
totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad es benigna y paciente, todo lo
sufre, todo lo espera y lo soporta todo'" [15].
Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación en
que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en
Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en
cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el
Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión
y amor" [16].
10. El término "razón" destaca, según !a visión
auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de
la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social,
o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre
en su vida familiar, civil y política. En la Encíclica Redemptor
hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal de
la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" [17].
Es significativo señalar que ya hace más de un siglo Don Bosco daba
mucha importancia a los aspectos humanos y a la condición histórica del individuo:
a su libertad, a su preparación para la vida y para una profesión, a la
asunción de las responsabilidades civiles en clima de alegría y de generoso
servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con palabras incisivas y
sencillas, tales como "alegría", "estudio",
"piedad", "'cordura", "trabajo",
"humanidad". Su ideal de educación se caracteriza por la moderación y
el realismo. En su propuesta pedagógica hay una unión bien lograda entre permanencia
de lo esencial y contingencia de lo histórico, entre lo tradicional y lo nuevo.
El Santo ofrece a los jóvenes un programa sencillo y contemporáneamente serio,
sintetizado en fórmula acertada y sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se
es buen cristiano.
Resumiendo, la "razón", en la que Don Bosco cree como don de
Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los
objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La
"razón" invita a los jóvenes a una relación de participación en los
valores captados y compartidos. La define también como
"racionalidad", por la cabida que debe tener la comprensión, el
diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de
la racionalidad.
Por esto, evidentemente, supone hay la visión de una antropología
actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno
debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los
valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia,
la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad, el
desarrollo, las necesidades ecológicas.
11. El segundo término —"religión"— indica que la
pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza, trascendente, en cuanto que el
objetivo último de su educación es formar al creyente. Para él, el hombre
formado y maduro es el ciudadano que tiene fe, pone en el centro de su vida el
ideal del hombre nuevo proclamado por Jesucristo y testimonia sin respeto
humano sus convicciones religiosas.
Así, pues, no se trata de una religión especulativa y abstracta, sino
de una fe viva, insertada en la realidad, forjada de presencia y comunión, de
escucha y docilidad a la gracia. Como solía decir, los "pilares del edificio de la
educación" [18]
son la Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a
la Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración,
de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos,
respuesta a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y
religiosos se formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y
el logro de la santidad.
Don Bosco es el sacerdote celoso que refiere siempre al fundamento
revelado cuanto recibe, vive y da.
Este aspecto de trascendencia religiosa, base del método pedagógico de
Don Bosco, no sólo puede aplicarse a todas las culturas; puede también
adaptarse provechosamente a las religiones no cristianas.
12. En fin, desde el punto de vista metodológico, el
"amor". Se trata de una actitud cotidiana, que no es simple amor
humano ni sólo caridad sobrenatural. Denota una realidad compleja e implica
disponibilidad, criterios sanos y comportamientos adecuados.
El amor se traduce a dedicación del educador como persona totalmente entregada al bien de
los educandos, estando con ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y
fatigas por cumplir su misión. Ello requiere estar verdaderamente a disposición
de los jóvenes, profunda concordancia de sentimientos y capacidad de diálogo.
Es típica y sumamente iluminadora su expresión: "Aquí, con vosotros, me
encuentro a gusto; mi vida es precisamente estar con vosotros" [19].
Con acertada intuición dice de modo explícito: Lo importante es "no sólo
querer a los jóvenes, sino que se den cuenta de que son amados" [20].
El educador auténtico, pues, participa en la vida de los jóvenes, se
interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas, toma
parte en sus actividades deportivas y culturales, en sus conversaciones; como
amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de bien, está pronto a
intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y corregir con
prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos censurables. En tal
clima de "presencia pedagógica" el educador no es visto como
"superior", sino como "padre, hermano y amigo" [21].
En esta perspectiva, son muy importantes las relaciones personales.
