EN LA OCTAVA DE NAVIDAD
EN JESÚS NO HAY DOS PERSONAS
SINO UNA ÚNICA PERSONA DIVINA
CON DOS NATURALEZAS: DIVINA Y HUMANA
de la Carta Pastoral del Obispo de San Sebastián, España, monseñor José Ignacio Munilla acerca del riesgo que, actualmente, se percibe en la teología de sustituir la Cristología por la “Jesusología”
Alguien
dijo que los Evangelios fueron escritos para formular una pregunta e iluminar
su respuesta.
La pregunta no es otra que la siguiente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (cfr. Mt 16, 15; Mc 8, 29; Lc 9, 20). Mientras que la respuesta se sintetiza en las palabras de San Pedro: «Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).
La pregunta no es otra que la siguiente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (cfr. Mt 16, 15; Mc 8, 29; Lc 9, 20). Mientras que la respuesta se sintetiza en las palabras de San Pedro: «Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).
Estas
palabras son un eco de la liturgia de Navidad, en la que se ilumina de forma
maravillosa el misterio de Jesucristo:
«Porque en el misterio santo que hoy
celebramos,
Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre,
se hace presente
entre nosotros de un modo nuevo:
el que era invisible en su naturaleza se hace
visible al adoptar la nuestra;
el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte
nuestra vida temporal
para asumir en sí todo lo creado,
para reconstruir lo que
estaba caído
y para restaurar de este modo el universo».
Y en el
Prefacio de Navidad la Iglesia canta:
“Gracias al misterio de la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor,
para que,
conociendo a Dios visiblemente
lleguemos al amor de lo invisible”.
A lo largo de estos dos mil años, la Iglesia se ha debido
enfrentar a tres tipos de
errores cristológicos, que daban una respuesta equivocada a
la pregunta sobre la identidad de Jesucristo:
I. La primera de las herejías cristológicas, conocida como «gnosticismo» o «docetismo»,
consiste en negar o minusvalorar la humanidad de Jesús. Jesucristo sería Dios
con apariencia humana, pero no verdadero hombre como nosotros.
II. La segunda de las herejías cristológicas, conocida con el nombre
de «arrianismo», niega –más o menos explícitamente– la divinidad de
Jesucristo: Jesús sería considerado Dios solamente en un sentido metafórico,
pero no ontológico.
III. Y, finalmente, el tercer tipo de herejía cristológica, conocida
como «nestorianismo», consiste en entender equivocadamente la conjunción de la
humanidad y la divinidad de Jesucristo, comprendiendo a Jesús como mitad hombre
y mitad dios, como si en él hubiese dos personas: una humana y otra divina.
En estos días de Navidad, la pregunta a realizar es la siguiente:
¿Cuál de estos errores
cristológicos es el que está más presente en nuestros días? O dicho de otro
modo, ¿qué aspecto del misterio de Cristo es el que corre el riesgo de quedarse
arrinconado, desdibujado, cuando no negado?
Sin duda
alguna, en la actualidad, son más frecuentes las desviaciones ligadas al segundo y al tercero de los
errores señalados: la negación o el oscurecimiento de la divinidad de
Jesucristo (creer en Jesús como hombre, pero no como Dios); y al mismo tiempo,
la incorrecta formulación del misterio de Cristo, refiriéndonos a la humanidad
de Jesucristo sin tener en cuenta suficientemente su singularidad.
Analicemos
algunos indicios de la presencia de estos errores:
En primer lugar, es sintomático el desuso hoy en día, de los
títulos cristológicos presentes en la misma Sagrada Escritura y en la Tradición
de la Iglesia: «Cristo», «Jesucristo», «Señor», «Hijo de Dios», etc.
Corremos
el riesgo de sustituir la «Cristología» por una mera «Jesusología». Incluso, en ocasiones,
escuchamos expresiones del tipo «Jesús es un hombre que llegó a ser Dios» o «un
hombre en quien Dios habita de una forma especial», en vez de afirmar
explícitamente la divinidad del Señor: Jesucristo es Dios, es el Verbo hecho carne, es el
Hijo único del Padre, etc.
Al mismo
tiempo, hoy no son infrecuentes las referencias a Jesús como una persona
humana, olvidando que en
Jesús no hay dos personas (humana y divina), sino una única persona divina.
La
experiencia nos dice que no debemos prescindir de los términos «persona» y
«naturaleza», utilizados por los concilios cristológicos, so pena de desdibujar
nuestra fe en Jesús de Nazaret.
Él es una de las personas divinas, la
segunda persona de la Santísima Trinidad (el Hijo), y tiene dos naturalezas: divina y humana.
Por ello,
le confesamos como verdadero Dios y verdadero hombre. Así lo proclama el Credo
de la liturgia dominical de la Iglesia. Y no está de más recordar que esta
formulación de la fe en Jesucristo nos une tanto a las iglesias protestantes
como a las ortodoxas, que están también plenamente adheridas a la fe
cristológica de los concilios del primer milenio de la Iglesia.
La
conocida «ley del péndulo» tiene también su incidencia en lo que se refiere a
la percepción de la figura de Jesucristo. Si en el pre-concilio se corría el
peligro opuesto de la tendencia «monofisita», en la que la confesión de la
divinidad de Jesucristo anula en la práctica la riqueza de la humanidad de
Jesús; posteriormente hemos pasado al riesgo contrario. Cito un párrafo de la
conferencia pronunciada en 1995 por el cardenal Joseph Ratzinger en los Cursos
de Verano de El Escorial:
«Nuestro peligro actual es el de una
cristología unilateral de la separación (nestorianismo), donde la
atención centrada en la humanidad de Jesucristo va haciendo desaparecer la
divinidad, la unidad de la persona se disgrega y dominan las reconstrucciones
de Jesús como mero hombre, que reflejan más las ideas de nuestro tiempo que la
verdadero figura de nuestro Señor».
La superación de esta “ley del péndulo”, que responde a una falsa
dialéctica entre la humanidad y la divinidad, solo la han podido lograr los
enamorados del Señor Jesús, es decir, los santos. Estamos celebrando los 500
años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, una auténtica enamorada de la
humanidad de Jesucristo, que entendió perfectamente que esa humanidad temblorosa que se nos muestra en el
pesebre de Belén, es la puerta para penetrar en el misterio trinitario.
¡Os deseo
una feliz y santa Pascua de Navidad, y un próspero Año Nuevo!
+ José Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián
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