EN
EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
Seguir a Jesucristo de un
modo radical, como Él lo hizo: pobre, casta y obedientemente.
Un testimonio profético para
estos tiempos secularizados.
"La
vida consagrada, enraizada profundamente
en los
ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor,
es un
don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.
Con la
profesión de los consejos evangélicos
los
rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente—
tienen
una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo,
y la mirada de los fieles es atraída hacia el
misterio del Reino de Dios
que ya
actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo"
Exhortación
Apostólica VITA CONSECRATA, san Juan Pablo II, 25/3/1996, nro.1
En
este año que la Iglesia dedica especialmente a la vida consagrada, debemos
recordar que, si bien todo cristiano está llamado a ser perfecto como lo es el
Padre celestial, hay una forma de vida que llamamos "religiosa" en la
que algunos hombres y mujeres se consagran radicalmente al Señor por el Reino
de los cielos.
Esta radicalidad de vida
expresada en los tres votos religiosos, persigue varios objetivos que, desde la
fe, le da sentido a la vida consagrada:
1) En primero lugar, es un modo
de expresar la centralidad del amor a Dios contenida en el primer mandamiento:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas” ( Deut. 6,4). El celibato consagrado tiene este sentido de amar a Dios
con todo el ser.
2)
En segundo lugar, esta radicalidad de vida quiere hacer perdurar en la Iglesia
la espiritualidad martirial de los primeros siglos. El martirio era “aceptar
morir por la fe de forma libre y resignada, no luchando activamente como es el
caso de los soldados”. Ahora la persona que se consagra a Dios en el
seguimiento de los consejos evangélicos quiere entregar radicalmente su vida
consagrándose totalmente a Dios.
3)
En tercer lugar, la consagración quiere ser una denuncia de un mundo que vive
de espalda a Dios que en Cristo “nos escogió, desde antes de la creación del
mundo, para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia” (Ef. 1, 4).
EL VOTO DE POBREZA: Escoger ser pobre para tener a Dios como Rey
Vivimos en un mundo que cada
vez más se entrega al secularismo, una ideología que rechaza todo lo que
tradicionalmente hemos entendido como “religión” y busca instalar un nuevo
“culto” de lo material, de lo relativo, de lo horizontal del ser humano. El
dogma principal de la nueva religión es: “Tener, poder, placer”. “Quien posee
dinero, poder, placer, ha alcanzado la salvación”.
En
este nuevo contexto sociocultural, la pobreza evangélica a la cual el
consagrado, en la Iglesia se entrega libremente, hace que el mismo se convierta
en un contrasigno, en un contratestimonio, en un reto. Al negarse a dejarse
dominar por las cosas y vivir desapegado de ellas, el religioso se convierte en
un contra-símbolo de esta nueva religión llamada Secularismo, pues con su vida
niega el dogma de la salvación por el tener, y proclama su salvación en su
apertura y su búsqueda del Ser, de Aquel que es el único que ES y en quien
únicamente el ser humano se reconoce como hombre y puede alcanzar su meta: la
felicidad.
EL VOTO DE CASTIDAD: El celibato por el Reino en tiempo de crisis
Al decidir vivir célibe por el
Reino, el consagrado quiere denunciar la reducción del amor a su sola expresión
carnal, y quiere proclamar que el verdadero amor humano es una apertura hacia
de los demás hasta llegar a la aceptación y a la comunión con Dios, que es amor
y el destino final del ser humano. Si quitamos esta dimensión divina del amor,
éste se convierte en una caricatura o, en todo caso en una forma mermada del
amor (Cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, 8).
EL VOTO DE OBEDIENCIA: Bajo obediencia para ser libres y tener un único
Rey.
Al prometer obediencia para
vivir en una comunidad de hermanos, el consagrado quiere proclamar que es
posible vivir como hermanos según el Evangelio. Por amor se somete a guardar
todo lo que exija vivir unánime con sus hermanos en la comunidad confiando que
Dios le conceda vivir ese estilo de vida movido por la caridad, como enamorado
de la belleza espiritual, y exhalando en su trato el buen olor de Cristo, no
como siervo bajo la ley sino como libre bajo la gracia (Regla de san Agustín).
Una
comunidad religiosa es una profecía que anuncia la posibilidad del señorío
único y universal de Jesucristo, donde nadie puede ser señor de nadie, porque uno
solo es el Señor y todos nosotros somos hermanos.
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