Don Bosco se complacía en utilizar el término "familiaridad" para
definir cómo tenía que ser el trato entre educadores y jóvenes. Su larga
experiencia le había llevado a la convicción de que sin familiaridad es
imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración no puede surgir la
confianza, condición imprescindible para el buen resultado de la educación. El
cuadro de objetivos, el programa y la orientación metodológicas sólo adquieren
concreción y eficacia, si llevan el sello de un "espíritu de familia"
transparente, o sea, si se viven en ambientes serenos, llenos de alegría y
estimulantes.
A propósito de esto conviene recordar, por lo menos, el amplio espacio
y dignidad que daba el Santo al aspecto recreativo, al deporte, a la música y
al teatro o —como solía decir— al patio. Aquí, en la "espontaneidad y
alegría de las relaciones, es donde el educador perspicaz encuentra modos
concretos de intervención, tan rápidos en la expresión como eficaces por la
continuidad y el clima de amistad en que se realizan [22].
El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y profundo, que lleve a
conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los elementos de la
condición cultural que es común a todos.
Se trata de una inteligente y
afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a los
condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y a
las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de comprender
la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar, social y
político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la sexualidad, de
la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el desarrollo de la edad
y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la juventud no es sólo
momento de paso, sino tiempo real de gracia en que construir la personalidad.
También hoy, aunque el contexto cultural diverso y hasta con jóvenes
de religión no cristiana, tal característica constituye uno de los muchos
aspectos válidos y originales de la pedagogía de Don Bosco.
13. Quiero, pues, hacer ver que tales criterios pedagógicos no
se refieren sólo al pasado: la figura de este Santo, amigo de los jóvenes,
sigue atrayendo con su hechizo a la juventud de las culturas más diferentes en
todas las partes de la tierra. Es cierto que su mensaje requiere aún ser
profundizado, adaptado, renovado con inteligencia y valentía, precisamente
porque han cambiado los contextos socio-culturales, eclesiales y pastorales;
convendrá tener en cuenta las aperturas y los logros obtenidos en muchos
campos, los signos de los tiempos y las indicaciones del Concilio Vaticano II.
No obstante, la sustancia de su enseñanza permanece, y la peculiaridad de su
espíritu, sus intuiciones, su estilo y su carisma no pierden valor, pues se
inspiran en la pedagogía transcendente de Dios.
San Juan Bosco es también actual por otro motivo: enseña a integrar
los valores permanentes de la tradición con las soluciones nuevas, para
afrontar con creatividad las demandas y los problemas emergentes: en estos
nuestros difíciles tiempos continúa siendo maestro, poniendo una educación
nueva, contemporáneamente creativa y fiel.
"Don Bosco retorna", dice un canto tradicional de la familia
salesiana. Manifiesta el deseo y la esperanza de "una vuelta de Don
Bosco" y de "una vuelta a Don Bosco", para ser educadores
capaces de una fidelidad antigua, pero atentos, como él, a las mil necesidades
de los jóvenes de hoy, a fin de hallar en su herencia las premisas para
responder también a sus dificultades y a sus expectativas.
III. Necesidad urgente de la educación cristiana hoy
14. La Iglesia se reconoce directamente interpelada por la
demanda de la educación, porque es ahí donde se trata del hombre y "el
hombre (es) el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de
su misión" [23].
Lo cual supone, evidentemente, verdadero amor de predilección a la juventud.
Ir a los jóvenes: tal es la primera y fundamental urgencia de la educación.
"El Señor me ha enviado para los jóvenes". En esta aserción de San
Juan Bosco descubrimos su opción apostólica de fondo, cuyo término son los
jóvenes pobres, los de extracción popular, los más expuestos al peligro.
Es útil recordar las palabras admirables que Don Bosco decía a sus
jóvenes y que constituyen la síntesis genuina de su opción de fondo: "Comprended que cuanto soy,
lo soy totalmente para vosotros, día y noche, mañana y tarde, en cualquier
momento. No tengo más preocupación que vuestro aprovechamiento moral,
intelectual y físico" [24].
"Por vosotros estudio, por vosotros trabajo, para vosotros vivo y por
vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida" [25].
