De los escritos de San Arnoldo Janssen, presbítero y
fundador de los Misioneros del Verbo Divino
("Fin y naturaleza de la Congregación del Verbo Divino", Verbum 8, 1966, 405‑409)
La
actividad misionera tiene su origen
en la
misión del Hijo y del Espíritu Santo.
Los términos “Verbo Divino” del título o nombre de nuestra
Congregación se refieren, en primer lugar, al Verbo del Padre, que es el Hijo,
y luego al verbo o palabra del Hijo, que es el evangelio de Cristo. De donde se
sigue que también debemos rendir culto al Hijo de Dios.
Por lo tanto, los cohermanos reflexionen frecuentemente sobre el
hecho de que Jesucristo, el Hijo del eterno Padre, se hizo hermano y alimento
nuestro, enseñándonos así la caridad y la humildad. Él es el primer y máximo
apóstol, el sacerdote y pastor de las almas, el cordero y el león, el siervo y
el Hijo del Padre, el peregrino en la tierra, que enseñó, aconsejó y curó a los
hombres, y les franqueó, con su doctrina y su cruz, el camino de la salvación.
Los cohermanos, además, no descuiden la meditación sobre el Verbo
encarnado y penetren así en el santuario de su corazón y en profunda admiración
y veneración traten, en lo posible, de imitar las virtudes de su vida terrena,
eucarística y mística.
Realizó obras maravillosas, como la redención del mundo, la
fundación de la Iglesia y el envío del Paráclito. Las dos primeras son
preparación y premisa de la última en cuanto el Espíritu Santo lleva a plenitud
la obra de Cristo.
El Espíritu Santo, en efecto, vivifica a la Iglesia con el
magisterio de la verdad, las normas de vida y con los sacramentos de la
salvación; purifica a los hombres de sus pecados y los hace semejantes a Dios.
Él es la fuente inagotable de la caridad, en quien Dios se ama a sí mismo y al
mundo; por medio de Él, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones;
el Padre y el Hijo nos lo envían como testigo de su amor. También nosotros
debemos amarlo en Jesús, con Jesús y con el Padre.
Los cohermanos manifestarán su amor intenso al Espíritu Santo, en
la medida que se esfuercen por ser, con su gracia, instrumentos prontos a todo.
Para ello, no sólo se requiere que sean laboriosos, sino también sobrios,
justos y dedicados a la oración, correspondiendo siempre a los impulsos de su
gracia.
Si bien tributamos especial veneración a la segunda y a la tercera
persona, sin embargo, no descuidamos a la primera y al misterio de la Santísima
Trinidad. En efecto, el eterno Padre es el origen santísimo y benignísimo de
las otras personas, y el mejor y más amable de todos los padres. A Él debemos
adorarlo, amarlo y honrarlo, procurando propagar su reino de amor y aumentar el
número de hijos que lo amen en el mundo.
Siempre y ante todo deberemos honrar a la Santísima Trinidad, con
nuestra mente, de palabra y obra. Con la mente, mediante nuestro amor y
sumisión. De palabra, mediante nuestras piadosas plegarias y sermones. De obra,
mediante todas nuestras acciones, realizadas por su gloria. Entre las acciones
que realicemos para la mayor gloria de Dios, tengamos preferencia y estima por
las obras de misericordia espirituales y corporales que nos recomendó el Señor
en modo particular. Porque los hombres son imagen de Dios, hermanos de Cristo,
y templos del Espíritu Santo. Al igual que Dios ama a todos los hombres desde
la abundancia de su amor, tolera sus defectos y busca su conversión, hagamos
nosotros lo mismo.
Sea esta nuestra norma de oro, tanto el anuncio de la
Buena Nueva como la práctica del amor fraterno.
En nuestro empeño por anunciar la Palabra de Dios, debemos
promover y difundir la fe católica y las virtudes cristianas, para que así
desaparezca el pecado que obstaculiza aquellas. Para nuestra actividad
misionera elijamos, con preferencia y en lo posible, aquellas tierras en las
que se pueda esperar mayores frutos o aquellas a las que nos sentimos llamados
por la Divina Providencia.
Trabajemos, ante todo, por la conversión de los
paganos, no-católicos y no-creyentes, pues esta es la finalidad primaria de la
Congregación, y seguirá siéndolo en tanto lo permita la Divina Providencia. Sea
nuestra mayor preocupación la conversión de los paganos. Por lo tanto, nos
corresponde trabajar con gran celo para que también ellos se conviertan, y
conozcan al Padre y a quienes Él envió, a Jesucristo y al Espíritu Santo.
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