Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

5 de diciembre de 2014

LA VIDA RELIGIOSA: VIVIR LA RADICALIDAD DE LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS

 EN EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA


Seguir a Jesucristo de un modo radical, como Él lo hizo: pobre, casta y obedientemente.
Un testimonio profético para estos tiempos secularizados.


"La vida consagrada, enraizada profundamente
en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor,
es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.
Con la profesión de los consejos evangélicos 
los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente—
 tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo,
 y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios
que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo" 

Exhortación Apostólica VITA CONSECRATA, san Juan Pablo II, 25/3/1996, nro.1



En este año que la Iglesia dedica especialmente a la vida consagrada, debemos recordar que, si bien todo cristiano está llamado a ser perfecto como lo es el Padre celestial, hay una forma de vida que llamamos "religiosa" en la que algunos hombres y mujeres se consagran radicalmente al Señor por el Reino de los cielos.

Esta radicalidad de vida expresada en los tres votos religiosos, persigue varios objetivos que, desde la fe, le da sentido a la vida consagrada: 

1) En primero lugar, es un modo de expresar la centralidad del amor a Dios contenida en el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” ( Deut. 6,4). El celibato consagrado tiene este sentido de amar a Dios con todo el ser. 

2) En segundo lugar, esta radicalidad de vida quiere hacer perdurar en la Iglesia la espiritualidad martirial de los primeros siglos. El martirio era “aceptar morir por la fe de forma libre y resignada, no luchando activamente como es el caso de los soldados”. Ahora la persona que se consagra a Dios en el seguimiento de los consejos evangélicos quiere entregar radicalmente su vida consagrándose totalmente a Dios.

3) En tercer lugar, la consagración quiere ser una denuncia de un mundo que vive de espalda a Dios que en Cristo “nos escogió, desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia” (Ef. 1, 4).




EL VOTO DE POBREZA: Escoger ser pobre para tener a Dios como Rey

Vivimos en un mundo que cada vez más se entrega al secularismo, una ideología que rechaza todo lo que tradicionalmente hemos entendido como “religión” y busca instalar un nuevo “culto” de lo material, de lo relativo, de lo horizontal del ser humano. El dogma principal de la nueva religión es: “Tener, poder, placer”. “Quien posee dinero, poder, placer, ha alcanzado la salvación”. 

En este nuevo contexto sociocultural, la pobreza evangélica a la cual el consagrado, en la Iglesia se entrega libremente, hace que el mismo se convierta en un contrasigno, en un contratestimonio, en un reto. Al negarse a dejarse dominar por las cosas y vivir desapegado de ellas, el religioso se convierte en un contra-símbolo de esta nueva religión llamada Secularismo, pues con su vida niega el dogma de la salvación por el tener, y proclama su salvación en su apertura y su búsqueda del Ser, de Aquel que es el único que ES y en quien únicamente el ser humano se reconoce como hombre y puede alcanzar su meta: la felicidad.




EL VOTO DE CASTIDAD: El celibato por el Reino en tiempo de crisis

Al decidir vivir célibe por el Reino, el consagrado quiere denunciar la reducción del amor a su sola expresión carnal, y quiere proclamar que el verdadero amor humano es una apertura hacia de los demás hasta llegar a la aceptación y a la comunión con Dios, que es amor y el destino final del ser humano. Si quitamos esta dimensión divina del amor, éste se convierte en una caricatura o, en todo caso en una forma mermada del amor (Cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, 8).




EL VOTO DE OBEDIENCIA: Bajo obediencia para ser libres y tener un único Rey.

Al prometer obediencia para vivir en una comunidad de hermanos, el consagrado quiere proclamar que es posible vivir como hermanos según el Evangelio. Por amor se somete a guardar todo lo que exija vivir unánime con sus hermanos en la comunidad confiando que Dios le conceda vivir ese estilo de vida movido por la caridad, como enamorado de la belleza espiritual, y exhalando en su trato el buen olor de Cristo, no como siervo bajo la ley sino como libre bajo la gracia (Regla de san Agustín).

Una comunidad religiosa es una profecía que anuncia la posibilidad del señorío único y universal de Jesucristo, donde nadie puede ser señor de nadie, porque uno solo es el Señor y todos nosotros somos hermanos.






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