15. Juan Bosco llega a tan plena donación de sí mismo a los
jóvenes, en medio de dificultades a veces extremas, gracias a una caridad
singular e intensa, es decir, en virtud de una energía interior que une, de
forma inseparable en él, amor a Dios y amor al prójimo. De esa manera logra una
síntesis entre actividad evangelizadora y quehacer educador.
Su labor de evangelizar a los jóvenes no se limita a la catequesis, o
a la liturgia, o a los actos religiosos que requieren ejercicio explícito de la
fe y a ella conducen, sino que abarca todo el dilatado sector de la condición
juvenil. Se coloca, pues,
en el proceso de formación humana, consciente de las deficiencias, pero
optimista en cuanto a la maduración progresiva y convencido de que la palabra
del Evangelio debe sembrarse en la realidad del vivir cotidiano, a fin de
lograr que los jóvenes se comprometan con generosidad en la vida. Dado que
viven una edad peculiar para su educación, el mensaje salvífico del Evangelio
los deberá sostener a lo largo del proceso de su educación, y la fe habrá de
convertirse en elemento unificador e iluminante de su personalidad.
De ahí se siguen algunas orientaciones. El educador debe poseer una
sensibilidad especial por los valores y las instituciones culturales,
adquiriendo un conocimiento profundo de las ciencias humanas. De ese modo la
competencia lograda será instrumento útil para llevar adelante un programa de
evangelización eficaz. En segundo lugar, el educador tiene que seguir un
itinerario pedagógico específico, que simultáneamente considera la dinámica
evolutiva de las facultades humanas y suscita en los jóvenes las condiciones
para una respuesta libre y gradual.
Procurará también ordenar
todo el proceso de la educación a la finalidad religiosa de la salvación. Todo ello supone
bastante más que insertar, en el camino de la educación, algunos momentos
reservados a la instrucción religiosa y a la expresión cultural: lleva consigo
la labor mucho más profunda de ayudar a que los educandos se abran a los
valores absolutos e interpreten la vida y la historia desde la profundidad y
las riquezas del misterio.
16. Así, pues,
el educador debe tener percepción clara del fin último, ya que en el
arte de la educación los objetivos desempeñan un papel determinante. Su visión
incompleta o errónea, o bien su olvido, es causa de unilateralidad o desvío,
además de ser signo de incompetencia.
"La civilización contemporánea intenta imponer al hombre —dije en
la UNESCO— una serie de imperativos aparentes, que sus portavoces
justifican recurriendo al principio del desarrollo y del progreso. Así, por
ejemplo, en lugar del respeto a la vida, el 'imperativo' de desembarazarse de
ella y destruirla; en lugar del amor, que es comunión responsable de personas,
el 'imperativo' del máximo de placer sexual, al margen de todo sentido de
responsabilidad; en lugar de la primacía de la verdad en las acciones, la
'primacía' del comportamiento de moda, de lo subjetivo y del éxito
inmediato" [26].
En la Iglesia y en el mundo la visión de una educación completa, según
aparece encarnada en Juan Bosco, es una pedagogía realista de la santidad. Hay
que recuperar el verdadero concepto de "santidad", en cuanto elemento
de la vida de todo creyente. La originalidad y audacia de la propuesta de una
"santidad juvenil" es intrínseca al arte educador de este gran Santo
que con razón puede definirse como "maestro de espiritualidad
juvenil". Su secreto personal estuvo en no decepcionar las aspiraciones
profundas de los jóvenes —necesidad de vida, de amor, de expansión, de alegría,
de libertad, de futuro— y simultáneamente en llevarlos gradual y
realísticamente a comprobar que sólo en la "vida de gracia", es
decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más
auténticos.
Tal educación exige hoy dotar a los jóvenes de una conciencia crítica,
que sepa percibir los valores auténticos y desenmascarar las hegemonías
ideológicas que, sirviéndose de los medios de comunicación social, subyugan la
opinión pública y esclavizan las mentes.
