CUAN GRANDE
PECADO ES LA BLASFEMIA
Malicia y escándalo
(de los escritos de San Alfonso María de Ligorio)
1. ¿Qué cosa es blasfemia? Es un dicho injurioso a Dios: Est
contumeliosa in Deum locutio; así la definen los doctores. ¡Pero Dios mío!
¿Con quién se las ha el hombre cuando blasfema? Se la ha directamente con el
mismo Dios: Contra Omnipotentem roboratus est. (Job. 15, 25).
Y ¿cómo, -dice San Efrén- no temes, ¡oh blasfemo! que baje el fuego del Cielo y
te devore? ¿Que se abra bajo tus plantas la tierra y se te trague? Los demonios
tiemblan al oír el nombre de Cristo, exclama San Gregorio Nacianceno, y ¿cómo no
temblamos nosotros de injuriarle? El vengativo se las ha con un igual suyo;
pero el que blasfema, quiere vengarse de Dios mismo, que hace o permite aquella
cosa que disgusta al hombre blasfemo. Hay una gran diferencia ente ofender al
retrato del rey y ofender a su misma persona. El que ofende al hombre, ofende a
la imagen de Dios; pero el blasfemo ofende al mismo Dios, dice San
Atanasio: Qui blasphemat, contra ipsam Deidate agit. El que
quebranta la ley del rey, peca; pero el que ofende a la misma persona del rey,
comete delito de lesa majestad, que es castigado con mayores castigos, y no
puede ser indultado. ¿Qué diremos, pues, del blasfemo, que injuria a la
majestad divina? Decía en su cántico Ana la profetisa: Si un hombre peca contra
otro, se puede alcanzar de Dios el perdón, más si peca contra Dios, ¿quién
rogará por él? (I. Reyes. 2, 25). Con efecto, es tan enorme el pecado de
blasfemia, que parece que ni los mismos santos están dispuestos a interceder a
favor de un blasfemo.
2. Además: las bocas sacrílegas blasfeman contra un Dios que las
sostiene. Con razón exclama San Juan Crisóstomo: Tu Deo benefacienti
tibi, et tui curam agenti maledicis? ¿Tú te atreves a maldecir a Dios,
que te llenó de beneficios y te conserva? Señal es que ya está uno de tus pies
en el Infierno, y que si Dios no te conservase la vida por su divina
misericordia, estarías ya condenado para siempre; y en lugar de darle gracias,
le maldices al propio tiempo que Él te está llenando de beneficios. De esto se
queja por David (Salmo 54, 13), diciendo: En verdad, que si me hubiese llenado
de maldiciones un enemigo mío, hubieralo sufrido con paciencia; pero tú me
maldices al mismo tiempo que yo te estoy bendiciendo. ¡Oh lengua diabólica!
exclama San Bernardo de Sena, ¿qué cosa te irrita hasta el punto de blasfemar
de tu Dios, que te creó y redimió con su sangre? Algunos blasfeman hasta
de Jesucristo, que murió por su amor en una cruz; siendo así que, aunque
no estuviésemos condenados a morir, deberíamos desear morir por amor
a Jesucristo, para mostrar, de algún modo, nuestro agradecimiento a un Dios que
dio su vida por nosotros. Digo de algún modo, porque no hay comparación
entre la muerte de una vil criatura y la de un Dios; y, sin embargo, tú,
pecador, tú, blasfemo, en lugar de amarle y bendecirle, le maldices, como dice
San Agustín: Los judíos azotaron a Jesucristo, pero no le azotan menos los
malos cristianos con sus blasfemias. Otros han blasfemado contra la Santísima
Virgen María, Madre de Dios, que tanto nos ama, y que siempre está rogando por
nosotros: sin embargo, alguno de esos hombres malvados han sido castigados
terriblemente por Dios. Refiere Surio (en el día 7 de agosto) que un impío
blasfemó de la Virgen, y en seguida hirió con un puñal su santísima imagen que
estaba en una iglesia; pero, al punto que salió de allí, cayó un rayo y le
redujo a cenizas. El infame Nestorio, que había blasfemado también y movido a
otros a blasfemar de María santísima, diciendo que no era verdadera Madre de
Dios, murió desesperado con la lengua comida de gusanos.
