Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

6 de enero de 2015

LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD: EPIFANÍA DEL SEÑOR

                 “Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt.2, 10-11)

LA ADORACIÓN: OBEDIENCIA DEL SER
EN LA EPIFANÍA DEL SEÑOR: LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD



La estrella fue guiando a los Magos hacia el lugar adecuado, hacia la Persona adecuada, hacia Dios, hacia Jesús. Y esa búsqueda, y esa docilidad, los llenó de una inmensa alegría. Quien busca la verdad y la encuentra se llena de gozo. Porque ningún otro interés, ningún afán de poder, ningún cálculo político – a diferencia de Herodes -  les había movido en su intento de encontrar aquello, a aquel, que buscaban.

La alegría es como un preludio de la visión: “Vieron al niño con María, su madre”. Y esa visión no les desconcierta, no les sobresalta. Lo que ven es algo muy normal: al niño con su madre. El texto no dice que hubiesen entrado en un palacio y que viesen a una reina coronada de oro al lado de un rey recién nacido, en una cuna adornada con piedras preciosas. No, vieron al niño con María, su madre.

Al encontrar a quien buscaban, no dudan. Porque la duda es, en el fondo, incompatible con el encuentro: “y cayendo de rodillas lo adoraron”. Estos hombres, los Magos, habían hecho el esfuerzo de hallar la verdad y, una vez hallada, se rinden ante ella. Y no solo con una aquiescencia del alma, con un homenaje de la “res cogitans”, de su intelecto avezado, sino también con el tributo del cuerpo, con la oración del cuerpo: “cayendo de rodillas”.

De un modo muy exacto Romano Guardini ha escrito que la adoración es “la obediencia del ser”. Lo que somos, la aceptación de lo que somos, jamás es más real ni consciente, ni libre, que cuando nos reconocemos como criaturas. Adorar es darnos cuenta, con el cuerpo y el alma, de que Dios es Dios y nosotros somos, nada más y nada menos, que criaturas suyas. Tocamos así la verdad más profunda acerca de nosotros mismos: Dios es Dios y nosotros somos hombres. Y nuestra grandeza radica en la capacidad de adorarle. Dios es grande y nosotros pequeños. Pero en reconocerlo así radica nuestra grandeza. La adoración, añade también Guardini, es “verdad realizada”.

Y vienen los dones: el oro, el incienso y la mirra. Estos dones son como una expresión concreta de la adoración a Cristo. En cierto modo, la verdad, nuestra conciencia de la verdad, siempre se expresa sacramentalmente y dice, con ayuda de lo creado, que Jesús es Rey, que Jesús es Dios, y que Jesús es hombre, pero no abocado definitivamente a la muerte, aunque haya de pasar por la muerte.

Necesitamos la libertad de espíritu de los Magos, la docilidad a la hora de seguir las pistas que Dios no deja de darnos, para encontrarnos con Él, con Dios, con Jesús.

Adoremos a Jesucristo, Rey del Universo y reconozcámoslo como Dios y hombre verdadero, nuestro Salvador y Redentor.


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