17. La educación, que según el método de San Juan Bosco
favorece una original interacción entre evangelización y promoción humana,
exige al corazón y a la mente del educador atenciones precisas: adquirir
sensibilidad pedagógica, adoptar una actitud simultáneamente paterna y materna,
esforzarse por evaluar cuanto acaece en el crecimiento del individuo y del
grupo, según un proyecto de formación que una, con inteligencia y vigor,
finalidad de la educación y voluntad de buscar los medios más idóneos para
ella.
En la sociedad moderna los educadores deben prestar atención
particular a los contenidos educativos históricamente más señalados, de
carácter humano y social, que mejor enlazan con la gracia y las exigencias del
Evangelio.
Quizá nunca como hoy, educar ha sido un imperativo simultáneamente
vital y social, que lleva consigo toma de posición y voluntad decidida de
formar personalidades maduras. Quizá nunca como hoy, el mundo ha necesitado
individuos, familias y comunidades que hagan de la educación su razón de ser y
se entreguen a ella como a finalidad primera, dedicándole todas sus energías y
buscando colaboración y ayuda, a fin de experimentar y renovar con creatividad
y sentido de responsabilidad nuevos procesos de educación. Ser educador hoy
comporta una auténtica opción de vida, que debe reconocer y ayudar a cuantos
tienen autoridad en las comunidades eclesiales y civiles.
18. La experiencia y la sabiduría pedagógica de la Iglesia
reconoce un extraordinario significado educador a la familia, a la escuela, al
trabajo y a las diversas formas de asociación y grupo. Es éste un tiempo en el
que hay que relanzar las instituciones educativas y apelar al insustituible
papel educador de la familia, que tuve ocasión de delinear en la Exhortación
Apostólica Familiaris consortio, pues continúa siendo
determinante para el bien y, por desgracia, a veces también para el mal, la
educación —o la falta de educación— familiar y, por otro lado, continúa siendo
imprescindible formar a las nuevas generaciones para que asuman desde el ambiente
familiar la responsabilidad de interpretar lo cotidiano según la enseñanza
perenne del Evangelio, sin descuidar las exigencias de la renovación necesaria.
El puesto central de la familia en la educación es actualmente uno de
los problemas sociales y morales más graves. "¿Qué hacer —recordé en la
UNESCO— para que la educación del hombre se realice sobre todo en la familia...?
Las causas del éxito o fracaso en la formación del hombre por su familia se
sitúan siempre a la vez en el interior mismo, del núcleo
fundamentalmente creativo de la cultura, que es la familia, y también a un
nivel superior, el de la competencia del Estado y de los órganos" [27].
Al lado del papel educador de la familia hay que subrayar el de la
escuela, capaz de abrir horizontes más dilatados y universales. Según la visión
de Juan Bosco, la escuela, además de fomentar el desarrollo de la dimensión
cultural, social y profesional de los jóvenes, debe proporcionarles una eficaz
estructura de valores y principios morales. De no ser así, resultaría imposible
vivir y actuar de modo coherente, positivo y honrado en una sociedad que se
caracteriza por la tensión y las situaciones conflictivas.
Forma igualmente parte de la gran herencia educativa del Santo
piamontés, su atención preferente al mundo del trabajo, para el que hay que
preparar solícitamente a los jóvenes. Es algo de que hoy se siente gran necesidad,
a pesar de las profundas transformaciones de la sociedad. Compartimos con Don
Bosco su preocupación de dar a las nuevas generaciones adecuada competencia
profesional y técnica, tal como han testimoniado meritoriamente, a lo largo de
más de cien años, las escuelas de artes y oficios y los talleres dirigidos, con
pericia digna de encomio, por los salesianos coadjutores. Compartimos su
interés en favorecer una educación cada vez más incisiva en la responsabilidad
social, basada en una mayor dignidad personal [28],
a la que la fe cristiana no sólo da legitimidad, sino que además proporciona
energías de potencia incalculable.
