La Iglesia inicia el año calendario
con la Solemnidad de SANTA MARÍA,
MADRE DE DIOS
La Virgen santísima, es la Madre de Dios.
Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era
cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta
el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio de
Éfeso.
La primera comunidad cristiana, creía que "Jesús es el Hijo de Dios" y, por tanto, que María es la "Theotokos, la Madre de Dios". Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la «Madre de Jesús» y se afirma que Él es Dios (Jn 20, 28, cf. 5, 18, 10, 30. 33). Por lo demás, presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1, 2223).
Ya en el siglo III, como se deduce de un
antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con
esta oración:
«Bajo
tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios:
no
desoigas la oración de tus hijos necesitados;
líbranos
de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita»
En este antiguo testimonio aparece por
primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, «Madre de Dios».
Decía el Papa
Benedicto XVI en el año 2008:
"El título de
Madre de Dios, tan profundamente vinculado a las festividades navideñas, es,
por consiguiente, el apelativo fundamental con que la comunidad de los
creyentes honra, podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expresa
muy bien la misión de María en la historia de la salvación. Todos los demás títulos atribuidos
a la Virgen se fundamentan en su vocación de Madre del Redentor, la criatura
humana elegida por Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el
gran misterio de la encarnación del Verbo divino.
Y todos sabemos que
estos privilegios no fueron concedidos a María para alejarla de nosotros, sino,
al contrario, para que estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con
Dios, esta Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda como madre y como
hermana. También el puesto único e irrepetible que María ocupa en la comunidad
de los creyentes deriva de esta vocación suya fundamental a ser la Madre del
Redentor. Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cuerpo
místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, durante el concilio
Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo VI atribuyó solemnemente a María
el título de "Madre de la Iglesia".
Precisamente por ser
Madre de la Iglesia, la Virgen es también Madre de cada uno de nosotros, que
somos miembros del Cuerpo místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su
Madre a cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a cada uno de
sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista san Juan concluye el breve y
sugestivo relato con las palabras: "Y desde aquella hora el discípulo la
acogió en su casa" (Jn 19,
27). Así es la traducción española del texto griego: εiς tά íδια; la acogió en
su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su vida y las dos vidas
se compenetran. Este aceptarla en la propia vida (εiς tά íδια) es el testamento
del Señor. Por tanto, en el momento supremo del cumplimiento de la misión
mesiánica, Jesús deja a cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a
su misma Madre, la Virgen María” -
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