3. Quis loquitur blasphemias? (Lc. 5, 21). Y ¿quién es
el blasfemo? Un cristiano, uno que ha recibido el santo Bautismo, por el cual
quedó consagrada su lengua. Se pone dice un santo doctor, sal bendecida en la
lengua del que va a ser bautizado, para que la legua del cristiano quede consagrada
y se acostumbre a bendecir a Dios. Y ¿es posible, que esta misma lengua se
convierta después en una espada que traspase el corazón de Dios? pregunta San
Bernardino: Lingua blasphemantis efficitur quasi gladius cor Dei
penetrans? (Tom. 4 ser. 33). Luego añade el mismo Santo, que
ningún pecado contiene tanta malicia como la blasfemia. Y antes que él lo dijo
San Juan Crisóstomo con distintas palabras: Nullem hoc peccato
deterius, nam in eo accesio est omnium malorum et omne supplicium. Del
mismo modo se explicó San Jerónimo, diciendo que: Cualquier otro pecado es
leve, comparado con la blasfemia. Y aquí debemos advertir, que la blasfemia
contra los santos y los cosas santas, como la misa, los sacramentos, los
misterios, etc., son de la misma especie que las blasfemias contra Dios, que es
la fuente de la santidad.
4. Decimos, pues, con San Jerónimo, que la blasfemia es un pecado más grave que el hurto y que el
adulterio, porque como todos los otros pecados como dice San Bernardino,
dimanan, o de la fragilidad, o de la ignorancia; pero el pecado de la blasfemia
proviene de la propia malicia. Porque, en efecto procede de una mala
voluntad y de cierto odio concebido contra Dios; y así, el blasfemo se hace
semejante a los réprobos, los cuales, como dice Santo Tomás, no blasfeman con
la boca, porque no tienen cuerpo; pero blasfeman con el corazón, maldiciendo la
divina justicia que los castiga. Y añade el santo Doctor: que es creíble, que
después de la resurrección, así como los Santos en el Cielo alabarán a Dios
también con la voz, así los réprobos en el Infierno le blasfemarán igualmente
con ella. Con razón, pues, llama un autor a la blasfemia, lenguaje del
Infierno, diciendo que: el demonio habla por la boca de los blasfemos, así como
Dios habla por la boca de los santos. Cuando San Pedro negaba a Jesucristo en
el palacio de Caifás, jurando que no le conocía, le dijeron los judíos que su
acento descubría que era discípulo suyo, porque pronunciaba lo mismo que su
Maestro. (Mt. 26, 73). Lo mismo podemos decir del blasfemo: Tú eres del
Infierno, y verdadero discípulo de Lucifer, porque hablas el lenguaje de los
condenados. Escribe San Antonio, que los condenados en el Infierno no se ocupan
en otra cosa que en blasfemar y maldecir a Dios. Y en prueba de esto, aduce el
texto del Apocalipsis: Y se despedazaron las lenguas en el exceso de su dolor,
y blasfemaron del Dios del Cielo. (Apoc. XVI, 10 et 11). San Antonio, en fin,
añade que el que tiene el vicio de blasfemar, pertenece, aún en ésta vida, a la
clase de los réprobos, cuyas funciones desempeña.