Por último, hay que señalar la importancia dada por el Santo a las
formas de asociación y grupo, donde crecen y se desarrollan el dinamismo y la
iniciativa juvenil. Animando múltiples actividades, creaba ambientes de vida,
de buen empleo del tiempo libre, de apostolado, de estudio, de oración, de
alegría, de juego y de cultura, en los que los jóvenes podían estar juntos y
crecer. Los grandes cambios de nuestro tiempo respecto al siglo XIX no eximen
al educador de revisar situaciones y condiciones de vida, y dar el espacio
necesario al espíritu de creatividad típico de los jóvenes.
19. Si, por otra parte, consideramos las necesidades de la
juventud actual y recordamos el mensaje profético de San Juan Bosco, amigo de
los jóvenes, es imposible olvidar que por encima — mejor, dentro— de cualquier
estructura de educación, son imprescindibles los típicos momentos educativos
del coloquio y del trato personal: si se utilizan correctamente, son ocasiones
de verdadera dirección espiritual. Es lo que hacía el Santo ejerciendo con
eficacia particular el ministerio del sacramento de la reconciliación. En un
mundo tan fragmentado y lleno de mensajes opuestos, es verdadero regalo
pedagógico dar al joven la posibilidad de conocer y elaborar su proyecto de
vida, en busca del tesoro de su vocación personal, del que depende todo el
planteamiento de su vida. Sería incompleta la labor educadora de quien opinara
que basta satisfacer las necesidades —obviamente legítimas— de la profesión, de
la cultura y del honesto esparcimiento, y no propusiera dentro de ellos, como
levadura, las metas que Cristo brindó al joven del Evangelio y por las que
incluso midió el gozo de la vida eterna o el amargor de la posesión egoísta
(cf. Mt 19, 21 s.).
El educador quiere y forma de verdad a los jóvenes, cuando les propone
ideales de vida que los trasciende y acepta caminar con ellos en la fatigosa
maduración cotidiana de su opción.
Conclusión
20. En esta memoria centenaria de San Juan Bosco, "padre y maestro de la
juventud", es posible afirmar con convicción y seguridad que la
divina Providencia os invita a todos, miembros de la gran familia salesiana,
así como también a los padres de familia y educadores, a reconocer más y más la
ineludible necesidad de formar a los jóvenes a asumir con nuevo
entusiasmo sus obligaciones y a cumplirlas con la entrega iluminada y generosa
del Santo. Con esta intensa preocupación que nace de la gravedad del problema,
me dirijo especialmente, entre los educadores, a los presbíteros dedicados al
ministerio pastoral: para ellos principalmente resulta un desafío la formación
de los jóvenes.
Estoy persuadido —y de ello son testimonio las reuniones que
constantemente tengo con jóvenes durante mis viajes pastorales— de que se
registran muchos afanes e iniciativas para dar a los jóvenes una educación
cristiana integral; sin embargo, no hay que olvidar que sobre todo en nuestros
días los jóvenes están expuestos a provocaciones y peligros que no se daban en
otros tiempos: la droga, la violencia, el terrorismo, la degradación de muchos
espectáculos televisivos y cinematográficos, la pornografía en los escritos y
en las imágenes. Todo lo cual exige que, en la acción pastoral, tenga prioridad
la atención a los jóvenes mediante métodos apropiados y con oportunas
iniciativas. Las ideas e intuiciones de San Juan Bosco pueden sugerir a los
sacerdotes adecuadas formas de actuación. La importancia de la cuestión exige
que, tras maduro examen, se tome conciencia de ello, ya que sobre esto seremos
juzgados por el Señor. Los jóvenes han de constituir la principal solicitud de
los sacerdotes. De los jóvenes depende el futuro de la Iglesia y de la
sociedad.
Conozco muy bien, beneméritos educadores, las dificultades que
encontráis y los desengaños que a veces sufrís. No os desaniméis en el
extraordinario camino de amor que es la educación. Que os conforte ver la
inagotable paciencia de Dios en su pedagogía con la humanidad, ejercicio
incesante de paternidad que se reveló en la misión de Cristo —Maestro y Pastor—
y en la presencia del Espíritu Santo, enviado a transformar el mundo.
