Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

30 de diciembre de 2014

En la Octava de Navidad: La Sagrada Eucaristía y la forja del carácter


“Dios se hizo hombre para que el hombre se elevara a las alturas de Dios”.
San Agustín


La sagrada Eucaristía y la forja del carácter


Custodia monumental de la Basílica del Santísimo Sacramento en Buenos Aires

La liturgia de la Misa de este sexto día de la Octava de Navidad contiene la siguiente ORACIÓN COLECTA:


Concédenos, Dios todopoderoso,
que el nuevo nacimiento de tu Hijo unigénito en nuestra carne
nos libre de la opresión con que nos domina
la antigua esclavitud del pecado.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.


         Podemos decir que el carácter es como el sello de la voluntad que se esfuerza por amoldar las acciones a las propias convicciones. El carácter es la verdadera armonía de todas las facultades de la persona. Esto referido al carácter humano, pero el carácter cristiano, católico, es mucho más: es todo el ser del hombre compenetrado con la fuerza que viene de Cristo. Es el carácter humano sobrenaturalizado por la gracia. El carácter es algo divino en el cristiano, pues nuestra vida es vida divina. Cristo es su fuente.

La formación del carácter es el todo de nuestra vida sobrenatural. Un hombre o una mujer sin carácter está disminuido; un cristiano sin carácter es un cristiano debilitado, frágil, temeroso, voluble.

La Sagrada Comunión es la fuerza que modela el carácter y lo disciplina. Recordemos la frase conocida de San Agustín: Dios se hizo hombre para que el hombre se elevara a las alturas de Dios. Es Cristo quien modela nuestro carácter. Y lo hace a través de la Eucaristía, que podemos decir que es sacramento del carácter cristiano, porque es el Sacramento de la gracia.

La imagen de Dios impresa en el alma adquiere en la Sagrada Comunión la plenitud de su desarrollo en todos los aspectos de la vida. Cristo se nos da comunicándonos su propia vida divina. No altera nuestra identidad personal, pero la refuerza, la fortalece, la apuntala. ¿Pero lo sentimos? ¿Comprobamos los efectos en nuestra vida, forma de actuar y de comportarnos? ¿Nos sentimos robustecidos en nuestra personalidad? Es definitiva, ¿se fortalece nuestro carácter?

No se puede seguir a Cristo con un carácter disminuido, debilitado. Un carácter así hace del cristiano un timorato, blanco fácil del “enemigo”. Sin carácter no hay verdadera voluntad para ser fiel al mandato divino de santidad.

El hombre, o mujer, de ideas firmes, constantes, es un hombre o mujer de carácter. La gracia nunca les faltará, porque nunca traicionarán al Señor, lucharán en la vida diaria por ser fieles a la gracia recibida: con decidida resolución se enfrentarán al mundo, demonio y carne.

San Pablo se gloriaba que su vivir era el mismo de Cristo (2 Cor, 5, 14): Mihi vivere Christus est. Este es ideal al que hemos de dirigir nuestra vida, muchas veces infecunda y frustrada, por la inconstancia y fluctuaciones de nuestra carácter, por la falta de una voluntad firme.

Dice el Eclesiástico (5,12): Sé firme en tus juicios y no tengas más que una palabra..

Si quieres forjar tu carácter, si quieres ser firme en tus juicios, si quieres tener una palabra y mantenerla, recibe con frecuencia y con las debidas disposiciones al Señor eucarístico. Todo lo demás se te dará por añadidura.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa


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