5. A la
malicia de la blasfemia, debemos añadir el escándalo, que, de ordinario,
causa este infame pecado por cuanto suele siempre cometerse externamente y en
presencia de otros. San Pablo reprendía a los judíos, cuyos pecados daban
motivo a que los gentiles blasfemasen de Dios y se burlasen de su
Ley. ¿Cuánto, pues, más culpables son los cristianos que inducen a los
demás a imitar sus blasfemias? Pero ¿cómo sucede, pregunto yo, que en ciertas
provincias no se oye blasfemar a ninguno, o se oye raras veces; y en otras, al
contrario, reina escandalosamente la blasfemia, de manera, que se puede decir
de ellas lo que decía Dios por Isaías: Todo el día sin cesar está blasfemándose
mi Nombre?. Por las plazas, por las casas, por las ciudades, y por las aldeas,
no se oye otras cosas que blasfemias. ¿En qué consiste esto? Consiste en que
los unos aprenden de los otros; los hijos de los padres, los criados de los
amos, los jóvenes de los ancianos. Especialmente en ciertas familias, parece
que el vicio de la blasfemia pasa por herencia de padres a hijos: el padre es
blasfemo y por esto lo son después los hijos, los nietos y todos sus
descendientes. ¡Oh padre maldito, causa de tanto mal, que en vez de enseñar a
tus hijos a bendecir a Dios, les enseñas a blasfemar de Dios y de sus Santos!
Dirá alguno: Yo los reprendo cuando los oigo blasfemar. ¿Pero de
que sirven esas tus reprensiones, si tú mismo les das el mal ejemplo con la
boca? Por el amor de Dios y por el de tus hijos mismos, no blasfemes en
adelante, ¡oh padre de familia! y guárdate de blasfemar, especialmente delante
de tus hijos, repréndelos con aspereza, como encarga San Juan Crisóstomo,
diciendo: Castiga su boca, y santifica tu mano con este castigo. Hay algunos
padres que castigan bárbaramente a sus hijos, si no hacen al punto lo que les
mandan; empero, si les oyen blasfemar de los Santos, o se ríen, o no los
reprenden.
9. Para concluir, decidme, blasfemos que me escucháis ¿qué
utilidad sacáis es esta detestable costumbre? Ella no os proporciona placer
alguno, porque como dice el cardenal Belarmino, es un pecado sin placer. Ella
no os enriquece, porque las riquezas huyen de los blasfemos. Tampoco os acarrea
honor, porque cuando blasfemáis, llenáis de horror a cuantos oyen, aún a
aquellos mismos que tienen la misma costumbre de vosotros, pues todos os
llaman boca de condenados. Decidme, pues, ¿por qué
blasfemáis? -Padre es una costumbre. ¿Y creéis que la costumbre os
excusará delante de Dios? Si un hijo apalease a su padre, y le dijese
después: Padre mío, perdonadme, porque esto es una costumbre, ¿os
parece que su padre le excusaría? Decís que blasfemáis por la cólera que os
excitan los hijos, la mujer o el amo. Más ¿es cosa justa que descarguéis contra
Dios y sus Santos, la cólera que aquellos causaron? Pero el demonio me
tienta, añade el blasfemo. Si el demonio te tienta, haz lo que hacía cierto
joven, que viéndose tentado de la blasfemia, fue a pedir consejo al abad
Pemene, quien le dijo: que cuando el demonio le volviese a tentar le
respondiera: ¿Y
para que he de blasfemar de aquel Dios que me crió y me hizo tanto bien? Yo
quiero alabarle y bendecirle sin cesar. Y con esta
medicina, el demonio dejó de tentarle. Cuando sientas algún rapto de cólera,
¿no puedes desahogarte con otras palabras que no sean blasfemias? Por ejemplo
Maldito sea el pecado; Señor, ayúdame; Virgen María dame paciencia. Y si
hasta ahora has tenido el vicio de blasfemar, desde hoy en adelante,
renueva cada día, al tiempo de levantarte, el propósito de hacerte violencia
para no blasfemar, y además, rezarás a María Santísima tres Aves Marías, para que
te ayude a conseguir la gracia de resistir a las tentaciones de blasfemia que
te asalte. Sí, católicos, detestad este vicio, que os conduce al Infierno, y os
hace ingratos contra el mismo Creador, que os dio la vida, y contra Jesucristo,
que os redimió con su preciosa sangre. De este modo evitaréis la mala muerte
que os espera si continuáis blasfemando, y disfrutaréis de la gloria de Dios
por toda la eternidad. Amén.
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