La oculta y poderosa eficacia del Espíritu se dirige a hacer que la
humanidad madure según el modelo de Cristo. Es el animador del nacimiento del
hombre nuevo y del mundo nuevo (cf. Rom 8, 4-5). Así vuestra labor de
educar se presenta como ministerio de colaboración con Dios, que ciertamente
será fecunda.
Vuestro y nuestro Santo solía decir que "la educación es cosa de
corazón" [29]
y que debemos "lograr
que Dios entre en el corazón de los jóvenes, no sólo por la puerta de la
Iglesia, sino también por la de la clase y el taller" [30].
Precisamente en el corazón del hombre es donde se hace presente el Espíritu de
verdad, como consolador y transformador: penetra incesantemente en la historia
del mundo por el corazón del hombre. Como escribí en la Encíclica Dominum
et Vivificantem, también "el camino de la Iglesia pasa a
través del corazón del hombre"; más aún, ella "es el corazón de la
humanidad": "con su corazón, que abarca todos los corazones humanos,
pide 'justicia, paz y gozo en el Espíritu', en el que, según San Pablo,
consiste el reino de Dios"[31].
Con vuestro trabajo, queridísimos educadores, estáis realizando un exquisito
ejercicio de maternidad eclesial [32].
Tened siempre ante vuestros ojos a María Santísima, la más excelsa
colaboradora del Espíritu Santo, dócil a sus inspiraciones y, por ello, hecha
Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. María continúa siendo, por los siglos,
"una presencia materna, como indican las palabras de Cristo pronunciadas
en la cruz: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre" [33].
Que vuestros ojos miren siempre a la Santísima Virgen; escuchadla
cuando dice: "Haced lo que os diga Jesús" (Jn 2, 5). Rezadle
también, instándola a diario para que el Señor suscite constantemente almas
generosas, que sepan decir que sí a la llamada vocacional.
A Ella os encomiendo y, con vosotros, encomiendo también a todo el
mundo de los jóvenes, para que atraídos, animados y dirigidos por Ella, puedan
conseguir, gracias a la mediación de vuestra labor educadora, la talla de
hombres nuevos para un mundo nuevo: el mundo de Cristo, Maestro y Señor.
Nuestra bendición apostólica, prenda y anuncio de los bienes celestiales,
así como testimonio de nuestra caridad, te conforte a ti y ayude y proteja a
todos los miembros de la gran familia salesiana.
Roma, junto a San Pedro, 31 de enero, memoria de San Juan Bosco de
1988, año X de nuestro pontificado.
IOANNES PAULUS PP. II
Notas
[3] Cf. Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 20: AAS
68, 1976, pág. 19.
[7] Carta a los
jóvenes y a las jóvenes del mundo Parati semper, 31 de marzo de 1985: AAS
77, 1985, págs. 579-628.
[14] Cf. Il Sistema
Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San Francesco di
Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.),
LAS, Roma 1987, págs. 192 ss.
[15] Cf. Il Sistema Preventivo,
en “Regolamento per le case della Società di San Francesco di Sales”, Turín
1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS,
Roma 1987, págs. 194-195.
[16] Cf. Il Sistema
Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di S. Francesco di
Sales”, Turín 1877, in Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.),
LAS, Roma 1987, pág. 166.
[17] Carta Encíclica Redemptor
hominis, 4 de marzo de 1979, 13. 14: AAS 71, 1979, págs. 282.
284-285.
[20] Carta de Roma,
1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS,
Roma 1987, pág. 294.
[21] Carta de Roma,
1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS,
Roma 1987, pág. 296.
[22] Acerca de la
relación entre esparcimiento y educación según el pensamiento y la
praxis de Juan Bosco, todos saben que los oratorios salesianos se distinguen
por el gran espacio de tiempo reservado al deporte, teatro, música y a todo
género de iniciativas de recreo sano y formativo.
[25] Ruffino
Domenico, Cronache dell' Oratorio di S. Francesco di Sales, Roma, Archivo
salesiano central, cuad. 5, pág. 10.
[32] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, 3.
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