Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

14 de enero de 2015

EN EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA: SAN ARNOLDO JANSSEN

De los escritos de San Arnoldo Janssen, presbítero y fundador de los Misioneros del Verbo Divino



("Fin y naturaleza de la Congregación del Verbo Divino", Verbum 8, 1966, 405‑409)

La actividad misionera tiene su origen
en la misión del Hijo y del Espíritu Santo.


Los términos “Verbo Divino” del título o nombre de nuestra Congregación se refieren, en primer lugar, al Verbo del Padre, que es el Hijo, y luego al verbo o palabra del Hijo, que es el evangelio de Cristo. De donde se sigue que también debemos rendir culto al Hijo de Dios.

Por lo tanto, los cohermanos reflexionen frecuentemente sobre el hecho de que Jesucristo, el Hijo del eterno Padre, se hizo hermano y alimento nuestro, enseñándonos así la caridad y la humildad. Él es el primer y máximo apóstol, el sacerdote y pastor de las almas, el cordero y el león, el siervo y el Hijo del Padre, el peregrino en la tierra, que enseñó, aconsejó y curó a los hombres, y les franqueó, con su doctrina y su cruz, el camino de la salvación.

Los cohermanos, además, no descuiden la meditación sobre el Verbo encarnado y penetren así en el santuario de su corazón y en profunda admiración y veneración traten, en lo posible, de imitar las virtudes de su vida terrena, eucarística y mística.

Realizó obras maravillosas, como la redención del mundo, la fundación de la Iglesia y el envío del Paráclito. Las dos primeras son preparación y premisa de la última en cuanto el Espíritu Santo lleva a plenitud la obra de Cristo.

El Espíritu Santo, en efecto, vivifica a la Iglesia con el magisterio de la verdad, las normas de vida y con los sacramentos de la salvación; purifica a los hombres de sus pecados y los hace semejantes a Dios. Él es la fuente inagotable de la caridad, en quien Dios se ama a sí mismo y al mundo; por medio de Él, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones; el Padre y el Hijo nos lo envían como testigo de su amor. También nosotros debemos amarlo en Jesús, con Jesús y con el Padre.

Los cohermanos manifestarán su amor intenso al Espíritu Santo, en la medida que se esfuercen por ser, con su gracia, instrumentos prontos a todo. Para ello, no sólo se requiere que sean laboriosos, sino también sobrios, justos y dedicados a la oración, correspondiendo siempre a los impulsos de su gracia.
Si bien tributamos especial veneración a la segunda y a la tercera persona, sin embargo, no descuidamos a la primera y al misterio de la Santísima Trinidad. En efecto, el eterno Padre es el origen santísimo y benignísimo de las otras personas, y el mejor y más amable de todos los padres. A Él debemos adorarlo, amarlo y honrarlo, procurando propagar su reino de amor y aumentar el número de hijos que lo amen en el mundo.

Siempre y ante todo deberemos honrar a la Santísima Trinidad, con nuestra mente, de palabra y obra. Con la mente, mediante nuestro amor y sumisión. De palabra, mediante nuestras piadosas plegarias y sermones. De obra, mediante todas nuestras acciones, realizadas por su gloria. Entre las acciones que realicemos para la mayor gloria de Dios, tengamos preferencia y estima por las obras de misericordia espirituales y corporales que nos recomendó el Señor en modo particular. Porque los hombres son imagen de Dios, hermanos de Cristo, y templos del Espíritu Santo. Al igual que Dios ama a todos los hombres desde la abundancia de su amor, tolera sus defectos y busca su conversión, hagamos nosotros lo mismo. 

Sea esta nuestra norma de oro, tanto el anuncio de la Buena Nueva como la práctica del amor fraterno.

En nuestro empeño por anunciar la Palabra de Dios, debemos promover y difundir la fe católica y las virtudes cristianas, para que así desaparezca el pecado que obstaculiza aquellas. Para nuestra actividad misionera elijamos, con preferencia y en lo posible, aquellas tierras en las que se pueda esperar mayores frutos o aquellas a las que nos sentimos llamados por la Divina Providencia. 

Trabajemos, ante todo, por la conversión de los paganos, no-católicos y no-creyentes, pues esta es la finalidad primaria de la Congregación, y seguirá siéndolo en tanto lo permita la Divina Providencia. Sea nuestra mayor preocupación la conversión de los paganos. Por lo tanto, nos corresponde trabajar con gran celo para que también ellos se conviertan, y conozcan al Padre y a quienes Él envió, a Jesucristo y al Espíritu Santo.





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