Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

12 de enero de 2015

EL DERECHO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

¿LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
ES UN DERECHO ABSOLUTO
O TIENE LÍMITES?

“El ejercicio de la libertad
no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa.
Cuando el hombre quiere liberarse de la ley moral
y hacerse independiente de Dios, lejos de conquistar su libertad, la destruye.
Al escapar del alcance de la verdad, 
viene a ser presa de la arbitrariedad; 

las relaciones fraternas entre los hombres se resquebrajan para dar paso al terror, al odio y al miedo”.


(cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Libertatis conscientia)

.

Los medios de comunicación más influyentes de Occidente han querido presentar el terrible atentado ocurrido en París contra los redactores de una revista satírica como un ataque a la libertad de expresión, y el homenaje, más que a las víctimas y sus familiares, se ha querido dirigir a ese derecho, y más concretamente a la revista donde se produjo el atentado, y así se ha lanzado el lema “Yo soy Charlie” en solidaridad con dicho semanario. La traslación del horror ante un crimen a la exaltación de la actividad de los asesinados es un salto cualitativo que exige un análisis sereno y concienzudo.
La libertad y la moral
Para el liberalismo ideológico, la libertad de expresión (o libertad de prensa) fue uno de sus principales pilares (junto a la libertad de conciencia o la libertad de circulación de capitales, entre otros) dentro del primer punto del trilema revolucionario. Mientras los liberales moderados (o conservadores) reconocían que dicha libertad debía tener algunos límites basados en regular su relación con la libertad de expresión ajena, los exaltados o progresistas la elevaron a dogma y definición de la revolución.
Pero tanto unos como otros la consideran fundamental, independientemente del uso ético que de ella se haga.
Enseña el Magisterio que la libertad es la posibilidad (exclusivo de los seres racionales) de obrar o no, y de hacerlo en un sentido u otro (CIC 1731). En línea con los grandes pensadores clásicos, estima que esta elección debe hacerse con la plena intención de hallar la Verdad y el Bien, descartando el error y el mal (que finalmente llevan al pecado que esclaviza al hombre, privándole de su libertad).
La libertad es, por tanto, un bien subordinado a un principio moral superior. Contrariamente a lo que se cree, este uso responsable de la libertad no coarta la discusión ni implanta la censura; precisamente las disputationes para hallar la Verdad entre personas de opinión distinta son características de la escolástica cristiana. Sencillamente, ese uso de la libertad de palabra está sujeto a reglas que procuran que no sirva al Mal.
Esta vinculación o separación de la libertad al Bien y a un sistema moral es lo que diferencia esencialmente a la libertad cristiana de la liberal.

Las publicaciones satíricas
Las revistas satíricas (que no hay que confundir con las humorísticas) son herederas directas de los libelos difamatorios de la era de la Ilustración, en los que se propagaban las ideas revolucionarias por medio de plumas agresivas y usualmente anónimas. Las revistas satíricas vivieron su auge en el siglo XIX (el gran siglo del liberalismo) y, aunque las hubo de todas las tendencias, sin duda las más numerosas, eficaces y agresivas fueron las liberal-progresistas. El papa León XIII, en su encíclica Providentissimus Deus (1893), ya señala cómo tales revistas se burlan de las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia, excitando el odio a la misma de sus lectores (PD, 22).
Las revistas satíricas sufrieron una lenta decadencia a lo largo del siglo XX. Las que actualmente aún persisten pertenecen casi todas a la misma corriente ideológica liberal-progresista, y se caracterizan por emplear profusamente el escarnio, la humillación, la calumnia, la burla y con frecuencia el insulto directo de personas, pensamientos y creencias para sostener sus ideas sociales y políticas, y criticar las opuestas.
Se suele justificar la existencia de dichas publicaciones por su papel en la crítica de los abusos de los poderosos. No obstante, se obvia que la denuncia de injusticias, corrupciones o malos usos (que no sólo es lícita para el cristiano, sino mandatoria) se puede realizar perfectamente sin incurrir en las descalificaciones a las que antes aludíamos. Se elude por parte de los defensores de las revistas satíricas la objeción grave de que el fin no justifica los medios.

Dichos métodos vejatorios no se emplean con el objeto de convencer (mucho menos de convertir), ni pretenden aportar pruebas de la veracidad de lo que defiende. Sirven como látigo con el que fustigar al adversario. Sirven, ni más ni menos, que como arma para dañar al otro, no viendo en él a un hermano equivocado, sino a un ajeno enemigo al que destruir públicamente en su honorabilidad. Provocan la separación entre las personas, excitando los más bajos instintos de sus seguidores y el rencor de sus adversarios, generando resentimientos y odios, causando la disolución social. Por tanto, las formas de expresión de muchos de los artículos de las revistas satíricas sirven al Mal.
El derecho al honor
No olvidemos que el derecho al honor es también enseñanza cristiana. Y las legislaciones deberían prohibir la ofensa y el escarnio como modos de crítica social o defensa de unas ideas. De ese modo, las revistas satíricas desaparecerían como tal, debiendo sus redactores demostrar si son capaces de transmitir sus opiniones con éxito sin emplear el recurso fácil del insulto y la humillación como hacen actualmente. La responsabilidad en la denuncia haría ésta mucho más efectiva, y probablemente veríamos crecer el humor inteligente y positivo, en vez del odio disfrazado de reivindicación.

Por tanto, poner la mera emisión de opiniones de forma irrestricta por encima de los medios y formas que se empleen para expresarlas es dogma liberal, no dogma cristiano.
Dos documentos magisteriales de la Iglesia, que iluminan este tema de la libertad Y SON MUY NECESARIOS DE RELEER:
2) y más específicamente la encíclica Libertas Praestantissimum del pontífice León XIII, donde se explica con detenimiento la enseñanza de Dios acerca del uso de la libertad, que debe siempre servir para indagar acerca del modo de hacer más virtuosos hombres y sociedades.

La blasfemia

También es bueno recordar aquí lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica, el número 2148) referido a la blasfemia:

“La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a “los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos” (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.
La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave”.


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